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» El litoral Corrientes
Fecha: 01/06/2025 11:50
En este mayo que se va, lluvioso en Argentina, y caluroso en Madrid que parece desconocer el dicho “hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo”, se cumplió el ciento seis aniversario del nacimiento del poeta Juan Carlos Ramón Gordiola Niella; más conocido como “Cancho”; el maestro Cancho que enseñaba a sus alumnos de sexto grado, incluso matemáticas, a través de cancioncillas y de versos rimados, según han referido alguna vez sus antiguos alumnos de la escuela Conrado Romero de Caá Catí. Son muchas las anécdotas que se cuentan del poeta entregado en cuerpo y alma a la poesía, a esa “manía fisiológica de cultivar versos” como el mismo dijera; pero, quizá, la más curiosa sea que Cancho tenía en su casa de Caá Catí un ataúd llamado Felipe, que se hallaba de pie al lado de su cama. Y más curioso se torna el asunto si agregamos que alguna noche de trasiego de ginebra y de amigos trasegados sacaron en la alta madrugada a pasear a Felipe, con un ocupante que feliz en su muerte saludaba a los perros que salían al paso del fúnebre…convoy. Sabida es la larga amistad que Gordiola cultivó con David Martínez, otro grande la poesía correntina. Ambos caacatianos se escribían cartas ya que David se hallaba radicado en Buenos Aires. Los dos publicaron su primer poemario con cinco años de diferencia, es decir en el 40 (Cancho) y en el 45 (David). En alguna de esas cartas Martínez le escribía lo siguiente: “¡Oh tu lejano acento y el mugido de quietud que alimenta tu poesía! Miro la tarde afuera…Me despido en tu umbral de acuarelas y guitarras. Tienes mis manos y quédame de guía Esa tu noche herida de cigarras”. Otros poetas como Alfredo Mariano García y Juan José Folguerá también le dedicaron poemas que acompañaban a las cartas que se escribían. (Este cronista insiste en remarcar el intercambio epistolar entre los poetas, porque hoy en día resulta acaso un anacronismo). Caá Catí lo recuerda. Tiemblan las casuarinas y la copla se desata. Las palabras del maestro Cancho siguen andariegas para “que la verdad se diga”; por algo debe ser…tal vez porque el corazón de Juan Carlos Ramón Gordiola Niella sigue en el mapa, un mapa plagado de estrellas. ¡Salud, poesía y libaciones! Muestrario mínimo Nocturnillo Cruz tirada en el suelo: tristeza de mariposa muerta. Masca la sombra voces antiguas que consuelan. Tenía yo una guitarra guardadora de canciones y ausencias... Pero hoy mis manos son de tierra. (La luna se hace blanda para untarles primavera). ¡Oh, manos ayer sapientes de caderamen y trenzas! Absurdo estoy bajo la noche, sólo con una absurda pena. Si es por pedir, he de pedir un ala para tajar esta quietud pueblera. (De La Aldaba Herrumbrada) Sonetos de la soledad 1 He de frenar la queja y el llamado y la ansiedad de voz y compañía, así me hiera el beso que se enfría desde otro antiguo beso congelado. Ni la protesta viva ni el callado presentimiento sangrarán mi vía. Por esta blanca soledad, tan mía, a nadie nada le será culpado. Diré que si estoy solo, buenamente, fue porque así lo quise, inconsecuente con el llanto, la risa y sus espejos... Para después, mintiéndole distancia, entablillar con un ciprés el ansia quebrada en horizonte de reflejos. 2 Ya se me da mi soledad entera con abandono de hembra conseguida: sacrificio total y resistida tiranía en el paso y su quimera. Como derrama tras viñedo y era un celarle minutos a la vida, se trueca en anhelada y en temida cartuja de panales y salmuera. Equitativa ronda, numerosa, viajando de las espinas hasta la rosa para fundarle bocas al desierto... Y a veces, casi material, me envuelve con ambiguos enigmas que resuelve la mesa desde un único cubierto. 3 Con cal y canto, canto esta clausura fronteras al polen y la abeja: mi huerto rola una vejez tan vieja que el pétalo desmiente singladura. Por eso acepta la mirilla oscura, sin acortar el paso que se aleja, tú que vienes en célula y conseja a replicar aldabas de ternura. Aunque quiera no puedo dar posada que se me nombra desposada esta amada y odiada soledad. No esperes ni aletazo de pañuelo que, sublimado en un dolor sin duelo, ya le niego saludo a la piedad. 10 En féretro de vidrios, abolida mi existir encerró su primavera, y esa guarda, lo sé, no es ni siquiera aquella de la niña adormecida. Nada del beso que le diera vida llega desde su fábula a mi espera, y al sueño tengo realidad frontera en estable vaivén de despedida. Ya me puedo tender junto al camino, quizá para saber de otro destino en árbol renaciendo vertical... Pero ha de ser si cuando el aire ronda puedo cantar, desde su herida fronda, como no pude nunca, por mi mal. (de Zona de penumbra)
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