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  • Dios «bendice» a la humanidad

    » Diario Cordoba

    Fecha: 01/06/2025 11:35

    Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión, narrada sugestivamente por el evangelista Lucas: «Y sacó a sus discípulos fuera, cerca de Betania, y levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, subiendo hacia el cielo». Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sus seguidores quedan envueltos en su bendición. Quizá, a veces, lo hemos olvidado, pero la Iglesia ha de ser en medio del mundo una fuente de bendición. En un mundo en el que es tan frecuente «maldecir», condenar, hacer daño y denigrar, es más necesaria que nunca la presencia de seguidores de Jesús que sepan «bendecir», buscar el bien, hacer el bien, atraer hacia el bien. Una Iglesia fiel a Jesús está llamada a sorprender a la sociedad con gestos públicos de bondad, rompiendo esquemas y distanciándose de estrategias, estilos de actuación y lenguajes agresivos que nada tienen que ver con Jesús, que bendecía a las gentes con gestos y palabras de bondad. Bendecir es, antes que nada, desear el bien a las personas que vamos encontrando en nuestro camino. Querer el bien de manera incondicional y sin reservas. Querer la salud, el bienestar, la alegría, todo lo que puede ayudarles a vivir con dignidad. Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia. No es posible bendecir y al mismo tiempo vivir condenando, rechazando, odiando. Bendecir es desear a alguien el bien desde lo más hondo de nuestro ser, aunque no somos nosotros la fuente de la bendición sino sólo sus testigos y portadores. El que bendice no hace sino evocar, desear y pedir la presencia bondadosa del Creador, fuente de todo bien. Por eso, sólo se puede bendecir en actitud agradecida a Dios. La bendición, -etimológicamente, el «buen-decir» de Dios-, hace bien al que la recibe y al que la practica. Quien bendice a otros se bendice a sí mismo. La bendición queda resonando en su interior como plegaria silenciosa que va transformando su corazón, haciéndolo más bueno. Nadie puede sentirse bien consigo mismo mientras siga maldiciendo a otro en el fondo de su ser. Los seguidores de Jesús somos portadores y testigos de la bendición de Jesús al mundo. Por eso, nuestro obispo, don Jesús, en la homilía de su toma de posesión, subrayó con fuerza que «evangelizar es vivir y anunciar el amor de Dios, su providencia amorosa, la esperanza que se alimenta de la fe en Él, pero es también poner los medios para devolver la dignidad propia de los hijos de Dios a aquellos que la han perdido, víctimas de la escasez de medios materiales, con relaciones sociales deterioradas o rotas, faltos de cultura y libertad, esclavizados por el vicio y el pecado». Hoy celebramos la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, implantada por el Concilio Vaticano II, que quizá sea la «cenicienta» de las «jornadas eclesiales del año», pero cuya importancia es enorme, ya que «la comunicación» es uno de los grandes volcanes de la humanidad. El papa Francisco, en su mensaje publicado en el pasado mes de enero, alertaba a los periodistas de «la necesidad de «desarmar» la comunicación, de purificarla de la agresividad, dando razón con mansedumbre de la esperanza que hay en nosotros». Y el papa León XIV, en su primer encuentro con los periodistas, señaló uno de los retos más importantes, el de «promover una comunicación capaz de sacarnos de la torre de Babel en la que a veces nos encontramos, de la confusión de lenguajes sin amor, a menudo ideológicos o sectarios». Asimismo, el Papa les pidió «una comunicación desarmada y desarmante que nos permita compartir una visión diferente del mundo y actuar de forma coherente con nuestra dignidad humana». En alta sintonía con esta Jornada Mundial de las Comunicaciones, quisiera evocar aquellas palabras de la Oración del beato Lolo, nuestro compañero andaluz: «Señor, pon en la frente de todos los que escriben, una proa que enfile el buen puerto que eres, y asegura a su nave un paisaje completo de obreros y operarios, estudiantes y madres, profesores y chicas. Que, a su vez, en el trato y al margen del oficio, sean semilla noble de ejemplo y de ternura. Que un periodismo al sol, claro y limpio como tu luz dorada, sea su guía». Con el verso del poeta: «La palabra de Dios / resbala por las piedras y me llega / a través de los hombres...».

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