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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 31/05/2025 04:32
El Cabildo, tal cual se veía en 1829. Con todas sus arcadas, a la derecha se observa el edificio que ocupaba la policía. Acuarela "Plaza de la Victoria (frente al norte)", de Carlos Enrique Pellegrini, 1829. Fue Juan de Garay quien dispuso dónde levantarlo. Mientras lo construían, los cabildantes se reunían en casas particulares y hasta los presos –el Cabildo incluía una cárcel-eran encerrados en viviendas de los vecinos. El gobernador Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias, hizo lugar en el fuerte para que los cabildantes pudiesen trabajar porque, por falta de presupuesto, las obras venían lentas. Parece que lo del ajuste no es nuevo. Consiguieron fondos cuando crearon un impuesto a la circulación de barcos, que recalaban en la ciudad. Comenzaron por levantar paredes de adobe revocadas y blanqueadas, y techo de paja. Los primeros ambientes fueron para la sala capitular y la cárcel. Era el epicentro de todo lo que ocurría en la ciudad, ya fueran festejos, invasiones o ejecuciones. Frente a sus puertas se realizó, en 1609, la primera corrida de toros que hubo en Buenos Aires, previo desmalezamiento de la plaza, un potrero por donde cruzaba gente, jinetes y carretas. Después se hicieron costumbre para celebrar los 11 de noviembre al santo patrono San Martín de Tours y para darle la bienvenida a un nuevo gobernador o virrey. La primera foto. Es un daguerrotipo de 1852. Alguien trató de limpiar la imagen y quedó rayada (Archivo General de la Nación) Para 1610 estuvo listo y se armaron locales con el propósito de alquilarlos. Sin embargo, fueron tantos los presos que ingresaban a la cárcel, que los funcionarios debieron ceder espacios de trabajo para adaptarlos a celdas, y ellos atender los asuntos en la casa misma del gobernador o en la fortaleza, donde el ambiente no era para nada agradable: paredes llenas de humedad por la cercanía del río y alimañas de toda especie. Mientras tanto, nadie se ocupaba del mantenimiento del edificio, y eran habituales los desprendimientos de mampostería y los agujeros en el techo. Decidieron hacerlo a nuevo, tarea que comenzarían tres años después. Por 1682 se presentó un proyecto para hacerlo a dos plantas. En la baja, oficinas y despachos y la cárcel. Como se dispondría de más espacio, habría celdas para hombres, otras para mujeres y unas terceras para presos vip. Sin embargo, esa idea quedó en la nada. El edificio tal como se veía en la década de 1870. En primer plano la Pirámide, levantada en 1811; delante una fuente que actualmente está emplazada en la avenida Nueve de Julio y Córdoba (Imágenes del IAA, FADU, UBA) No importó la orden directa del mismísimo rey de España Felipe V de levantar un edificio acorde a la jerarquía que representaba. Aún así recién en 1725 pusieron manos a la obra, y ese es el año que se toma como del nacimiento del edificio que todos conocemos. El proyecto no era malo. Había sido una creación de Giovanni Battista Primoli, un jesuita arquitecto y del italiano Andrea Bianchi, que para poder trabajar debió llamarse Andrés Blanqui. Este fue quien diseñó la fachada. En el medio, ambos suspendieron la obra y viajaron a Córdoba a ocuparse de la catedral; cuando regresaron, los trabajos volvieron a demorarse por falta de fondos. Cuando quedó listo, en 1740, a los que colocaron las aberturas se les habría pagado con especias. Irreconocible. Una torre demasiado alta, tal como la proyectó Pedro Benoit (Archivo General de la Nación) Cuando por 1765 se amplió nuevamente la cárcel y terminaron su torre, se preguntaron por qué no tenía un reloj con campanas, y mandaron a comprar uno a Cádiz. Parece que al que más le molestaban las campanadas era al mismísimo gobernador Francisco de Paula Bucarelli, un sevillano de un carácter de perros que los vecinos detestaban. Bucarelli dispuso que se eliminasen las campanas, y los porteños debían invariablemente levantar la vista hacia la torre si querían saber la hora. A las cinco y media de la mañana del 19 de diciembre de 1779 cayó un terrible rayo sobre la ciudad que hizo volar al almacén general de pólvora, y al explotar los barriles, no quedó ni un ladrillo en pie. Fue un milagro que no hubiera un muerto. El cabildo sufrió daños en la torre y en el reloj. De ahí en más, fue un clásico en la ciudad que marcase la hora que se le antojase. Lo peor fue que los vecinos se acostumbraron a ver la hora que ni siquiera se aproximaba a la real. En la planta baja instalaron una capilla y más calabozos. En 1794 tuvo una restauración general y el frente, ya a fines del 1700, se agregó un largo balcón. El edificio con su torre y con una cúpula que no convenció a nadie (Archivo General de la Nación) Cuando fue el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, se dieron cuenta de que no entraban todos los vecinos en la sala capitular. Se usó parte del balcón, y algunas arcadas se taparon con cortinados verdes, que además ayudaron a que no pasara el frío. Cuando asumió Martín Rodríguez como gobernador, su ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores Bernardino Rivadavia, con la idea de concentrar el gobierno en un solo poder, decidió suprimir los cabildos a fines de 1821, y el de Buenos Aires pasó a ser sede de la justicia. Durante el rosismo no se prestó demasiada atención a los edificios públicos. El Fuerte era casi inhabitable, la Pirámide de Mayo apenas sobrevivía y el Cabildo no fue la excepción. La primera fotografía que se le tomó fue un daguerrotipo, en 1852. Ya no tiene tres arcadas, para dar espacio a la avenida de Mayo ni la torre, ya que su estructura no estaba preparada para contenerla (Archivo General de la Nación) Así pasaron los años. En 1860 reemplazaron el maltrecho reloj. Compraron uno inglés en Thwaites & Reed, que hasta sonaba en los cuartos de hora, y la cansada máquina gaditana fue a parar a la iglesia de Balvanera. Cuando ese templo consiguió uno mejor, lo cambió y nadie supo qué ocurrió con el viejo reloj. Fue un acontecimiento cuando cerraron su cárcel. En marzo de 1875 hicieron formar a los presos en fila, los engrillaron unos con otros y se los llevaron a inaugurar el presidio que abrió sus puertas en lo que hoy es el parque de avenida Las Heras. Una ley de Bernardo de Irigoyen, presidente de la Cámara de Diputados, dispuso la creación de un fondo de dos millones de pesos para su remodelación, ya que era la sede de los tribunales. En 1879 le agregaron una torre de diez metros de alto, con una cúpula azulejada. Fue idea de Pedro Benoit, un agrimensor y arquitecto que dejaría su marca en la ciudad de La Plata. Benoit le borró la pátina de estilo colonial español que lo caracterizaba: quedó con un estilo italianizante, grandes arcadas y balaustradas. Para muchos, el edificio había quedado deformado. Ya le quitaron tres arcadas para dar paso a la Diagonal Sur (Imágenes del IAA, FADU, UBA) Así permaneció por diez años. Cuando se dispuso la apertura de la Avenida de Mayo y en 1888 comenzaron las demoliciones, le quitaron tres arcadas de un solo lado y tiraron abajo la torre, cuyo peso era demasiado para su estructura y el cabildo quedó lógicamente desproporcionado. El tiempo pasó y en 1931, por disposición del gobierno de facto del general José Uriburu, quitaron tres arcadas del otro lado, para abrir Diagonal Sur. El intendente José Guerrico estuvo por salirse con la suya, de no mediar la denuncia de vecinos y la presión del periodismo: pretendía demolerlo hasta los cimientos y en ese sitio levantar un edificio para la municipalidad. No era un proyecto nuevo, sino que por 1905 había sobrevolado la misma idea. Había que hacer algo. En la histórica sala capitular funcionaba el despacho administrativo de inspecciones escolares; tenía los ambientes precariamente subdivididos con mampostería, mucho de lo original había desaparecido o reemplazado, como la carpintería o herrería. Y el edificio seguía deteriorándose. 1940. Las antiguas rejas sobrevivientes de la cárcel que funcionaba en el cabildo (Imágenes del IAA, FADU, UBA) Luego del golpe militar de 1930, donde se revalorizaron nuestras tradiciones hispánicas en detrimento de las ideas liberales, hubo un proyecto de reconstruirlo tal cual lucía en 1810, pero en un espacio más acotado. El 31 de mayo de 1933 fue declarado monumento histórico nacional. Por 1939 solo pudieron salvar algunas paredes y cimientos y del corralón municipal se rescataron algunas piezas que le habían quitado a lo largo de los años. El problema fue que los responsables de la reconstrucción, el arquitecto Mario Buschiazzo y el dibujante Vicente Nadal Mora, no disponían de todos los planos para reconstruirlo, y solo contaban con las acuarelas en las que Carlos Enrique Pellegrini pintó por 1830. Estaba muy distinto de entonces: el balcón, en lugar de abarcar toda la fachada, estaba reducido a los tres arcos centrales; el tejado, que en lugar de volar fuera del muro exterior, terminaba detrás de un pretil, y el cupulín de la torre era cónico en lugar de semiesférico. El Cabildo, tal como se aprecia en la actualidad A falta de planos, lo que primó en los arquitectos fue la libre interpretación. Lo inauguraron el 11 de octubre de 1940. Su reloj fue llevado a la Iglesia de San Ignacio y años después colocaron el que se puede ver en la actualidad, con una maquinaria más moderna. Hoy luce remozado, en su museo se atesoran valiosos testimonios de nuestra historia y, si sus paredes hablasen, tendrían mucho que decir.
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