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  • León XIII, Francisco y ahora León XIV: el historiador rosarino que descifra la reinvención del papado

    » El Ciudadano

    Fecha: 01/06/2025 11:16

    Daniel Zecca El historiador rosarino Diego Mauro escribió en colaboración con el español Vicente Díaz Burillo “La invención del Papado contemporáneo”, un libro que pone el foco en un momento bisagra de la historia de la Iglesia católica, cuando la figura de León XIII resignificó el rol del pontífice y lo proyectó al estado en que lo conocemos hoy, pero que también sirve para dimensionar la figura en la cual se basó Robert Prevost para elegir su nombre. En diálogo con El Ciudadano, el investigador del Conicet también analizó el impacto de la figura de Francisco y deslizó qué se puede esperar del nuevo sucesor de San Pedro. —Tu tema de estudio es la historia del catolicismo. ¿Por qué elegiste este campo de investigación? —Fue algo azaroso. Originalmente trabajaba en mi tesis doctoral sobre el PDP y la reforma constitucional de 1921, un tema que no me apasionaba, pero que era relevante por su vacío historiográfico. Durante esa investigación, descubrí la intensa movilización de la Iglesia contra esa reforma, como las multitudinarias congregaciones en el Santuario de la Virgen de Guadalupe en Santa Fe, donde el obispo celebraba la derrota electoral del PDP. Eso despertó mi interés. Al terminar el doctorado, orienté mi posdoctorado hacia la religión y la Iglesia católica en Argentina. —Existen muchos referentes en el estudio de la Iglesia en Argentina. —Sí, en los últimos 20 años se ha consolidado un grupo de investigadores, incluso con redes y espacios de estudio. Inicialmente abordé la dimensión política: la organización eclesiástica, la Acción Católica o intentos de crear partidos católicos, siempre enfocado en la primera mitad del siglo XX. Luego amplié a temas como la Democracia Cristiana y las devociones marianas. —¿Cómo derivaste al estudio del papado? —Tras investigar devociones marianas (Luján, Guadalupe) en un libro colectivo, me enfoqué en el papado de Francisco y luego en la institución papal en general. Y de ese tema sale este libro, donde la hipótesis es que el papado contemporáneo como lo conocemos hoy surge a fines del siglo XIX, cuando se reinventa tras perder los Estados Pontificios en 1870. De ser una monarquía territorial decadente, pasó a ser una autoridad global. Ese proceso es el núcleo del libro. —¿El libro gira en derredor de un período histórico donde el papado casi desaparece? —Exactamente, esa es la idea. A fines del siglo XIX, muchos cronistas y analistas periodísticos de la época, especialmente en diarios europeos católicos, consideraban que el papado como institución estaba en declive. En 1870 ocurre un hecho militar crucial: la caída de Roma, que hasta entonces estaba bajo control papal. Hasta 1870, el Papa era un monarca. La retórica oficial de la Iglesia habla de 2.000 años de continuidad, pero en realidad hubo una gran discontinuidad. Durante al menos 300 años, incluso casi 1.000, el papado fue una monarquía en el contexto europeo. El Papa gobernaba, sofocaba revueltas, cobraba impuestos y formaba alianzas con otras monarquías. Y su reino eran los Estados Pontificios. —¿Qué regiones abarcaban los Estados Pontificios? —Los Estados Pontificios eran una región importante en el centro de Italia. Sin embargo, se volvieron cada vez más débiles económicamente. El Papa vivía endeudado, sin un ejército fuerte, dependiendo del apoyo militar de monarquías católicas, como Austria o Francia. En el siglo XIX, tras la Revolución Francesa y el surgimiento de los estados nación, la situación empeoró. Pío IX adoptó una postura intransigente: rechazó el liberalismo, la democracia, los estados nación y cualquier cambio moderno. Perdió territorios frente al avance de la unificación italiana, lo que aumentó el antipapismo y el anticlericalismo en Italia. Y en 1870, con la guerra franco-prusiana, Francia retiró sus tropas de Roma, lo que permitió su caída. El Papa se refugió en las 44 hectáreas del Vaticano, encerrándose durante 8 años y negándose a reconocer al nuevo Estado italiano, hasta que muere. Si bien implementó reformas clave, como el óbolo de San Pedro, un sistema de financiamiento basado en donaciones globales, y fue el primer papa en dejarse fotografiar, Pío IX no aceptó la nueva realidad. Muchos católicos interpretaron esto como un signo apocalíptico, mientras otros, especialmente en EE.UU., que les había ido relativamente bien con la modernidad, vieron que el Papa podría convertirse en un líder espiritual global, liberado de las limitaciones de un estado temporal. Con León XIII, el que sucede a Pío IX, el papado dejó de buscar recuperar los Estados Pontificios y se enfocó en construir una red diplomática global. León XIII entendió que el papado podía ser más influyente como autoridad moral que como monarca. —No vamos a ahondar cómo fue que León XIII logró todo esto, porque para eso hay que leer el libro, pero sí podemos detenernos en su figura, también para entender por qué el nuevo papa eligió ese nombre. —León XIII fue clave en la reinvención del papado y es el más importante de los papas contemporáneos. En encíclicas como Inmortale Dei, argumentó que la Iglesia nunca debió ser un reino terrenal, que eso fue un error. Y que la misión es ser guía de una comunidad global, transnacional de fieles católicos. Y después dijo que Pío IX tenía razón con las condenas al liberalismo, a los estados nación, pero que en realidad lo que quería decir es que podía haber libertad buena o mala, estados nación buenos o malos, la democracia podría ser anticlerical o cristiana… De repente, todo el lenguaje político de la modernidad, que era mala palabra para Pío XI, para León XII era una cuestión de adjetivación. En Rerum Novarum, abordó la cuestión del trabajo, distanciándose del capitalismo y el socialismo, promoviendo una tercera vía. —Una especie de tercera posición. —Bueno, sí, muchas ideas del peronismo están reflejadas en la Rerum Novarum. La idea de justicia social, de salario justo, de conciliación de clases, también la idea del respeto a la propiedad, que hay que respetar pero ese respeto tiene límites, porque tiene una función social. Esta encíclica cuestiona al capitalismo pero más claramente a la salida anticapitalista. Y esa encíclica es muy buena también, porque ahí lo que hace León XIII es decir, «bueno, basta con esto de estar leyendo todo esto como el signo del fin de los tiempos. No va a venir el fin de los tiempos, Jesús no va a venir todavía, falta un montón. Entonces, como falta un montón tenemos que construir el reino en la tierra. Tienen que salir a militar, nada de quedarse en la sacristía”. Esta idea de un catolicismo que sale de nuevo a catolizar la modernidad, a volverla más cristiana. Entonces, pide que creen sindicatos, creen asociaciones, creen partidos políticos. El “salgan y hagan lío” de Francisco uno podría leerlo en esa clave. Y eso me parece que es muy importante porque saca a los católicos, los pone movilizados, y al mismo tiempo le permite al papado ir reconstruyéndose. Porque ahí pone en marcha una red diplomática muy robusta, que va creciendo, empieza a ser árbitro de conflictos internacionales… Capaz que con otro papa, como Pio IX, de verdad se termina el papado, porque esa es la idea del libro: este resultado no era el único posible. O sea, pudo haber terminado el papado como institución. O tener un papa con otro perfil, no como un jefe de Estado. —¿Qué representó Francisco en la historia de la iglesia? —Bueno, yo creo que el de Francisco va a ser otro de los papados importantes, como el de León XIII. Es un papado que salió de una situación de una crisis muy profunda, en 2013, una crisis importante. Si la historia del libro muestra el éxito de la reconstrucción de la autoridad papal, uno podría decir que ahí, digamos, sobre el final de Juan Pablo II y el periodo de Benedicto XVI, hay como una crisis de ese éxito. Como un momento en el cual se suman los problemas, los casos de abuso, la denuncia de corrupción en el Vaticano, las filtraciones de los vatileaks, un papado como el de Joseph Ratzinger, sin reflejos políticos, un intelectual, un académico, y la renuncia de él, un hecho revolucionario, porque hay que ir muy atrás para encontrar un papa renunciante. Yo creo que lo buscan a Bergoglio porque tenía muchos pergaminos interesantes para ese momento. Por la capacidad de gestionar una diócesis difícil como la de Buenos Aires, la iglesia argentina, un perfil totalmente distinto. Un hombre de acción, con mucha muñeca política. Francisco me parece que fue muy exitoso en ese proceso. Por lo menos fuera de la iglesia, te diría que es muy exitoso. A nivel internacional logró que ya no estemos hablando de abusos, por ejemplo. No estamos hablando de eso, no son los temas de agenda de la Iglesia Católica, sino su intervención constante y recurrente sobre todos los temas relevantes del mundo contemporáneo. La proyección del catolicismo como un humanismo social muy importante, como una voz de peso en la discusión económica, ecológica, social, cultural, a nivel internacional, un tipo muy reconocido como un interlocutor válido por buena parte del espectro ideológico. Y que además puso en marcha una serie de reformas internas: el Sínodo de la sinodalidad, una actualización de la Doctrina Social de la Iglesia, una iglesia de puertas abiertas, la iglesia donde ejercer la misericordia, donde todos pueden estar y de algún modo difumina la frontera del adentro y del afuera, que es lo que más tensiones generó en el mundo conservador, en el ala tradicionalista, donde directamente lo ven como casi un hereje, un antipapa. El de Francisco fue un papado que relanzó al catolicismo y le dio una hoja de ruta para reinventarse de cara al siglo XXI. Yo creo que con mucho más éxito del que uno hubiera imaginado cuando arrancó. —¿Y quién es León XIV? —Yo te diría que es un papa en continuidad, porque es un hombre que Francisco potenció de manera directa. Estaba en un lugar muy importante en el Vaticano, que era el Dicasterio para los obispos, una oficina técnica que asesora al papa en la designación de los obispos de todo el mundo. De hecho, figuraba entre los papables. No en el primer pelotón, pero estaba. Lo que le jugaba contra en parte era que se lo veía muy cerca de Francisco. Después, uno podría decir que es una continuidad con un estilo más cauto, más moderado. Me parece que en términos de doctrina, en términos de moral, no sé si definirlo como más conservador, pero menos abierto a la innovación y a las declaraciones habituales de Francisco. No lo veo una persona tan proclive a dar entrevistas constantemente, a hablar con los medios, a recibir gente. —¿Más cuidadoso con la palabra? —Mucho más cuidadoso y eso tiene que ver con que el desafío que tiene ahora, me parece, ya no es relanzar al catolicismo, porque eso lo hizo Francisco, sino mantener la cohesión interna. Me parece que el desafío de él ahora es ver cómo hace para contener, no a los sectores más de la extrema tradicionalista, pero sí a un ala conservadora que estaba muy descontenta con estas definiciones tan aperturistas de Francisco. Un sector que quiere un papa que se atenga más al libreto, también a las formas. Por eso me parece que Robert Prevost optó por atenerse mucho más al ritual tradicional, y se queda en el Palacio Apostólico. Elegir León, uno de los grandes nombres de la historia de la Iglesia, que uno lo puede ahí hacer un doble juego: decir bueno, elige León XIV, como él mismo dice, por León XIII. Pero también porque León es un gran nombre de la historia de la iglesia. Entonces, si Francisco había hecho todos gestos de ruptura, y elige Francisco, que era el primero, o sea, inicia como una saga, se viste de blanco, ahora me parece que el éxito de Francisco le permite también a Prevost decir, «bueno, yo puedo apoyarme en la historia de la iglesia, porque ya no es mala palabra. Y además así también le ofrezco una prenda de paz a los sectores más duros». Y hasta ahora los gestos que viene tomando viene dando uno para cada lado. —¿A qué te referís cuando hablás de sinodalidad de Francisco? —El sínodo es una reunión de obispos, que se hace en Roma. Lo que hizo Francisco es convocar a un sínodo para pensar la sinodalidad, que es como decir pensar la participación. Una reunión para pensar cómo se puede hacer más participativa la iglesia. Y definió que en esa reunión de obispos iban a poder participar también laicos, también mujeres, y que iban a poder votar. Y que eso se iba a hacer de abajo para arriba. Toda una estructura que va subiendo de manera piramidal hasta que se hicieron una serie de reuniones en Roma. La última reunión del 2024 se hizo para discutir un montón de temas que estaban ahí pautados, por ejemplo el diaconado femenino, la relación con la comunidad LGBT, las bendiciones de pareja de divorciados, de homosexuales, un montón de temas muy controvertidos. Los resultados fueron mucho más moderados de lo que los sectores progresistas querían. Obviamente para los sectores tradicionalistas el sínodo mismo era un problema, porque era subvertir el principio de autoridad, que voten mujeres por ejemplo. Prevost reivindica el sínodo, que ellos llaman una cultura sinodal, de participación y de debate interno. Pero en cuestiones de moral, por ejemplo, en el instituto de la familia sacó a un hombre que había puesto Francisco y puso a uno mucho más conservador. Una para cada lado.

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