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  • Sergio Peris-Mencheta: "Este es un libro de autoayuda en todo el sentido de la palabra, porque me ha ayudado a mí"

    » Diario Cordoba

    Fecha: 29/05/2025 14:36

    A principios de 2023, recién terminado el rodaje de la última temporada de la serie americana Snowfall y mientras preparaba un montaje teatral en Madrid, Sergio Peris-Mencheta comenzó a sentir un dolor en el pecho que se convirtió en un problema en la sangre. De vuelta en su casa de Los Ángeles se confirmó que su dolencia era una leucemia, e incapaz de volver a España para tratársela por su súbito empeoramiento y los riesgos de hacer el viaje en aquellas condiciones, acabó ingresando en un prestigioso hospital californiano gracias al seguro que le proporcionaba el sindicato de actores estadounidense. Hace ahora un año que el trasplante de médula donada por su hermano llegó para darle esperanzas y un horizonte de futuro, pero sus durísimos efectos secundarios le condenaron a un largo periodo de merma física y dolor en el que todavía se encuentra. Toda esa experiencia es la que ha volcado en 730 días (Planeta), un libro en el que, además de contar su convivencia con la enfermedad, echa la vista atrás para trazar una panorámica de su vida y hacer las paces con su pasado, sobre todo con un padre en cuyo recuerdo se mezclan el terror y un enorme cariño. Instalado con su familia de nuevo en Madrid tras años en EE.UU., Peris-Mencheta habla con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA sobre lo que cuenta en el libro y sobre su gran pasión, la dirección teatral, en la que vuelve a estar inmerso estos días. Al Sergio actor que recordamos como un toro se le ve muy delgado y frágil todavía, con la voz débil aunque nada decaído. Va dopado con paracetamol, pide a la fotógrafa no tener que agacharse y avisa de que quizá tenga que irse a vomitar en algún momento de la entrevista, aunque eso no sucederá. El próximo 5 de junio estrena en los Teatros del Canal la nueva obra que dirige, Blaubeeren. La historia real de unas antiguas fotografías aparecidas hace unos años en las que se podía ver la vida cotidiana y feliz de los gerifaltes nazis del campo de concentración de Auschwitz. Un tema similar al de la oscarizada La zona de interés que permite al director adentrarse en el espinoso tema de la banalidad del mal. P. Este libro es un viaje por su vida y por su enfermedad. ¿En qué punto de ese viaje está ahora mismo? R. Digamos que he subido el Everest. Llevaba mucho tiempo en el campamento base sin ver la luz. Hice cima justo hace un año, que fue cuando acabó el trasplante. Mañana [este jueves 29 de mayo] se cumple mi aniversario del renacimiento. Y ahora estoy bajando. Pero me cuesta mucho bajar: bajar escaleras, bajar cuestas... La musculatura está un poco atrofiada. Tengo que volver a aprender a andar, como quien dice. P. ¿Y de ánimo? R. De ánimo muy bien. De eso no me falta. Apreciando más las cosas y relativizando todo, con más perspectiva y menos expectativa. P. ¿Qué le dicen los médicos de su estado actual? R. Que estoy fuera de enfermedad. Lo que estoy sufriendo ahora son los efectos secundarios de la quimio y la radiación que me dieron antes del trasplante, los del propio trasplante y los de la medicación que estoy tomando para evitar esos efectos secundarios. Me siento minusválido ahora mismo, hay cosas que no puedo hacer. Lo que pasa es que lo disimulo [risas]. Ahora no se me nota como se me notaba hace cinco meses o hace ocho. P. ¿La leucemia se puede considerar curada? R. La leucemia ha desaparecido, pero no se dice que estás en remisión hasta que no pasan, creo, 10 años. Porque puede volver en cualquier momento y los médicos se curan en salud. P. ¿De dónde saca las fuerzas para afrontar así la promoción de un libro y al mismo tiempo un estreno importante como el de 'Blaubeeren'? R. Durante todo el proceso dirigí una obra de teatro a 9.000 km de distancia [se refiere a 14.4, éxito en Matadero el año pasado], y lo hice porque eso me levantaba el ánimo. Hablar de teatro, hablar de este libro, hablar de la vida me sube la vibración. P. Decía en una entrevista en televisión hace poco que el Sergio de ahora no se cambiaría por el Sergio de antes de la enfermedad. ¿Qué quería decir? R. Yo necesitaba... bueno, no sé si 'necesitaba' es la palabra... pasar por esto para ser feliz. Lo tenía todo: a nivel profesional, a nivel emocional... Pero estaba permanentemente insatisfecho. Y me recuerdo atravesando una depresión, preguntándome: "¿qué me pasa que no soy capaz de estar presente, de valorar las cosas, de alegrarme de las buenas noticias?". Recuerdo que intentaba leer cosas que me ayudaran a procesar esto, hablar con gente que me ha ayudado en otros momentos para ver cómo podía salir del atolladero. Y después vino esto, que ha sido un proceso duro pero también ha sido un regalo. P. En el libro habla de las vulnerabilidades e inseguridades que estaban ya antes de la enfermedad. Cuenta que cuando se quedaba a solas con alguien, en la distancia corta, temía que descubrieran que usted no era exactamente lo que parecía. R. Sí, tengo el síndrome del impostor en todas las facetas de mi vida. Pero ahora ya no me siento un farsante, eso sí que puedo decirlo con orgullo. Y hay otras muchas cosas que me he dado cuenta que me toca trabajar. Pero sí que ahora soy capaz de mirarme en el espejo, que es una cosa que, antes, no hacía. P. Hay mucho ajuste de cuentas en el libro, con usted mismo pero también con su entorno. Habla mucho de su padre, fallecido en 2014. ¿Le quedaron muchas cosas por decirle que ahora le ha podido decir con este libro? R. Yo tuve la posibilidad de decirle muchas cosas, sobre todo de reprocharle muchas cosas. Y en cierto modo me arrepiento, porque él no estaba para tragarse ese sapo cuando eso sucedió, ya le habían diagnosticado que le quedaba poco tiempo. En este libro, en cambio, aunque pueda parecer que le reprocho cosas, lo que le escribo es una carta de amor. Algo que tampoco fui capaz de hacer en vida. Sí le dije que le quería, pero desde un lugar que no es el que habito ahora, donde me siento mucho más presente y donde siento que un "te quiero" es un "te quiero". De hecho el libro está dedicado a él. P. También hay claroscuros en la relación con su madre, una madre amorosa y protectora, pero que siente que les abandona para irse a trabajar fuera largas temporadas. ¿Todos esos dolores de la infancia pudieron provocar que fuera el 'bully' en el colegio que describe? R. Esto es curioso, porque yo me recuerdo como un bully, pero cuando hacemos las reuniones de antiguos alumnos, a las que voy con la cabeza gacha, no me devuelven eso mis compañeros. Y yo sí recuerdo perfectamente que, en el recreo, no me tosía nadie. Quizá no era un bully como se entiende ahora, pero yo me he vivido así. Lo digo al principio del libro citando a Borges: "Somos una multitud de espejos rotos". El recuerdo es el de cada uno. Una de las cosas que muchos me preguntan es por el pudor de abrirme en canal... Yo no lo he sentido. Quizás porque me he abierto en canal muchas veces en terapia. Pero este libro ha partido más de una necesidad sanadora que de una necesidad de decir: aquí estoy yo, os voy a contar mi mierda. Hablar de la sombra es una oportunidad para darle un poquito de luz. P. Escribir el libro ha sido terapéutico, entonces. R. Totalmente. Es un libro de autoayuda en todo el sentido de la palabra. De autoayuda porque me ha ayudado a mí. Sergio Peris-Mencheta publica '730 días' y estrena 'Blaubeeren'. / ALBA VIGARAY P. La historia de sus abuelos maternos no tiene desperdicio: el exilio en Moscú, su abuelo dirigiendo Radio Pirenaica, el tiempo que pasan en China, Pasionaria madrina de su madre... En el libro insinúa que a lo mejor algún día hace algo con ese material. ¿Ha llegado a empezarlo? R. Tenemos una biblioteca entera en casa de mi madre con todos los escritos de mi abuelo Jacinto [Barrio, director de Radio Pirenaica en Moscú], que además está codificada para poder leerlo todo en orden. Él no quería que se publicara nada en vida porque decía que había grandes secretos. Siempre he pensado que ahí hay una novela, hay una serie, porque realmente la vida de mi abuelo y de mi abuela da para eso. Me gustaría algún día hacerlo con mi hermano, que escribe muy bien. La historia del otro lado de mi familia, la parte paterna conservadora, también merece ser contada. Es una historia muy diferente, pero muy interesante. P. Hay bastante espiritualidad en este ese libro, mucho discurso de autoconocimiento, de creer en algo superior que dice que está, más bien, dentro de uno. Por lo que cuenta, ese interés ya estaba antes de la enfermedad. R. Si. Ya estaba porque mi madre, a diferencia de mi padre, tiene un componente espiritual importante y porque ella ha sido, como digo en el libro, mi cielo, mi salvación. Y luego porque he tenido tendencia a tener parejas que estaban en la misma onda, y supongo que no ha sido casual. La mujer con la que comparto mi vida desde hace casi 21 años es una chamana, y yo tengo mi componente chamán también. Una cosa espiritual muy alejada de las religiones, pero que sigue teniendo que ver con 'religar' y con hacer las paces con una parte de nosotros que muchas veces negamos, y que es la parte más espiritual. Que tiene que ver con los sueños, con las plantas maestras, con la meditación, con respirar, con entrar más en contacto con el cuerpo... Algo que no nos da tiempo a hacer en la vida. P. Es divertido lo que cuenta de que la estación de metro de Alonso Martínez era como su cabina de Superman. Allí, en el transbordo camino del colegio, pasaba de ser el niño macarra del barrio humilde de Batán al pijo que estudiaba en el Liceo Francés. R. Sigo siendo un actor. Todos somos actores, en cierto modo, y nos adaptamos. Y cuando somos adolescentes todavía más, estamos en permanente proceso de adaptación al medio. Para bien o para mal, yo tuve la suerte, o la mala suerte, de crecer en un barrio obrero pero ir a un colegio de élite donde convivía con Luis Alfonso de Borbón, Sigfrido Vestringe, el Duque de Orleáns... Traté de ponerme el uniforme que correspondía para "formar parte de". Ahí apareció ese actor, la necesidad de identificarme con algo. Lo bueno es que no me identifiqué solo con el pijo del Liceo o con el heavy de Batán. Digamos que en el Liceo era el más heavy y en mi barrio era el más pijo. P. Estrena la próxima semana en Madrid 'Blaubeeren'. ¿Qué fue lo que le interesó de la obra? R. Me fascinó por lo que cuenta, por dónde se mete. Por esta cosa que tiene que ver con la memoria, principalmente, y que es un tema que me apasiona y que al mismo tiempo me tiene muy frustrado por el país en el que vivimos. Por otra parte, estaba eso de mirar para otro lado cuando estás viendo lo que está pasando en el mundo. Y luego, a un nivel más formal, por lo que me pasa cuando veo una fotografía antigua: siempre tiendo a imaginar quién hizo la foto, lo que está fuera de plano. Esta es una obra en la que el protagonista no está interpretado por ningún actor, porque es un álbum de fotografías que recibe el Museo del Holocausto en 2009, que se publica en el New York Times ese mismo año y que crea un revuelo muy importante. Especialmente en la sociedad alemana, porque muchos de los que ven ese reportaje son nietos de personas que salen en el álbum, y desconocían la historia o les habían contado un cuento. Así que vamos a ir viendo las 116 fotografías y, en tiempo real, como si fuera un thriller, vamos a ir descubriendo quién es cada uno en las fotos. Este thriller en el que se convierte la obra, que es teatro documental, me resultó muy interesante, y es por lo que me metí en ello. 'Blaubeeren' llega el día 5 de junio a los madrileños Teatros del Canal. / Javier Tolosa P. Después de '14.4' o 'Un tercio invisible de este mundo', esta es otra obra con una importante vertiente política. ¿El teatro que le interesa siempre tiene ese carácter? R. Todo el teatro es político, incluso el que pretende no serlo. Si yo quiero hacer una obra de teatro en la que el público solo se ría y se olvide del mundo en el que vive, eso es un posicionamiento. Para mí el teatro es una militancia, una manera de expresarme en el mundo, y yo no dirijo cosas que no crea que están aportando algo en relación con lo que pasa. P. '14.4' la dirigió por vídeo desde Los Ángeles, muchas veces desde el propio hospital. ¿Esta también? R. No, esta vez ha sido analógico total. Lo he disfrutado como un enano. He vuelto, después de dos años sin entrar en una sala de ensayos. Llegué en diciembre a Madrid para preparar el casting de la obra que dirigiré en diciembre de este año. En principio después me volvía a Estados Unidos, pero por los incendios el doctor me dijo que no volviera de momento, para no respirar el humo. De hecho, el incendio se quedó a dos calles de mi casa. Y el momento ha durado hasta hoy. Hemos vendido la casa y nos hemos instalado en España. P. La enfermedad, haber trabajado a distancia a través de vídeo... ¿han cambiado su forma de dirigir? R. Ahora aprecio mucho más estar con los actores, poder tocarles, estar yo en la escenografía cuando ellos no están, quedarme solo en los descansos y probar cosas, mover cosas. Mis escenografías son siempre muy orgánicas. Yo necesito ensayar desde el primer día con ellas, no son decorados, son un personaje más. Lo que sí ha cambiado es, evidentemente, la presión, la autoexigencia, el juicio, las prisas... Eso sí. En Blaubeeren siento que he dejado muy libres a los actores. P. ¿Y la interpretación, la echa de menos? R. De momento, no.

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