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  • “La clave para gestionar el dolor: practicar la incomodidad a diario”. Mariano Sigman explica por qué el cuerpo responde según lo que creemos posible

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 01/06/2025 02:43

    El vínculo entre dolor y placer aparece en experiencias como el deporte, el amor, la crianza o el sexo, según describe Sigman En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, Mariano Sigman, destacado neurocientífico reconocido globalmente por sus contribuciones al entendimiento del cerebro y su conexión con múltiples ámbitos de la cultura y la tecnología, se adentró en los misterios de la mente humana desde una perspectiva tanto científica como emocional. A partir de su propia experiencia física al límite, reflexionó sobre la capacidad del cuerpo y la mente para tolerar el dolor. Además, compartió conceptos clave de su último libro, como la resignificación del sufrimiento, el impacto de la memoria en la identidad y el valor de nombrar lo que sentimos para gestionarlo mejor. Podés escuchar el episodio completo en Spotify y YouTube. Mariano es un neurocientífico argentino de reconocimiento internacional, especializado en la neurociencia de las decisiones, la educación y la comunicación humana. Obtuvo su doctorado en la Universidad Rockefeller de Nueva York y fue investigador en París antes de regresar a la Argentina, donde fundó el Laboratorio de Neurociencia Integrativa en la UBA (Universidad de Buenos Aires). Es uno de los directores del Human Brain Project, el mayor esfuerzo global por entender y emular el cerebro humano. A lo largo de su carrera, ha trabajado con artistas, cocineros, magos y ajedrecistas para vincular la neurociencia con la cultura, y ha desarrollado una destacada labor de divulgación científica en medios, libros y conferencias internacionales. Es autor de los libros La vida secreta de la mente, El poder de las palabras y Artificial, todos con gran repercusión a nivel internacional. Su último libro, Amistad, es un ensayo coescrito con el escritor Jacobo Bergareche que indaga en la naturaleza de la amistad a través de una combinación de ciencia, filosofía y testimonios personales, ofreciendo una visión profunda y diversa de este vínculo humano esencial. Sigman propone estrategias para regular emociones como la curiosidad ante el dolor, la distracción controlada y la aceptación gradual (Imagen Ilustrativa Infobae) — En tu libro mencionás una experiencia de infancia que influyó en tu relación con el deporte. ¿Podrías compartirla? — Sí, yo era chiquito, debería tener unos 8 u 9 años e iba a un colegio en Barcelona, muy tradicional y exigente. En tercer grado había un cross, una prueba muy esperada y temida. Salimos a correr y entendí que no iba a ganar. En la primera subida empecé a marearme, se me nubló la vista, sentí vértigo, como si se me fuera el alma, y colapsé físicamente. Yo tenía 8 años, era muy bueno para las matemáticas, tenía una enorme facilidad para el pensamiento abstracto, y ahí empecé a construir una idea de que era bueno para los números y malo para los deportes. Ese equilibrio de “uno y uno, quedé empate” fue mi manera de no denostarme. Uno se protege diciendo: “No sirvo para esto, pero soy bueno en esto otro”. Pero así también se prohíbe cosas que quizás desea. Mi vida siguió así. A los 42 años me vine a Madrid, con un problema cardíaco leve, con sobrepeso y físicamente mal. Llegué buscando un cambio. Mis hermanos hacían viajes duros en bici y yo quería ser parte de eso. Me compré una bici sencilla, empecé a salir y me gustó. Dos o tres años después ya hacía 70 kilómetros. Me iba muy bien. Cerca de Madrid está la subida de la Morcuera, un lugar emblemático. Me propuse hacerla en menos de 30 minutos. Entrené y cuando la hice fui al límite, al punto de no ver, con los ojos cerrados. Llegué, logré mi tiempo y otra vez sentí vértigo, mareo, esa sensación de drenaje total. Y ahí entendí: era la misma sensación que había tenido en el cross del colegio. Pero de chico pensé “no sirvo para el deporte” y ahora pensé “esto me gusta tanto que puedo dar todo hasta el final”. La misma sensación, una vez me limitó, otra vez me potenció. Y ahí arranca el libro: cómo podemos resignificar nuestras historias. La duda, dice Sigman, puede ser una herramienta poderosa para revisar creencias y fomentar una actitud de humildad frente al conocimiento — ¿Te acordás qué te dijiste a vos mismo en esos minutos que fueron imposibles? — Poseía un montón de herramientas que yo tenía asimiladas mentalmente. La primera, simplemente saber que podés y, hay todo un efecto en psicología, que se llama “el efecto esperanza”. Esto es famoso entre los montañistas que cuando ya saben que no tienen salida los llaman y les dicen: “Estamos yendo”, lo que los mantiene es la esperanza porque hay un momento que mientras vos tengas esperanza, sacas energía de donde no imaginas que esté. Eso es una primera idea que simplemente sabés que podés porque has hecho cosas parecidas, y otra es no saber que podés en el sentido justamente de una locura de decir “porque yo sabía que no podía hacerlo en 20 minutos, pero en 30 sabía que sí”, o sea que había entrenado suficiente, que yo sabía racionalmente que sentía que no podía pero sabías que eso era una ilusión y eso es muy importante. No hablo de una esperanza ciega porque yo había trabajado mucho para eso, lo había subido en 35, en 34, en 33, había hecho los pasos necesarios. Creo que lo más importante de todo es entender que el cuerpo te empieza a dar señales pero que vos tenés que gestionarlas y que podés gestionarlas, es entender que tu cuerpo te está cuidando de algo que no hace falta que te cuides, que no es siempre el caso, a veces el miedo te previene de cosas, entonces vos lo escuchás al miedo, está bien que lo escuches, pero hay momentos en los que decís: “No, gracias, porque yo sé que esto lo puedo hacer”. Lo segundo para mí que es fundamental, que yo lo trabajo mucho en el libro, que se llama “resignificación” y creo que esa es la idea más importante que es que hay un momento que realmente es doloroso, sentís dolor en las piernas, pero el ciclismo se trata de convertir ese dolor en placer. Hay muchas situaciones de la vida que son dolorosas y placenteras, la más simple y más fácil de contar es el picante. Vos te comes algo que es picante, eso es doloroso y lo primero que sentís cuando una persona prueba el picante por primera vez es dolor. Pero después uno aprende a resignificar eso y decir: “Esta experiencia que es la misma experiencia que siento en la lengua de ardor y de cierta punción en la lengua y que activa los mismos receptores, que va a los mismos lugares del cerebro, yo la pienso como algo que es atractivo, que me gusta y puedo disfrutar ese dolor”. Y muchos podemos disfrutar; es decir, dos nenes que juegan una pulseada y que se están matando y que les duele el brazo lo pasan bien y están disfrutando, no deja de dolerles; una persona que le gusta hacer fierros y que levanta hasta el límite y que lo hace aprende a gestionar el dolor. Hay situaciones que son más difíciles de contar pero pasan también: en el amor, en el sexo hay muchas situaciones donde de manera prudente y clara y linda con algo que en algún momento tiene que ver con el dolor… La resignificación del dolor es uno de los ejes del libro Amistad, que explora emociones desde la neurociencia, la filosofía y vivencias personales — En el amor, ¿en qué sentido el dolor es igual al placer? — Bueno, en el amor justamente casi por definición es un sentimiento obnubilante y desesperante, y todos los poemas de amor son de alguien que está desesperado, que vive la mayor de sus alegrías pero luego la mayor de sus desgracias y una tristeza tremenda, y una ansiedad. Y no aguantás un segundo sin esa persona. Pero todo eso lo comprarías mil veces, si te dicen: “Ahora podés elegir una vida en la que no experimentás eso o experimentás eso”, casi todo el mundo elige experimentarlo y el amor, por supuesto, tiene lugares muy bellos como cuando finalmente subís a la montaña y llegás y terminaste, es muy hermoso. Pero tiene lugares que si uno lo piensa son muy dolorosos. La crianza, es decir que tener un hijo o una hija es algo que está plagado de dolor, empezando por dolor físico, el parto es tremendamente doloroso, después no dormís durante días y eso está lleno de momentos que se parecen, entre comillas, a una subida en bicicleta y casi todo el mundo lo haría mil veces otra vez. Muchas de las experiencias más relevantes de nuestra vida y la que más nos motiva, como por ejemplo el montañismo, si vos ves a una persona subiendo a una montaña y vos le sacás una foto en un momento cualquiera, la cara no es de placer, no es el placer hedónico, pero tiene tanto significado y eso le da sentido a la vida. Nosotros tenemos esa enorme capacidad de soportar la adversidad, ciertas adversidades, cuando tenemos algo que nos dé mucho significado, para mí la metáfora del deporte en los que lo conocen y los que lo han hecho es el ejemplo más claro de todos. Yo sentía mucho dolor pero estaba disfrutando. Según Sigman, el efecto esperanza brinda energía en situaciones límite y ha sido documentado en montañistas atrapados en condiciones extremas (Imagen ilustrativa Infobae) — Joe Rogan dice: “Orquesta tu propio caos”. ¿Creés que es mejor elegir tus propios desafíos antes que esperar a que la vida te imponga los suyos? — Es cierto que a veces también es necesario armarse ciertos espacios de resiliencia en los cuales aprender es cómo gestionar con el dolor bien, como el deporte. Yo creo que el deporte es un buen ejemplo donde tenés una medida de lo que es realmente que te duela el cuerpo y aprender a pasar por cierta adversidad en un espacio sano. Si lo pensás inmunológicamente, es como esa idea de Michael Jackson de vivir con una especie de bola de cristal en el que no hay ningún virus ni nada, entonces todo está perfecto pero un día salís a la calle y te morís, porque tu cuerpo no está acostumbrado a ninguna forma de adversidad, a ninguna forma de resiliencia. Yo creo que hay algo bueno en la educación de entrenar la frustración, la adversidad, la buena capacidad de sufrimiento, el poder gestionar y entender que no es el fin del mundo. A través del ciclismo, el autor explora cómo el cuerpo avisa de sus límites, pero también permite superarlos si se resignifica la señal de alarma — Quiero entrar en algunos temas del libro. El primero es cómo a veces no tenemos las palabras para nombrar lo que sentimos y terminamos confundidos. El segundo, cómo la memoria moldea nuestra identidad, aunque esté llena de ficciones. Y el tercero es cómo podemos resignificar emociones equivocadas para salir de loops mentales negativos. — Cuando le ponés nombre a las cosas lo hacés para entenderlas, para describirlas, para poder expresárselas a otra persona, pero también a vos mismo. Tenemos un automatismo muy rápido por ponerle etiquetas a las cosas. En general, las experiencias son mucho más ricas que las pocas palabras que utilizamos para describirlas. Y una cosa que está muy estudiada justamente en gestión de emociones es que la gente que tiene mejor vocabulario para contar lo que le pasa suele gestionarlo mucho mejor. El ejemplo más clásico es de gente que se iba de viaje, de campamento. Entre el frío, que dormís en un piso muy duro, comés polenta sobrecocinada, caminás un montón, estás cansado. No es una experiencia muy agradable. Pero pasan los días, volvés a tu casa y cuando ves las fotos decís: “¡Qué increíble! ¡Qué lindo!” y todo lo que había sido con cierta adversidad, de repente se convierte en algo que lo resignificaste y se vuelve como una experiencia encantadora. ¿Por qué? Porque de repente empezás a agarrarte de cosas que son reales, que estuvo muy bueno estar con tus amigos esa noche tocando la guitarra en ese lago, en ese momento al cielo, viendo las estrellas y algunos detalles que en otro momento te obnubila, como el frío que sentías, que desapareció de la historia de tu recuerdo. A mí me pasó cuando yo tenía 18 años en un viaje a La Paloma, Uruguay, tuve algo que yo creo que hoy, 30 años después, pienso que fue algo que parecía una crisis de pánico, pero yo no sabía lo que me pasaba y no tenía nombre para mí. De repente pensé que tenía miedo a morirme pero no entendía, después me ponía a llorar desconsoladamente, quería volver pero no sabía ni para qué quería volver, no sabía lo que quería, me estaba pasando algo que era la primera vez que me ocurría y estaba experimentando algo. Entonces la razón para ponerle palabras a las cosas es justamente para darle entidad. Yo sé que lo que me pasa es algo que le pasó a otra persona, que es algo que no dura toda la vida, que va a dejar de ser porque tiene título, es un bicho conocido, es un elefante, vive en tal lugar, es una jirafa. Entonces, vos le ponés nombre a las cosas para entenderlas, para describirlas, para poder expresárselas a otra persona pero también a vos mismo, para que dentro de diez años yo diga: “Esto es lo que me pasó” o que si querés llamar a alguien por teléfono y que te ayude decirle qué es lo que te está pasando. Entonces intentás utilizar el lenguaje para darle entidad a algo. Una cosa que está muy estudiada justamente en gestión de emociones es que la gente que tiene mejor vocabulario para contar lo que le pasa suele gestionarlas mucho mejor porque justamente no entrás en ese lugar desolador de que no solo te ocurre algo, sino que además no tenés ni idea de qué es lo que está ocurriendo, entonces entras en ese loop un poco de locura que no sabés de si va a parar o no, ni cómo para, ni cómo hago para controlarlo, entonces ahí es donde las palabras dan calma. Hay algo que está en el corazón del lenguaje, de la amistad, de la terapia, y que es lo contrario a la soledad, que es entender que tu experiencia es compartida, y eso viene a partir del lenguaje. De hecho, hay gente que tiene predisposición más pesimista o más optimista, está estudiado eso. Hay gente que para cualquier cosa de la vida que le pasa, va a un laburo y no funciona y dice: “Bueno, aprendí algo, hice esto, hice lo otro”. Va un día a un bar y no le sale nada pero se queda con que probó un trago y tiene siempre la capacidad de agarrarse a ese pedazo de su propia experiencia que lo hace más feliz. Sigman destaca que las personas con mayor vocabulario logran identificar y canalizar mejor lo que sienten en situaciones difíciles — Cuando estás por caer en la ansiedad, la ira o una emoción negativa, ¿qué herramientas usás para salir de ese estado? — Bueno, eso genéricamente es lo que se llama “el campo de la regulación emocional”, que es aprender a amortiguar las emociones, a canalizarlas, a llevarlas, para que te permitan tener la mejor experiencia posible. Una que es la más común y que sirve en algunas situaciones y en otras no, es la distracción. Lo que tratás es de obnubilar ese sentimiento con uno que sea más grande y que lo apague, eso te puede funcionar una vez si necesitas un botón de emergencia, pero como la manera de resolver las emociones es mala, porque si esa emoción persiste termina tomando más magnitud y porque en general lo que tenés que hacer para apagar una emoción muy grande es peor el remedio que la enfermedad. La distracción es útil pero es una herramienta que hay que utilizarla en situaciones extremas y es un recurso para utilizar con mucho cuidado. Ahí vienen dos recursos más: uno es la resignificación. Yo lo utilicé mucho cuando tuve un accidente con el dolor, es realmente hacer el ejercicio de darle otra narrativa a esa experiencia, esta es la esencia, no tratás de apagarla, yo siento dolor, me duele, me duele la cadera. Ese dolor yo lo experimento, pero de repente me pongo en un modo un poco casi hasta curioso de esa experiencia, pero esas cosas ayudan mucho. Me duele, pero ¿qué es el dolor? ¿y dónde lo siento? ¿y cuándo va a terminar? ¿Es como un picor? ¿me lo puedo aguantar? ¿y si respiro? Entonces empezás a mirarlo como con curiosidad… El autor sostiene que la regulación emocional no se logra con fórmulas mágicas, sino con práctica, paciencia y múltiples herramientas combinadas (Imagen Ilustrativa Infobae) — Como de afuera, digamos. — Y de afuera, cierta distancia y con curiosidad, con la curiosidad de las experiencias de la vida, decís “puta, estoy vivo, siento dolor, pero siento dolor porque siento”. Entonces ahí lo que tenés que hacer para mí son dos cosas, algunas son puramente metódicas: respirar, distraer, diluir, resignificar y la última es aceptar. Y por aceptar lo que quiero decir es que muchas veces las experiencias que sentimos son muy malas porque las volvemos repulsivas, te agarra ansiedad y de repente esa ansiedad te da más ansiedad, más ansiedad, más ansiedad, y en un momento todo eso explota. No es que no pasa nada, la voy a pasar mal, pero esto mañana va a ser un recuerdo y, sé que suena simple pero, te la bancás, en el sentido de que no le das a eso más gravedad que la que tiene. Eso es típico en meditación. Una cosa muy importante es entender que ninguno de estos procedimientos son mágicos sino que son graduales. Hay gente que, y esto empieza desde muy chiquitos en nenes y nenas, que cuando se caen, les duelen las rodillas y es como que todo el foco está puesto en su dolor y es como que su mente está obnubilada por lo que les está pasando. Hay otros que de repente se caen, pero la jugada sigue y están más concentrados en la jugada entonces se levantan y siguen corriendo, esa gente experimenta menos dolor, entonces ves otra herramienta que te permite cambiar tu emoción, darte cuenta que lo que pasó en tu rodilla no es tan importante como lo que está pasando en la cancha, y de la misma manera lo que está pasando en tu rodilla no es tan importante como lo que está pasando en el universo. Hay un momento en el que decís: “Bueno, estoy en el avión, la estoy pasando mal, tengo miedo” o “me duele la rodilla, siento dolor” o “me duele la muela”, pero entendés que eso es un pequeño ápice de todo, hay otra persona que está ahí que también la está pasando mal, hay otra ahí que se está riendo, un nene que está naciendo, ahí hay un señor que se está muriendo, acá hay dos personas que se están amando y eso que a vos te parece que es todo el centro de la experiencia universal, es nada más que lo que te está pasando a vos y cuando eso pasa, cuando lográs hacer eso y contemplar que vos sos parte de un universo mucho más grande y mucho más vasto, eso diluye tu experiencia y eso hace que vos te focalices en las otras cosas que están pasando y que, por lo tanto, el foco mental en tu propia obsesión, en tu experiencia sea un poco menos grande. Es como al final decir: “Yo no soy tan importante, mi miedo no es tan importante, mi dolor no es tan importante en el universo” y en el momento que también te agarrás de eso, eso lo diluye, lo aliviana. Eso solo no ayuda, la resignificación sola no ayuda, la distracción sola no ayuda, pero cuando tenés todas estas herramientas tenés una buena paleta. Si querés, tenés un rango enorme para mejorar tu experiencia emocional, requiere trabajo, esfuerzo, voluntad, pero hay mucho más rango del que uno piensa y yo creo que vale la pena porque al final esto es lo que decían también los estoicos: “al final uno es su experiencia mental”. Para Sigman, la educación emocional debe incluir entrenamiento en frustración, tolerancia al sufrimiento y resiliencia ante la adversidad (Imagen Ilustrativa Infobae) —Decís que tu vida “es una oda a la duda”. ¿Podés explayarte sobre eso? ¿Qué significa para vos? — Yo creo que hay una tensión entre las cosas más placenteras y más arduas, hay una tensión sobre las certezas y las incertidumbres. Y es una tensión desde muy pequeño. A los chicos muy chiquitos les encanta que les lean todo el tiempo el mismo cuento porque saben cómo termina, entonces es un lugar de una enorme calma porque justamente no hay duda, no hay incertidumbre y eso te da cierto confort. Hay otro momento en la vida en la cual es al revés, de hecho la idea del spoiler, cuando vos decís: “No me spoilees algo” ¿qué significa? “no me quites el placer de la incertidumbre de no saber cómo termina esta película, este partido, esta relación, esta historia”, porque justamente hay algo donde uno hace un elogio del desconocer algo, de algo que uno no sepa. Entonces, creo que nosotros alternamos y hay distintas predisposiciones entre gente que busca certezas porque calman y gente que busca incertezas porque al revés, eso te abre mundos, porque te da curiosidad, porque te pica, porque te invita a tratar de descubrir. Me parece que ese ejercicio de poner en duda a unas creencias más fuertes que tenemos es muy sano y yo pienso además, en particular, hoy y en este momento del mundo, que si ejerciéramos más eso, con esa vocación, las cosas serían un poquito mejor, o sea que simplemente esa disposición. Esto, ojo, cuando yo digo “poner en duda” no quiere decir que uno después no tenga sus opiniones respecto a las cosas y además vos podés poner algo en duda y volver a la misma certeza, podés decir: “Mirá, yo estoy convencido de que esta es la mejor manera de hacer algo”, “bueno, ¿qué tal si no?”, y decís: “Es cierto, la mejor manera es la que tenía antes”. Pero te atreviste a ponerla en duda, hay algo de valentía de no tenerle miedo a eso y un gesto de humildad, yo creo que algo de humildad que nos hace bien. La metáfora de “no soy tan importante” ayuda, según Sigman, a relativizar el dolor individual dentro de un universo compartido con otros

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