02/06/2025 07:34
02/06/2025 07:34
02/06/2025 07:33
02/06/2025 07:33
02/06/2025 07:33
02/06/2025 07:33
02/06/2025 07:33
02/06/2025 07:33
02/06/2025 07:33
02/06/2025 07:33
» Rafaela Noticias
Fecha: 31/05/2025 17:23
“Dios está en todas partes, pero te salva la vida de un hijo acá”, dicen las mamás de pacientes del Hospital Garrahan. El prestigioso hospital pediátrico atraviesa una crisis salarial mientras sigue siendo sinónimo de esperanza para miles de familias. Testimonios que conmueven y exponen el valor humano detrás de cada bata blanca. “Tomate un café, Mabel, dale, que hace frío”. La frase no la dice una vecina ni una amiga de años: la dice una médica residente del Hospital Garrahan, mientras le alcanza un café con leche a la mamá de Alma, una paciente. La escena, simple pero profunda, ocurre a diario en el hospital pediátrico más complejo del país, que realiza unas 10.000 cirugías al año —100 de ellas trasplantes— y que tiene capacidad para internar a 500 chicos a la vez. En ese lugar, donde los pasillos están llenos de dibujos y las salas de esperanza, hoy también se libran otras luchas. Una de ellas es la de los trabajadores del hospital, que reclaman una recomposición salarial urgente. Los médicos residentes —en el inicio de sus carreras— ganan entre 797.000 y 982.000 pesos mensuales, según el año de residencia. Trabajan entre 60 y 70 horas semanales. La cuenta es simple: cobran menos de 3.000 pesos por hora. Mientras tanto, el Ministerio de Salud nacional responde con amenazas de descuentos, sanciones y despidos por las medidas de fuerza que, hasta ahora, no han sido acompañadas de ninguna mejora concreta. Alma y Mabel pasaron un año y un mes internadas en el hospital tras el diagnóstico de lupus En medio de ese escenario, hay mamás que deciden ir al hospital, no por una consulta médica, sino para sostener carteles que dicen “Familias y pacientes en apoyo del Garrahan”. Una de ellas es Mabel, de Quilmes, quien durante un año y un mes vivió junto a su hija Alma en el hospital. “Mi hija tenía lupus, pero en la salita me dijeron que era una gripe. Me fui al Garrahan y en menos de media hora la estaban internando”, cuenta. Alma con una de todas las médicas que la atendieron durante su larga internación Mabel no se olvida de las médicas y médicos que acompañaron ese proceso: “Aparte de ser médicos, son familia. Se ocuparon de que hubiera psicólogos para contenernos cuando nos explicaron que el lupus no tiene cura. Nos traían comida, frazadas, nos preguntaban si habíamos dormido. Es durísimo tener un hijo enfermo. Pero acá, te sentís cuidado”. Virginia, otra mamá, viajó desde Vicente Casares, cerca de Cañuelas, junto a su hijo Marcial. Pensaban que tenía una muela infectada. En la Facultad de Medicina de la UBA les dijeron: “Llévenlo al Garrahan”. Allí le diagnosticaron un sarcoma maxilar. “Empezó quimioterapia el 5 de septiembre del año pasado. Los médicos consiguieron la prótesis de titanio, lucharon con la obra social, hicieron todo por mi hijo. Después la rechazó el cuerpo y ahora esperan que termine sus 36 sesiones de quimio para reconstruirle el maxilar con huesos de la pierna”, cuenta Virginia. Marcial tiene 15 años y es de Vicente Casares. En el Garrahan le diagnosticaron sarcoma maxilar. "Los médicos lucharon sin parar por la prótesis de titanio", dice su mamá Mientras habla, se abraza con una enfermera que hace reiki con Marcial para calmarlo. “Acá no solo lo tratan médicamente, sino que buscan lo mejor para él como persona. Saben lo que le pasa a cada chico, y también a cada familia. Te conocen, te abrazan”, dice. Desde Reconquista, en el norte de Santa Fe, llegó Flavia con su hija Bianca. Lo hizo en una avioneta, con una médica y una enfermera, sin equipamiento, porque necesitaban trasladarla de urgencia y no podían pagar los 6.500 dólares que cuesta un avión sanitario. Bianca tenía neumonía bilateral necrotizante. A los dos días de ingresar al hospital fue intubada. Durante semanas los médicos intentaron todo para estabilizarla. Bianca llegó al hospital con neumonía bipulmonar necrotizante. "Estábamos a 800 kilómetros de nuestra casa, los médicos fueron nuestra familia", dice su mamá “Una vez, los vi probar una forma de usar el respirador que no estaba ni en los libros. Bianca salió adelante. Acá los médicos no se rinden. Nos abrazaron como si fuéramos parte de su familia. Estábamos a 800 kilómetros de casa, pero en el Garrahan nos sentimos cuidados, contenidos, respetados”, recuerda Flavia. Los tres testimonios tienen un hilo común: la confianza en el Garrahan y la indignación por el abandono salarial a quienes lo sostienen. “¿Cómo puede ser que un senador cobre millones y un residente cobre menos de 3.000 pesos la hora?”, pregunta Mabel. “¿Cómo no vamos a defender esto, si acá nos salvaron la vida?”, agrega Virginia. En un país donde muchas veces lo urgente tapa lo importante, estas voces nos recuerdan algo elemental: el valor de un sistema de salud público de excelencia, que no se puede sostener si no se cuida a quienes lo hacen posible. El Garrahan no es solo un hospital. Es un refugio, una segunda casa, una red de humanidad. En palabras de Mabel: “Dios está en todas partes, pero la vida de tu hijo te la salvan acá”.
Ver noticia original