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» Primerochaco
Fecha: 01/06/2025 01:40
Por Maximiliano Mosdien En lo que va del año 2025, la caída de la participación electoral dejó de ser un dato aislado o circunstancial para convertirse en un fenómeno estructural. Más allá de los climas locales, de la oferta electoral o de las condiciones climáticas, lo que está en juego es algo más profundo: una porción creciente de ciudadanos que elige desconectarse del sistema político. No se trata simplemente de indecisos o de votantes apáticos. Se trata de una categoría distinta: los desconectados, personas que deciden activamente no informarse, no participar, y cada vez más, no votar. Su irrupción silenciosa es una señal de crisis, no del sistema electoral en sí, sino del contrato emocional que alguna vez ligó a los ciudadanos con la política. Datos concretos: la participación se desploma Los números no mienten. En varias provincias y distritos importantes, la participación cayó a mínimos históricos: Esta baja no responde exclusivamente al desencanto coyuntural con algún gobierno o candidato. Es una tendencia transversal, que afecta tanto a oficialistas como a opositores, en todos los signos políticos. ¿Quiénes son los desconectados? El votante desconectado no es un indeciso que duda entre opciones. Es alguien que se corrió del juego político, que apagó el noticiero, cerró el debate, dejó de escuchar. Sus frases típicas son: «No quiero saber más nada», «Me cansé, ya no creo en nadie.» Se trata, muchas veces, no de personas desinformadas, sino de ex comprometidos que vivieron con expectativa y ahora eligen el silencio. No es pasividad: es rechazo. No es ignorancia: es saturación. El voto que no se emite como rechazo simbólico En muchos casos, la decisión de no votar ya no está vinculada a la logística o a la indiferencia, sino a una posición subjetiva de corte. Un gesto silencioso, pero profundamente político: «Si todos prometen lo mismo, si nadie escucha, si todo sigue igual… entonces yo no juego más.» Antecedentes históricos: del voto bronca al voto vacío El fenómeno de los desconectados no surge de la nada. Tiene antecedentes significativos en la historia política argentina. Dos momentos emblemáticos permiten trazar un paralelismo: las elecciones de 1957 y de 2001. 1957: el voto en blanco como representación del proscripto Décadas antes, durante la dictadura autodenominada Revolución Libertadora, el voto en blanco había sido también una herramienta política. En la elección de convencionales constituyentes de 1957, el peronismo llamó a votar en blanco. El resultado: fue la opción más votada del país. En ese contexto, el voto en blanco no era apatía ni rechazo generalizado, sino adhesión a una identidad política silenciada por el poder. Ambos casos muestran que la acción de “no elegir” puede tener una dirección política clara, aunque con sentidos diversos: en 1957, como representación; en 2001, como impugnación. 2001: el voto bronca como grito explícito Las legislativas de 2001 representaron un hito inédito. En plena crisis política, económica y social, el electorado canalizó su frustración de forma activa: más de 4 millones de personas anularon o votaron en blanco de manera deliberada, conformando lo que se conoció como voto bronca. En algunos distritos, esta opción superó a los partidos tradicionales. No fue abstención, fue intervención con rechazo. El voto bronca fue una forma simbólicamente potente de impugnar a toda la clase política, sin dejar de participar. Las urnas se llenaron de boletas rotas, insultos, ironías y gestos que decían: “no me representan, pero estoy presente”. Fue un clamor contra el sistema desde adentro del sistema. ¿Y hoy? El silencio que no organiza A diferencia de esos hitos, la desconexión actual parece menos estructurada. No responde a un liderazgo oculto ni a una consigna compartida. Es más difusa, más resignada, menos organizadora de sentido colectivo. Ya no hay boletas irónicas ni gestos de creatividad política como en 2001; tampoco hay un mensaje nítido como en 1957. Hay, más bien, un repliegue hacia el “no me importa” o “nada cambia”. La novedad, y acaso la amenaza, no está solo en la magnitud del fenómeno, sino en su dispersión y despolitización. Si 2001 fue un rugido, 2025 parece un apagón. La amenaza no es la abstención, es el vacío El peligro para el sistema político no está solo en los números bajos, sino en la consolidación de una ciudadanía sin representación ni deseo de representarse. Baja participación = bajo umbral de legitimidad. Fragmentación política + desconexión social = gobiernos con poco poder real. La política pierde capacidad de movilizar afectos, de generar esperanza o miedo. En este contexto, la desconexión ciudadana se convierte en un agujero negro, donde ni los escándalos generan indignación ni las promesas, ilusión. Reconstruir sentido: el desafío pendiente La gran pregunta no es cómo recuperar votantes. Es más profunda: ¿cómo volver a hacer que la política tenga sentido para quienes se fueron? Porque no se trata solo de campañas más creativas o figuras más jóvenes. Se trata de recuperar el lazo roto, de volver a tejer un relato colectivo que no se base solo en promesas de orden o crecimiento, sino en afiliación emocional. En ese camino, empiezan a emerger estrategias que buscan salir del modelo verticalista del “mensaje político tradicional”. Algunos espacios están explorando el uso de influencers no solo como amplificadores, sino como puentes emocionales y cotidianos con una ciudadanía que ya no responde a los viejos códigos. No se trata de trolls, ni de líderes de opinión clásicos, sino de figuras híbridas que operan en la intersección entre lo íntimo y lo público. El posicionamiento digital, el paid media estratégico y la construcción de cercanía multicanal ya no son opcionales: son el nuevo punto de partida. No para imponer ideas, sino para escuchar mejor, leer el pulso social y generar conexiones auténticas. Mientras ese lazo no se reconstruya, seguirá creciendo una ciudadanía callada, pero no neutral, cuyo silencio no es indiferencia, sino grito sordo de un sistema que ya no los representa.
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