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  • Una mirada desde la alcantarilla. Oh, liviandad…

    Parana » Ahora

    Fecha: 30/05/2025 09:45

    Nunca uso puntos suspensivos porque siento que diluyen todo lo anterior. Es la lavandina de los signos, hay que saber dosificarlos para que no destiñan. Ayer alguien me escribió que no sabía cuándo usar coma o punto y coma o cortar un párrafo. Mis respuestas no dan respuestas, creo que hay que respirar con la escritura, encontrar que el ritmo no es una cuestión de quién escribe sino de lo que se está escribiendo. En la farmacia quería comprar algunas cosas que necesitaba sin ninguna lista pero sí con algunas urgencias, una chica se me acercó a preguntarme qué y a señalarme qué había en cada ¿góndola? y me perdí. Cuando alguien te indica mucho dónde está todo, perdemos el deseo. Quise salir sin nada o decirle, amiga, dejame que vea sola o después te consulto. Pedí barras de azufre que reventé con el cuello. Las contracturas y la sensación de romper cosas al tocarlas me alivia. ¿Quién es más frágil, cuántas tormentas se desatan dentro, son nudos o puntos los que hacen estallar las barritas? Cuando era chica veía a mi madre encorvada contra la mesa, una masajista llegaba a casa y abría un pote de crema con olor a veterinaria, amasaba su nuca, recorría los omóplatos. En esa época mamá tenía un quiste que le formaba una joroba, después de que el huevo se hizo grande se lo operaron y le quedó apenas una cicatriz que parece un tatuaje de un gusano de seda. Pensé en su demora para quitar cosas que no sirven, cosas que la deformaban. Cosas que si quitaba antes, no la perjudicaban. Cosas y personas, muebles viejos, ropa acumulada, vínculos rajados al medio. Quizás siempre estoy buscando metáforas y ese es mi problema: no saber aplicar ahí el punto y aparte. Titulé a este texto Oh, liviandad… antes de escribirlo porque venía pensando en el peso del cuerpo. Escuché un poema de Laura Wittner que leyó Clara Muschietti y después leí a Jaz Hollman que también pensaba en el peso, en los sofocones, en atravesar las etapas femeninas por haber nacido mujer. Me hubiese gustado tener ibuevanol a mano pero me distraje en la farmacia como ya comenté. Mientras escribo decido no ir a pilates por el dolor físico, por el cansancio, por la panza hinchada como un sapo. Recuerdo y anoto en otras libretas y ventanas de la computadora como diseccionando el cuerpo: cuando era chica me gustaba insistir con flotar bajo el agua, mi amiga duraba más tiempo que yo imantada al fondo azul, yo me despegaba aunque batiera los brazos como un murciélago. Peso, cuerpo, el pelo flotando contra el viento, mis hijos sentados en la falda apretando todo lo que me duele, como conteniendo mis tripas desahuciadas. Otra nota: el cordón umbilical seco que estaba guardado en una cajita de joyería en mi primera casa. Otro verso viejo: hasta dónde el cuerpo de la madre se instala en los huesos. *

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