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  • A los 93 años, murió el destacado Mirko Buchín, uno de los mayores referentes del teatro rosarino de proyección nacional

    » El Ciudadano

    Fecha: 29/05/2025 13:51

    Miguel Passarini Una triste noticia enluta por estas horas a la comunidad teatral rosarina y a la cultura en general, a partir de conocida la información del fallecimiento del autor, actor, director y docente Mirko Buchín, quien murió en la noche de este miércoles a los 93 años. «El teatro argentino ha sufrido una pérdida de la que nos va a costar recuperarnos. El inmenso Mirko Buchín, excelente actor, director, dramaturgo y profesor teatral, ha fallecido en los umbrales de sus 93 años, dueño de una inteligencia, talento y lucidez inigualables. Entender quién era (es) y significa Buchín para la escena nacional resulta útil y necesario para entender claves del teatro actual», comenzó escribiendo el director y docente local Aldo Pricco, quien recordó que durante diez años fue actor de sus trabajos y además su asistente de dirección. Nacido en 1932 en J. B. Molina, en el sur de la provincia de Santa Fe, desde muy joven, Buchín dedicó su vida al arte dramático, con un gran recorrido en las escénicas locales, un contexto en el que desarrolló una prolífica carrera como autor, actor y director teatral, principalmente entre Rosario y Buenos Aires, pero también en el resto del país. Fue además Profesor Nacional de Teatro, destacado docente universitario, conferencista y régisseur de ópera. Su vasta labor ha sido premiada en múltiples ocasiones, incluyendo, entre otras distinciones, el premio del Instituto Nacional del Teatro a la Trayectoria en 2004, y la declaración de Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Rosario en 2008. En aquél momento, fue distinguido tras una iniciativa del por entonces edil radical Jorge Boasso. «En nombre del Grupo El Búho, hacemos justicia con Mirko que tanto aportó a la cultura local», afirmó Boasso oportunamente, en una ceremonia a la que asistió la esposa de Buchín, Noemí Caisuti, y sus hijos Mariana, Marcos y Diego, además de sus amigos y colegas de la comunidad teatral local. Mirko, que fue además docente en la Escuela de Música de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR, se autodefinía como «una persona con tres nacionalidades». Y decía: «Mi viejo era serbio, mi madre era croata y soy argentino por el aire y la comida». Y en el mismo sentido expresaba: «En el teatro es fundamental la palabra. Si lo gestual pasa a primer plano y prescinde del texto, ya no es teatro, es pantomima». En 2024, la Facultad de Humanidades y Artes le otorgó la distinción Erminda Benítez de Lambruschini en reconocimiento a su trayectoria y compromiso con la Universidad. Cineasta fanático, con varias participaciones en el universo audiovisual, y autor destacado de obras recordadas como la premiada por Argentores La casa de Ula, otra de sus obras, la novela Chechechela, fue llevada al cine en 1986, dirigida por Bebe Kamin (Los chicos de la guerra) sobre un guión propio coescrito en colaboración con Buchín, con un elenco integrado por Ana María Picchio, Víctor Laplace, Tina Serrano y Ana María Giunta, entre otros. Respecto de su trabajo como actor en cine y televisión fue parte de La noche del crimen (1987), envío para la pantalla chica dirigido por José María Cocho Paolantonio sobre el cuento de Mateo Booz, con Pepe Soriano. Y entre más, también participó como actor en Los Teleféricos, en 2010, bajo la dirección Federico Actis, que integró el ciclo del Incaa, Historias breves 6, y en Cuatromil, de 2012, dirigido por Elena Guillén. En esa especie de redescubrimiento de Mirko como actor para una nueva generación de realizadores audiovisuales, también tuvo una participación, en los últimos años, en la miniserie Pájaros negros de 2020, dirigida por Jesica Aran, y el corto Severino, de un año antes, bajo la dirección de Gastón Calivari. Despedir a un grande «Aunque mucha gente no lo sepa, Mirko encarnó los fundamentos de la escena independiente de Rosario, cuando integró el grupo legendario Centro Dramático del Litoral, junto con David Edery, Susana Ansaldi, Haydée Balvé, Gustavo Borelli, Arnaldo Colombarolli, Lía Barilleau, Omar Grasso, Walter Operto, Keño Bossi, Noemí Caisutti, Carlos Luis Serrano, Chiquito Garramuño, Idilia Solari, Lucrecia Castagnino, entre otras actrices y actores. A fines de la década del 50 formó el grupo Meridiano 61, con el que realizó varias temporadas de obras emblemáticas, suyas y de otros autores, en la mítica sala de Amigos del Arte de calle 3 de Febrero al 700. En los años 70, luego de dictar seminarios de Teatro en la UNR, en los que se inició el reconocido y entrañable Héctor Ansaldi, se trasladó a Buenos Aires para estudiar en la Escuela Nacional de Arte Dramático Cunill Cabanellas (conocida como El Conservatorio), en la que completó su formación y se recibió de Profesor Nacional de Teatro. Uno de sus maestros, el recordado y prestigioso Raúl Serrano, comentaba frecuentemente y con agradecimiento de qué manera, en tiempos de la última dictadura cívico-militar, Buchín había sido uno de los pocos que lo apoyó y defendió públicamente cuando eso significaba un riesgo que pocos corrían», evocó Aldo Pricco en una extensa y muy valiosa despedia a uno de sus mayores referentes. Y sumó: «Ya recibido, en 1978 retornó a Rosario para dictar cursos de actuación, de los que surgió el grupo Teatro 1, con el que estrenó en 1979 la obra Sábado de vino y gloria de Alberto Drago, espectáculo que en su preparación y ensayos utilizaba por primera vez en la ciudad el Método de la Acciones Físicas, que Mirko había experimentado con el nombrado Raúl Serrano, sin hacer alardes de lo que fue un cambio de paradigma en la técnica de actuación y formación de intérpretes. En esa obra debutó Mónica Alfonso, con la compañía de Julio Amoroso, Liliana D’Anna, Gustavo García y yo. Suele recordarse, al respecto, la rigurosidad y el profesionalismo de un trabajo que hasta hoy se menciona como un hito de la actuación más o menos realista, debido a la verosimilitud de su estilo y la intensa labor de ensayos y entrenamiento, poco frecuentes en aquella época: las famosas acciones físicas de la tradición stanislavskiana se establecían naturalmente, sin el discurso propagandístico que tuvieran años después con las modas metropolitanas. En silencio, y antes que otros directores, ya Buchín trabajaba con técnicas que otros, posteriormente creerían innovadoras. Sin la pretensión de un teatro revolucionario, raro o diferente, la preocupación de Mirko consistió siempre en hacer, y provocar, buen teatro: se sabe que la mera novedad no es un valor salvo para los mediocres». Luego siguieron en su vasto recorrido una serie de memorables espectáculos, entre los que se destacan Así es (si les parece) de Luigi Pirandello, El milagro de San Antonio de Maurice Maeterlinck, y Saverio, el cruel de Roberto Arlt, para llevar adelante hasta el presente, junto a Liliana Gioia y Fernando Avendaño, una intensa actividad como director y actor que marcó profundamente a más de una generación. «Son cincuenta años de momentos compartidos. Lo más intenso y maravilloso, después de tantos años, fue tenerlo para mí y para Fernando (Avendaño), el año pasado en mi casa todos los días, reescribiendo la obra en la cual nos dirigió, Aurora, la maestra que olvidó su mundo, recibiendo de él instrucciones muy precisas acerca de la acción, del método, discutiendo, porque somos vehementes y tuvimos nuestros intercambios de ideas, pero siempre disfrutando de la felicidad de estar juntos, aprendiendo mucho y riéndonos, dado que con Mirko aprendí muchísimo del humor, tanto a nivel teórico como práctico», expresó la actriz, directora y dramaturga local Liliana Gioa. «Éramos y somos vecinos, porque hay cosas que no se olvidan jamás; le decía hace unas horas a Mariana (su hija), que esta calle Paraguay me va a resultar desolada al no encontrarme más con él en la esquina, en la verdulería, en cada lugar del barrio. Mirko fue una persona que me enseñó mucho no sólo del teatro sino también de la vida, de los aprendizajez necesarios, él repasaba cada uno de los idiomas que hablaba a razón de uno por semana porque eso lo mantenía con la cabeza activa y al mismo tiempo nos contaba que aprovechaba la liempieza de su casa para realizar ejercicios físicos. Compartimos muchos momentos con Héctor Ansaldi, también muy cercano, y justo anoche (por este miércoles), en la presentación de sus libros, lo nombramos alrededor de las 21. Nuestras vidas, nuestros años compartidos, transcurrieron entre los grandes aprendizajes, las risas permanente, una gran sinceridad y mucho amor por lo que hicimos y por lo que hacemos». Por su parte, Pricco sumó, respecto de su tarea como docente: «Mirko supo también transitar la academia durante muchos años, con sus inolvidables clases de Historia del Teatro, pleno de sabiduría, en la carrera de Artes Combinadas de la UBA, que finalizaban inexorablemente con aplausos unánimes». Y en el mismo sentido que Gioia, planteó: «Fue puro afecto, sabiduría y un sentido del humor maravilloso, uno siempre esperaba el encuentro con el maestro, ya que tomar clases con Mirko era una fiesta y casi una epifanía. Ensayar y actuar también. Uno esperaba con ansiedad ese tiempo en el que se podía acceder al universo, por lo que hemos sido afortunados de cruzarnos con este hombre. Varios fueron quienes casi adoptaron como padre a Buchín, tanto en lo humano como en lo artístico. Cuando se consulta a la gente que ha tenido la ventura de formarse y de trabajar con este gran maestro, emerge inexorablemente la convicción de ese instinto de paternidad-fraternidad y de ternura que ha permitido estar cubiertos ante la mediocridad, el facilismo, la frivolidad y el egoísmo que rondan incansablemente el ambiente del teatro». Finalmente, Pricco cerró: «El estilo de actuación y de puesta en escena de sus espectáculos en la década del 80 fueron construidos antes de que se instalaran fenómenos como el de Ricardo Bartís en la formación actoral contemporánea. Una vez más, aquello que se montaba escénicamente con Mirko, sin que se le diera la relevancia debida en el ambiente y en los medios, fue luego festejado por los colonizados de la centralidad porteña y los nostálgicos de la metrópoli cuando se legitimó desde los centros de discursos hegemónicos. Por consiguiente, muchas generaciones de actrices y actores, aún sin haber cursado nunca un estudio sistemático con Buchín, resultan deudores indirectos de su trabajo. De un modo u otro una semilla incesante sigue dando vueltas. Mirko Buchín agregaba cosas al mundo. Hoy el mundo no lo tiene y se lo va a extrañar, pero su vida, tan generosa y maravillosa, sigue diseminada en las nuestras. Y eso se agradece, inmensamente».

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