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  • Cafetines de Buenos Aires: un refugio con aires venezolanos para atraer a raros lectores analógicos

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 01/06/2025 02:43

    A unas cuadras del estadio Diego Armando Maradona se encuentra el café literario con tonada venezolana Los cafés y bares de Buenos Aires están atravesados por historias de inmigrantes. La segunda mitad del siglo XX se nutrió de gallegos y asturianos que dejaron una huella que, en algunos casos, perdura hasta la actualidad. Hoy traigo en esta nota una semblanza que describe los nuevos tiempos. Es la descripción de otra diáspora. Este relato es sobre el café literario Ifigenia. Y del exilio de su dueña venezolana, Isabela Nouel. Pero también habla de nosotros. Ifigenia está ubicado en la esquina de César Díaz y el pasaje El Método, Villa General Mitre. Se presenta como café literario, actividad comercial casi extinta en Buenos Aires. No es una librería con café, tampoco un café con biblioteca que los hay en cantidad. Como reza su bajada conceptual “en este rincón se lee”, o sea, es un café para ir a leer. Ifigenia abrió en 2022. Antes, en su lugar, funcionó un pequeño almacén y luego un showroom de muebles para bebés. La esquina estuvo cerrada durante ocho años por temas sucesorios, es por eso que el vecindario se alborotó cuando empezó a ver movimiento dentro del local. La propuesta los desconcertó. Hasta que de a poco fueron conociendo la historia de vida de Isabela y juntos ensamblaron una nueva familia. Los libros rotan por las mesas de Ifigenia ¿Y qué distingue a esta crónica de una inmigrante al frente de un cafetín de tantas otras? En principio, el país de origen: Venezuela. Luego, la anécdota es reciente. Por último, se explica a partir de nuestras propias características como sociedad y país. La primera vez que Isabela Nouel vino a la Argentina fue en 2014. Lectora empedernida, quiso conocer ese país que imaginaba a través de los textos de Julio Cortázar o las tiras de la Mafalda de Quino. Estuvo dos semanas instalada en Caballito, en la casa de unos primos. El viaje —de placer, en Venezuela había quedado su hijo Nicolás al cuidado de las abuelas— coincidió con el Mundial de Fútbol que se disputó en Brasil. Cuando se jugó la semifinal contra Países Bajos, Isabela acompañó a sus primos hasta la Plaza San Martín donde se transmitían los partidos en pantalla gigante. Con los penales que dieron el pase a la final se desató una fiesta popular sin distinción de clase ni origen. “Esto es pasión, yo quiero vivir así”, pensó. En Venezuela, Isabela era una librera particular. Gestionaba un pequeño espacio llamado La Guarida. Su catálogo lo armó comprando libros a sus connacionales próximos al exilio. Los visitaba antes de la partida, revisaba el material y adquiría aquello de su interés. Luego conectaba libros con lectores y los comercializaba por toda Venezuela. Llegó a tener 2000 títulos. En La Guarida, además, se dictaban talleres, se armaban clubes de lectura y se formó una comunidad. La pastelería del lugar es altamente recomendada Cuando la crisis venezolana se profundizó, Isabela tomó la decisión de apostar por ese país pasional y periférico que había vivenciado. Vendió su auto y reunió 6 mil dólares como todo capital. Cuando lo comentó entre amigos, uno, preocupado, le dijo: “¿Sabés que en la Argentina existe una iglesia maradoniana? ¿Sabés que están todos locos?”. Justamente, esa locura fue la que activó la decisión a Isabela. Corría 2016. Habían pasado solo dos años de su visita previa. Nicolás, su hijo, tenía 11 años. Con visión de futuro le había hecho firmar una autorización de viaje al padre, por entonces ausente. El problema eran los libros. ¿Cuáles traer? ¿Qué recorte debía hacer? Las pocas prendas que trajeron las metieron en dos mochilas. Para los libros utilizaron cuatro maletas. Sólo le entraron ochenta. Fue su Vuelta a Buenos Aires en 80 libros. Nadie fue a despedirlos al aeropuerto de Caracas. La familia se quedó en Valencia, el pueblo de origen, distante a 300 km de la capital. Todos temían que las lágrimas de despedida revelaran el real motivo del viaje: el de una madre con su hijo que no tendrían retorno. En ese momento, los pasajes para salir de Venezuela debían emitirse con la vuelta. En el caso de Isabela y Nicolás, los tickets informaban que el total de días en Buenos Aires serían cinco. Sobre una mesa del café: el libro que ayudó a Isabela a salir de Venezuela y una estampita de San Diego El paso por la aduana y el despacho de valijas resultó sin inconvenientes. Pero cuando estaban en la sala de embarque, por los altoparlantes, solicitaron la presencia de Isabela Nouel ante las autoridades. Cuando Isabela se presentó en la bodega las cuatro maletas estaban abiertas de par en par. “¿Qué significa esto?” preguntó el policía aeroportuario. Isabela no pudo dudar y respondió “Son parte de la biblioteca familiar y van de regalo para Argentina”. El agente aeroportuario no emitió juicio. Su silencio exigía mayores explicaciones. Rápida, Isabela observó un libro de color celeste “Miscelánea venezolana” que podía resultar su salvoconducto. Lo tomó y leyó un párrafo. El libro es material de lectura en toda casa venezolana. Uno de los cuentos menciona al bisabuelo de Isabela. Al terminar la lectura dijo: “Mi mamá quiere enviárselo a mis primos”. El agente tampoco se expresó. Solo cerró las valijas y con un gesto ordenó a Isabela a volver a la sala de embarque. Isabela y Nicolás llegaron a Buenos Aires en agosto de 2016. Lo primero fue conseguir dónde vivir. Por los avisos clasificados consiguieron un monoambiente en Belgrano. Isabela pagó los meses de adelanto correspondientes y compró una garantía para poder alquilar. Cuando fue a firmar el contrato la empleada de la inmobiliaria vio a Nicolás y proyectó las dificultades que encontraría una madre joven, recién llegada, sin trabajo, para escolarizar a su hijo. Y le dijo: “Andá a la Escuela donde llevo a mi hija y preguntá por la Directora”. La dueña del lugar llegó con cuatro valijas cargadas de libros a la Argentina Al día siguiente, madre e hijo se presentaron en la Escuela Primaria Común Pablo Pizzurno de Monroe 3000. Frente a la Directora, Isabela pidió cupo para Nicolás a partir del año siguiente. “¿Vos sabés a qué país viniste?” , preguntó la responsable del establecimiento. Y agregó: “Andá a comprarle un guardapolvo y traelo mañana”. También le sugirió, para nivelar los conocimientos del pequeño, que se vieran todos los capítulos sobre Historia Argentina que Felipe Pigna había realizado para el Canal Encuentro. La directora dio otra muestra de las bondades de ser argentino. Claro que Isabela intentó ser librera en Buenos Aires. Pero la necesidad la arrastró a la gastronomía. Pese al cambio de siglo, la oportunidad que los inmigrantes encuentran para conseguir su primer empleo sigue siendo en la gastronomía. El primer trabajo fue en un café de especialidad. Durante cinco años sirvió café, conectó con los clientes y aprendió sobre la trazabilidad del café desde la planta hasta que llega al pocillo. Su proyecto personal fue madurando hasta que estuvo lista para salir a buscar un local. No fue fácil. Cuando contaba su proyecto de café literario a las inmobiliarias, siempre chocaba con palabras de desaliento. Buscó sin éxito por los barrios que más aperturas de cafés han registrado en los últimos años. Hasta que por un aviso de Facebook encontró en alquiler un local en la esquina de César Díaz y El Método. Se subió a la bicicleta y pedaleó hasta su sueño. Descubrió una esquina tranquila y pequeña de Villa General Mitre a la que le pasa una bicisenda por la puerta. En una de las bibliotecas está el libro que dio nombre al café Ifigenia es una palabra griega que significa: nacida poderosa. ¿Una autorreferencia de su dueña? No de manera explícita. Ifigenia es una novela de la escritora venezolana Teresa de la Parra publicada en 1924. Es una crítica al rol de la mujer en la sociedad conservadora de ese país. Isabela tomó ese título como un tributo a su nacionalidad. No quiso colgar una bandera ni pintar la esquina con sus colores. La conexión con Venezuela debía surgir de la literatura. El mobiliario del café se fue armando de restos y donaciones. Algunas de las mesas y la barra fueron muebles que quedaron del anterior taller. El mueble que hace de biblioteca perteneció a una farmacia. Las sillas tienen diversos orígenes. Lo mismo pasa con la vajilla. Todo tiene un porqué. Los objetos diferentes no siguen una moda. Isabela no heredó una casa familiar en la Argentina. Tampoco compró el fondo de comercio de un viejo bar con todo lo que había adentro. Ifigenia se armó con poco presupuesto, muy buen gusto y, sobre todo, con el producto que brota por estas tierras y que su dueña vino a sembrar: la pasión. Los 80 libros que viajaron en cuatro maletas forman parte de la biblioteca de Ifigenia. Se sumaron otros de filosofía, literatura latinoamericana contemporánea, poesía y escritores venezolanos. En cada mesa del cafetín siempre hay un libro esperando. Así como en otros hay un servilletero o un contenedor con azúcar y edulcorante. Todos los días los libros rotan. La lectura que puede encontrarse en una mesa de Ifigenia es aleatoria. Por si les da curiosidad los nombres de las calles lo aclaro. Traigo otra vez a Felipe Pigna a estas líneas. Su libro “Calles” dice que César Díaz fue un militar uruguayo que combatió para el ejército argentino en la guerra contra el Brasil y fue jefe de la División Oriental en la batalla de Caseros que derrotó a Rosas. Los muebles son un rejunte de aquí y de allá. Un proyecto a pulmón Con respecto a la extraña denominación “El Método” le escribí al periodista Diego Zigiotto —quien más conoce sobre curiosidades de Buenos Aires— y me respondió que fue un homenaje al método del filósofo René Descartes. Ifigenia abre todos los días. Sí, de lunes a lunes. Otro ejemplo más de trabajo y sacrificio al que nos tienen acostumbrados tantos inmigrantes dedicados a la gastronomía. Tiene una interesante agenda cultural con lecturas, ferias y talleres que “hacen vida” como me dice su mentora. Es decir, Isabela no hizo más que volver a montar una “guarida” en el fin del mundo. La pastelería es otro motivo de visita. Todo casero. Pastafrolas, budines y alfajores. El salón tiene lugar para 16 personas. Y con la vereda alcanza a 30. Es un salón de lectura. Van a encontrar gente leyendo de manera analógica. Toda una novedad. La música no invade, acompaña el momento. Por esas cosas de los destinos escritos, el café queda a tres cuadras del Estadio Diego Armando Maradona de la Asociación Atlética Argentinos Juniors. Isabela abre su cartera y me muestra la estampita de San Maradona. La misma imagen a la que le rezó durante la tanda de penales en la final del Mundial de Qatar. Quizás sea la libertad de cultos nuestro mayor don como sociedad. Aquello que atrae y enamora de Buenos Aires. El ejemplo de hoy lo avala. En un reducido territorio donde Villa General Mitre se funde con La Paternal, se practica la fe maradoniana y se asiste al culto del café y de los libros. Instagram: @cafecontado

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