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  • El vergonzante sectarismo de los intolerantes

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 01/06/2025 11:51

    Cuando la discusión se torna abstracta parece emerger un consenso inigualable. Hay coincidencia demoledora en que la libertad de pensamiento, de opinión y de expresión es un derecho inalienable, pero en el instante en que un interlocutor plantea algo incómodo brotan comentarios que pretenden limitar esa dinámica apelando a excusas simpáticas, pero abiertamente tramposas. Frente a una postura que antes hubiera sido políticamente incorrecta, los cultores de los modos interponen su visión opuesta, que no se concentra en refutar posiciones aportando argumentos que justifiquen una mirada distinta, sino que apelan a un intento de cancelación explicitando comentarios tales como “no puede decir eso” o peor aún “el rol institucional que ocupa le debería impedir utilizar esas palabras”. Paradójicamente los que ahora se paran en ese lugar con demasiados aires de superioridad moral suelen ser personas que han votado, promovido y defendido a líderes completamente corruptos, conocidos golpeadores y estafadores seriales de diferentes colores partidarios. “Paradójicamente los que ahora se paran en ese lugar con demasiados aires de superioridad moral suelen ser personas que han votado, promovido y defendido a líderes completamente corruptos, conocidos golpeadores y estafadores seriales de diferentes colores partidarios”. Quizás antes de levantar el dedo deberían ensayar alguna autocrítica evitando caer en el cínico juego de negar que han apoyado en el pasado reciente a una banda de delincuentes crónicos, de esos que todavía hoy insisten con su “inocencia”. Es mala idea subestimar a la ciudadanía. Todos se acuerdan dónde estaban militando hace poco tiempo atrás y no se han hecho cargo de uno solo de los fracasos, de las múltiples complicidades en las que han incurrido, por cándidos o tal vez, mucho más grave, por su participación en procesos inaceptables que desearían olvidar, pero siguen vigentes. Lo dramático no es que se molesten con las opiniones ajenas, lo patético es que intenten abolir lo divergente. No lo reconocerán jamás, pero están enrolados en ese pusilánime grupo de individuos que denuncian contenidos en las redes para acallar a los que detestan. Lo que desean y no lo pueden admitir es que pretenden silenciar a otros. No les ofenden las formas sino el enfoque. Desearían ser los predicadores del amor, pero su odio visceral a lo diferente es incontenible. Si tuvieran poder no permitirían premisas que no encastran en su lógica, de hecho lo hicieron durante décadas imponiendo normativamente un lenguaje retorcido y utilizando todos los medios disponibles para amedrentar a los que no pensaban igual. Usaron desde los clásicos mecanismos de “inteligencia”, pasando por la pauta oficial y hasta abusaron de los órganos recaudadores para manipular todo a su antojo, para amenazar, intimidar y atemorizar a los que no se alineaban con sus perversos caprichos de ocasión. La democracia sirve de paraguas a muchos inescrupulosos. Los que creen en la libertad aceptan las críticas. Claro que no es agradable recibir apreciaciones adversas ni repudios lineales, pero el arte de la tolerancia consiste en soportar lo inconfortable con estoicismo. La progresía doméstica y algunos especímenes muy singulares se han mal acostumbrado a una suerte de impunidad verbal. La mayoría de los artistas y famosos, de los periodistas y comunicadores se convencieron, vaya a saber bajo qué heterodoxo criterio, que eran intocables y sus análisis estaban blindados ya que ellos están autorizados a usar conceptos fuertes para describir a otros mientras afirmaban que nadie debía cuestionar su supuesta sabiduría. "La progresía doméstica y algunos especímenes muy singulares se han mal acostumbrado a una suerte de impunidad verbal. La mayoría de los artistas y famosos, de los periodistas y comunicadores se convencieron, vaya a saber bajo qué heterodoxo criterio, que eran intocables y sus análisis estaban blindados ya que ellos están autorizados a usar conceptos fuertes para describir a otros mientras afirmaban que nadie debía cuestionar su supuesta sabiduría." Este extraño razonamiento es profundamente autoritario y esconde una arrogancia inaceptable. Si todos son iguales ante la ley pues entonces no hay motivo alguno por el cual alguien puede juzgar una situación y nadie debe responder lo contrario, ni esbozar una perspectiva distinta. Esta dinámica es obscenamente contradictoria. Habrá que reconocer que los tiempos cambiaron y mucho, que algunos no logran adaptarse ni entender que todo está mutando y que lo hace a una enorme velocidad sin escalas, ni avisos previos. Son los ritmos de esta era, tan volátil como impredecible. El protagonismo de las redes sociales, la proliferación de los vínculos digitales, el paulatino declive de los medios tradicionales son ahora ingredientes de un escenario tan novedoso como líquido y repleto de desafíos intelectuales en el marco de una incertidumbre que nunca encuentra un respiro. Todo este fenómeno le ha brindado mayor horizontalidad a la comunicación y esa es una gigantesca transformación de la dinámica institucional, política y democrática que si no se logra advertir resulta imposible adecuarse a la realidad de este presente que es arrollador. Es hora de entender lo que sucede. Los hechos tienen consecuencias, lo dicho tiene repercusiones, todos pueden opinar, pero al hacerlo deben asumir que habrá respuestas, algunas serán perturbadoras, otras digeribles, pero esperar que los que no están de acuerdo se llamen a silencio es absolutamente inaceptable si genuinamente se pretende vivir en libertad, sin hipocresías y priorizando el debate y la búsqueda de la verdad. Dicho en criollo, “al que le gusta el durazno que se banque la pelusa”.

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