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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 01/06/2025 02:42
Germán Palacios encontró en la actuación un refugio, un espacio lúdico que lo hizo descubrir una segunda vocación. La primera fue el deporte, pero se truncó por una lesión que cambió su destino. En diálogo con Infobae repasa su historia, los valores de su infancia, y habla de todo: desde su recorrido como actor hasta la actualidad política y la militancia de la que es testigo en primera persona. Ajeno a los escándalos mediáticos, con un uso prudente y escueto de redes sociales solo para motivos laborales, Germán elige el bajo perfil. “Tengo el privilegio de vivir exclusivamente de mi profesión, y cuido mucho mi ámbito de trabajo”, expresa. Hoy protagoniza junto a Inés Estévez la obra El hombre inesperado en el Teatro Maipo. Juntos llevan las riendas en todos los aspectos: codirigen la propuesta y encarnan la dupla protagónica de la trama. “Transcurre en un vagón de tren, donde se encuentran un escritor consagrado en un momento de su vida crítico, y una gran lectora, una admiradora”, resume el actor. —Contame cómo es este encuentro de una lectora con su ídolo. —Yo leí la obra y me enamoré. Son dos personajes que viajan de París a Frankfurt, cada uno en su mundo, pero sus pensamientos se van entretejiendo y creando una magia notable. En estos tiempos donde los varones estamos deconstruyéndonos, a mí me gusta pensar que ella conoce más de él, que él de sí mismo. —¿Vos alguna vez te cruzaste con alguien a quien admiraras mucho? —Sí, muchas veces. Por ejemplo, tengo una foto que amo con Diego Maradona. Estamos los dos re sonrientes, él con una generosidad enorme vino a ver los ensayos generales de Art porque era muy amigo de Ricardo Darín. —¿Cómo fue ese encuentro? —Es una anécdota genial. Había diez invitados, y él llegó un poquito tarde. Se sentó solo en la fila de atrás, puso las dos piernas como hacemos a veces en el cine cuando no hay nadie, empezó a transcurrir el ensayo y él empezó a reírse tanto que los empujaba y los sacudía a todos los de adelante. Cuando terminó la obra fue muy emocionante tenerlo frente a frente, porque Diego era mucho más chiquito de lo gigante que uno lo veía. Y mucho tiempo después me llamaron de todos lados diciendo: “Maradona dijo que si hacen una película de su vida, quiere que vos hagas de él”, cuando todavía no había ninguna ficción ni proyecto de biopic. Le preguntaron quién quería que hiciera de Maradona y él dijo “Germán Palacios”. Yo siempre me pregunté por qué. No tuve oportunidad de preguntarle, pero obviamente dije que no, que me sentía muy halagado, pero me parecía verdaderamente imposible e ingrato. —¿Por qué no querías interpretar a Diego? —Porque de ningún modo yo hubiese podido hacer de Maradona. Desde ningún punto de vista. —¿Era tanta la admiración que sentías que no se podía? —No solo eso. Admiración y limitación. Seamos realistas. Me sentí muy halagado, pero dije que no. —¿En serio sentís que hay cosas que no podés hacer? —Sí, claro. Por diversos motivos, limitaciones personales, de tipo instrumental, ideológicas, y es bueno poder decir que no. Y lo vengo poniendo en práctica hace mucho. —¿En algún momento sentiste miedo dentro de la profesión o que no podías con el desafío que estaba adelante? —Sí, varias veces. Creo que para ser actor hay que ser valiente. Es un oficio de gente arrojada, no es para tibieza. Yo tuve una formación de teatro independiente, y ahora que soy más grande entiendo que eso influyó mucho en mi forma de manejarme, desde mi primer trabajo profesional, que fue en la novela Aprender a vivir, de Luis Gallo Paz, en Canal 9. Yo no tenía idea, y aprendí violentamente lo que era la tele. —¿Había prejuicio en esa época con la tele? —No de mi parte, pero sí compartí con actores que no la pasaban bien haciendo la telenovela. Actuar siempre es un hecho lúdico, y cuando perdés la posibilidad de jugar, mejor quedarte en tu casa. —Vos te permitiste momentos de decir que no, ¿hoy cuando miras para atrás crees que eso estuvo bien? —Estuvo bárbaro, porque a mí me dio mucho resultado. Nunca prioricé el dinero sobre lo que me parecía que tenía que hacer. —Y con la plata, ¿cómo te llevas? —Me llevó un tiempo establecerme, pero tengo el privilegio de haber vivido exclusivamente de mi profesión. Estoy muy agradecido. Invertí mucho en ese aspecto, y después me devolvió mucho la profesión. En algún momento lo que sembraste se cosecha. En un momento empecé a flexibilizar un poco, porque un actor necesita de un techo, y es un trabajo inestable. —Cuando decís flexibilizar un poco, ¿hablás de tus propios prejuicios? —No creo mucho en el prejuicio. Siempre fui bastante tajante con las cosas que no me gustan. Cuando un canal de televisión me llamaba para hacer algo, y la parte económica no me satisfacía, yo decía que no. Y he tenido mucho conflicto por eso. —Ahí se instaló que eras un actor caro. —Claro. ¿Qué van a decir? Algo tienen que decir. Obviamente es mucho más cómodo tener dinero para las cosas que uno necesita, pero la verdad es que yo al dinero en sí mismo no le doy un valor en particular. No es lo que me interesa, y he sabido invertir para combatir la inestabilidad. —Bueno, pero tenés una familia. Tenés dos hijos y hay que mantenerlos. —Totalmente. Tengo una familia hermosa. Y siempre viví de mi trabajo, y sigo trabajando. Es así, uno trabaja para ganar plata y para vivir. Pero es muy duro vivir este país, en cuanto a temas de dinero. Sinceramente hoy no sé cómo hace mucha gente para vivir en la Argentina. Yo ya trabajé en otros lugares, viví en otros países, y quiero vivir acá. No me quiero exiliar. Nací en el Hogar Obrero, quiero estar entre la gente, y no me quiero privar de vivir en mi país, pero quiero que mejore, quiero ver qué puedo aportar para mejorarlo. La gente la está pasando muy mal, y es indigno que si tenés trabajo no puedas alimentar a tus hijos o alimentarte vos. —Vos hablás del exilio, y tu mujer, Marina Glezer, conoce el exilio y tiene una militancia… —Férrea. —Muy activa, y muy interesante. ¿Siempre acordás con ella o a veces no? —Yo la respeto mucho. La quiero y la respeto. Y en esa militancia la admiro. Me encantaría tenerla, pero soy producto de otra época y por ahí mi militancia es otra, es distinta a la de ella. Creo ser un gran militante, pero no del tipo político. Sabemos que las cosas no van a cambiar si todos nos quedamos esperando. Yo admiro la militancia cuando es una vocación. No se trata de qué partido político o de qué ideología, sino de una militancia para mejorar la calidad de lo que somos todos. —Marina va a los barrios, se mete, y está con la gente. —Ese es el respeto que se gana la militancia que pone el cuerpo e invierte horas de su vida, salud y demás. Eso es lindo. Y también veo cómo modifica al que es visitado. —Antes dijiste “a mí me hubiese gustado estar o ser parte”, ¿a qué te referís? —A que yo soy una generación un poco más perdida. Soy como Fito (Páez), del ‘63. —Viviste la adolescencia durante el golpe. —Sí, y Malvinas también. Yo no fui a Malvinas por mi lesión del deporte, si no es muy probable que hubiese ido. —Vos jugabas al handball. —Sí, tuve una lesión en una vértebra. Me hubiese encantado ser deportista. Llevé mis radiografías a la revisación médica del servicio militar. Tuve tres días de conscripción, lo tuve que hacer, y te maltrataban mucho. Era muy nefasto. Nadie quería hacer la conscripción. Yo ya estudiaba, hacía un montón de cosas, y era perder mucho tiempo. —Y en plena dictadura. —Sí. Me acuerdo que fui con mis estudios a una mesita donde había tres militares médicos. Hubo un silencio, una pausa tensa, uno miró a otro y le dijo: “Ponele DAF, Deficiente Aptitud Física”. Me clavó el sello y zafé. Después te queda la sensación de que se hizo tan poco por los que realmente tuvieron que ir. Mi compañero Carlitos Belloso, por ejemplo, está en una lucha porque le tocó estar en continente, que no lo reconocen como veterano. Hay tantas historias tremendas. —Qué poco valoramos acá todo eso. En otros países son héroes de guerra… —Sí, porque somos muy exitistas. —Y en el presente, ¿qué te pasa con el revisionismo que estamos viviendo? —Considero que no hay ningún revisionismo por parte de lo que es el Gobierno actual. Es un negacionismo. Es tan cansador escuchar que todo es sujeto a polémica y a mentira. Todo el mundo hace cosmovisiones, pero para hablar hay que tener sustento. Hay que saber de qué se habla. Hay gente que sabe mucho más que uno de ciertos temas, a la cual hay que escuchar. Hay que respirar tres veces antes de contestar porque si no se contesta violentamente. Se ha naturalizado que todos hablamos de todo, que inundablemente sirve para que la olla hierva y cada uno de ahí saque su beneficio. Pero esa no es la posta. Germán Palacios junto a Tatiana Schapiro en Infobae. —Hace varios años me dijiste en una entrevista: “Hay que fumárselo a Macri porque fue elegido”. ¿Hoy pensás igual? —Sí, hay que ser respetuoso de la democracia. Eso no quiere decir que haya que quedarse callado. Como ciudadano tengo derecho a preguntarle a Macri por qué nos endeudamos por 100 años. Endeudó a mis hijos y a los tuyos. Nos empobreció. ¿Y quién le está preguntando a Macri dónde está ese dinero? ¿Los 48.000 millones de dólares que pidieron? ¿Qué está haciendo este presidente, violento y agresivo que no me representa, por el futuro de mis hijos? No podemos esconder todo abajo de la alfombra. Este país va a ser mucho peor si no tomamos conciencia de que verdaderamente depende de nosotros, y entender quiénes somos, desde lo individual y lo colectivo. No venimos de los barcos, venimos de la gente que nació acá y que fue exterminada. —Hay mucha violencia hoy en el día a día. Cuesta debatir. ¿Vos alguna vez te agarraste a trompadas? —Nunca. Ni siquiera de chico he participado de situaciones violentas. Nunca me gustó pelearme. Me han pegado alguna vez, pero ahora de grande si puedo tener algún gesto para erradicar la violencia me siento mucho mejor. —Con más amabilidad se puede cambiar el mundo. —Con más amor se puede. Y creo que es uno de los motivos por los que el papa Francisco trascendió tanto. —¿Te gustaba? —Sí. Incluso hice en teatro la vida de San Francisco de Asís. Más allá de la religiosidad, porque yo no soy un practicante religioso. El despojo me parece maravilloso. Fue una persona que supo encontrar en la sencillez, en la austeridad, la felicidad. No hace falta ser materialista para ser feliz. —Pasaste dolores muy importantes que te hicieron crecer de golpe, ¿lo entendiste siempre ese concepto de felicidad? —Sí, perdí a mi hermano Martín, mi hermano mayor, que partió cuando tenía 14 años. Era un sol. Y tengo unos recuerdos maravillosos de él. —Se te iluminan los ojitos. —Es que era una persona hermosa. —¿Lo sentís presente? —Sí. —Acompaña. ¿Con esos hermanos te peleabas a veces? —Cuatro varones que crecimos en el Hogar Obrero de Villa Ortúzar. Ese parque en el medio de los edificios donde nos reuníamos, y nos cuidábamos todos. En esa época te criabas en la calle y éramos todas familias laburantes, clase media, y obvio que había quilombo. —¿Cómo era tu relación con tu papá? —Mi papá era un intelectual casi inmaterial. Era una persona de libros, con una historia familiar muy propia. Y mi abuelo fue un actor de teatro, y quizá por azar o por destino yo me dediqué a lo mismo. Al camarín de Art lo único que llevé fue la foto de mi abuelo. —Hay una reivindicación ahí ¿no? —Hermosa, y mi papá pudo vivirlo después de apoyarme mucho, porque ellos querían que fuera profesional. Yo estudié psicología, me faltó poco para recibirme; pero yo no quería ser psicólogo. —Deportista sí querías ser. —Sí, y me quedó una disciplina del deporte, que te enseña mucho. Tuve un gran maestro, Víctor Bloice, que fue mi entrenador de Ferrocarril Oeste y de la Selección. —Y en esa casa, que pasó un dolor tan enorme, con tres hermanos que continuaban, con padres que tuvieron que sacar fuerzas de donde se podía. ¿Qué pasaba durante la dictadura? —Mis papás no fueron temerosos. El recuerdo más fuerte que tengo es que a un tío mío lo chuparon. Mi tía vino a mi casa, nosotros nos habíamos mudado del Hogar Obrero a Flores a una casa que había construido mi abuelo materno, que era ingeniero civil. Llega la esposa del hermano de mi papá, y se acababan de llevar a mi tío y violentar el departamento donde vivían. Tengo cinco primos y los habían violentado muchísimo. Mi tío era militante, era periodista igual que mi papá y escribía libros. Su especialidad era la democracia cristiana. Mi papá era Palacios Videla de apellido, que nada tiene que ver con la rama del dictador, pero era Videla de apellido. Los días posteriores en mi casa estaban cerradas las persianas, y cuando yo me iba al colegio me llevaba un atadito de los supuestos libros peligrosos por si venían a mi casa. Un delirio. Y los dejaba en algún lado. Mi tío después apareció, porque había habeas corpus, y si conocías a algún obispo, a alguien de la Iglesia, podías rescatarla. Convengamos que Francisco vino a lavarle la cara a la Iglesia, al Vaticano, de un modo extraordinario. —¿Tu hermano o vos militaban en esa época? —No. Mi papá militaba desde la pluma y desde la vida, porque era una persona muy derecha para los valores. Por eso yo siempre agradecí que estudié teatro en la época de la dictadura. Empecé a estudiar en el 78, y no entiendo cómo mis papás me dejaron. Estudié en el Teatro del Centro, que es un lugar independiente, de donde habían chupado gente. Y mi casa siempre fue una casa abierta. —Como Manzanares, que es tu lugar en el mundo. —Sí, siempre abierta a que viniera gente nueva, distinta y generalmente de una condición social más precaria. Si estábamos cenando mi papá decía: "Este mes nos vamos a ajustar un poco porque le vamos a dar la mitad del sueldo a un compañero que lo necesita". Cuando te crían así, no te olvidás más. —De ahí venís. —Somos lo que mamamos, y me da mucha alegría que mis hijos se puedan criar en ese mismo clima familiar, porque somos lo que hacemos. —¿Cuántos años van ya de pareja con Marina? —Vamos 26. —¿Qué edades tienen hoy tus hijos? —19 y 15. —¿Miras para atrás y te encontrás en algo que decís “uy, acá la pifié” o “fui un machirulo”? —Marina es una mujer que no se calla, que no tiene problema en decir lo que piensa. Pero creo que he procurado no ser machirulo. No me considero. Al revés, estoy muy contento y ojalá me falte mucho en esa deconstrucción. —El grupo de chat de hombres es tremendo. —No tengo grupos de chat. No me gusta. Tengo solo uno de fútbol en Manzanares, donde abrimos un club de fútbol espontáneo, que siempre ha sido inclusivo. Ahí se encontraba Darín con alguien que por ahí acababa de salir de preso. Y fue algo bueno. Cuando mezclás gente de distinto estrato social desprejuiciadamente se crece y se aprende. —Esa es un poco la idea en Manzanares, un espacio inclusivo. —Devino así, porque yo llegué hace mucho tiempo ahí con mi familia y hoy es una urbe. Esta gentrificado, híper recontra poblado. Cuando yo llegué conocía a todo el pueblo y mis amigos eran paisanos a caballo. Eso se terminó cuando pusieron en el perímetro de mi casa un alambrado perimetral, cual campo de concentración, con un cartel amarillito que decía “picana eléctrica”. Y puse plantas para taparlo. —Uf. ¿Cómo sobreviviste en ese espacio tan tuyo con la construcción de countries y toda esta urbe alrededor? —Y, fue un duelo al principio. Pero si te quedas en la nostalgia no se puede avanzar. —Avancemos hacia un picadito de preguntas: ¿te echaron de algún lugar? —Sí, me echaron de un trabajo. No hace mucho me echaron para gastar menos. En una sucesión de complicidades muy triste. No serviría dar nombres porque sería dar pasto a las fieras. No tengo rencores. No hay que cargar con rencores que pesan. Son problema del otro. —¿Qué te molesta que te pregunten en las entrevistas? —Me molesta hablar siempre de lo mismo. La sensación de que se instala una mitología de lo que uno es, de la vida de uno. Eso me molesta. Repetirme y hablar de lo mismo. No ser espontáneo en cuanto a novedades. Y no hablo mucho de mi vida privada por una cuestión de que no me gusta. Germán Palacios: "En un monento maradoniano fui de usar Zunga". —¿Cuál sentís que es el peor look que tuviste? —En un momento maradoniano yo fui de usar zunga. Y no me parecía mal. —Querías ser espontáneo y terminamos hablando de zungas. —Sí. No me importa mucho la apariencia, me gusta despegarme de eso. —¿Sexo a la mañana o a la noche? —No, cuando pinte. Siempre listo. —Llegás y te dice quiero una zunga de leopardo. —Sí, hay que estar también juguetón. Es como con la actuación, el deseo en la pareja y la sexualidad depende de mantenerla viva. Hay que estar atento y bien predispuesto siempre. Sino, se muere. —¿Te tirás las cartas? —No, pero me encanta. Todo el mundo esotérico me gusta. Hicimos familiarmente una carta astral, y me he topado alguna vez con un par de brujas que me han dicho cosas. Me gusta creer que no todo es racional. —¿Te levantás con la primera alarma o posponés? —No, me levanto antes de la primera alarma. Soy mi propia alarma. A la hora que me digas. Si hay que levantarse a las cuatro, me levanto a las cuatro. —¿Sin alarma? —Sin alarma. La pongo, pero seguro me despierto un poquito antes. Y me gusta levantarme temprano y no andar apurado por la vida. No sirvo para andar apurado. Germán Palacios: "No hay ningún revisionismo por parte del Gobierno. Es un negacionismo". —¿Tenés algún placer culposo? —No, en un momento decidí erradicar ciertos sentimientos que no construyen. Hace muchos años tuve una pareja de la que estuve muy enamorado y tuvimos la dificultad de los celos. Con mucho dolor me tuve que separar de esa pareja celosa, con quien hubiese proyectado mi vida porque la amaba. Pero no tenía arreglo. No había nada que yo pudiera hacer o dejar de hacer para que eso no sucediera, porque no era un problema mío, era un problema de la otra persona. —¿El vínculo se volvió tóxico? —Me tuve que separar sí o sí. Y ahí aprendí que la culpa es muy fea. Hay que laburarla para vivir mejor, con menos cargas. —¿Qué le decimos a ese nene de 10 años que eras, que estaba pasando cosas difíciles, si lo ves hoy? —Y, un poco por ahí lo veo en mis hijos. Esa rostridad hay algo de la genética que después se manifiesta, y ese Germán lo fui viendo en algún momento en mis hijos. El nombre Germán parece que significa “hombre guerrero”, y creo que le he hecho honor a mi nombre, que por algo me lo pusieron. —¿Te gusta tu presente? —Está buenísimo. Pero el presente no es individual, entonces a su vez no está bueno en la generalidad de lo que estamos viviendo. No puedo despegarme de convivir en un país donde hay gente que cree que hay que pegarles a los jubilados, que hay que sacarle los remedios, que el cine tiene que morir, que la educación no es importante, que la salud no es importante. No sé en qué país van a vivir mis hijos, pero todo lo que dependa de mí para que sea un país mejor, lo voy a hacer. Depende de cada uno de nosotros, y en eso hay que ser muy claros.
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