30/05/2025 03:12
30/05/2025 03:02
30/05/2025 03:01
30/05/2025 03:00
30/05/2025 03:00
30/05/2025 02:59
30/05/2025 02:58
30/05/2025 02:57
30/05/2025 02:57
30/05/2025 02:56
Parana » Uno
Fecha: 29/05/2025 06:34
El combate de Darwin, en las Islas Malvinas, fue de los más duros en la guerra de 1982. En aquella ocasión cayó el sargento Sergio García. El combate de Darwin, en las Islas Malvinas, fue de los más duros en la guerra de 1982. Entre el 28 y el 30 de mayo de 1982, tuvo lugar el combate de Darwin, uno de los más encarnizados de la Guerra de Malvinas. En ese escenario se forjaron gestos de valor que marcaron para siempre a sus protagonistas. Aquí, recordamos a uno de nuestros caídos en aquel combate: Sergio García. La madrugada del 28 de mayo de 1982 encontró a las tropas argentinas desplegadas en el istmo de Darwin, en estado de alerta ante un posible avance enemigo. La zona, estratégica por su ubicación, había sido fortificada días antes por la Fuerza de Tareas “Mercedes” que estaba formada sobre el núcleo del Regimiento de Infantería 12, más otros elementos entre ellos una compañía del Regimiento de Infantería 25. El ataque se inició en las primeras horas del día y rápidamente se convirtió en uno de los más cruentos. Durante más de 30 horas, nuestras tropas sostuvieron sus posiciones en condiciones extremas, demostrando disciplina, valor y un firme compromiso con la misión encomendada. Darwin dejó un saldo de decenas de muertos y heridos, numerosos actos de coraje y camaradería, y profundas huellas en sus protagonistas. Es en ese marco que recordamos al sargento Sergio García, del Regimiento de Infantería 25, a través del testimonio de su compañero, el soldado Veterano de la Guerra de Malvinas José Esparza. El sargento formaba parte del Regimiento de Infantería 25, con asiento en Sarmiento, provincia de Chubut. Era el encargado de una de las secciones de la Compañía C, que participó activamente en los combates de Darwin y Pradera del Ganso. En total, en la compañía éramos aproximadamente cien hombres. García, cuentan, era un líder excepcional, con un gran carisma y una entrega total hacia sus soldados. Siempre estaba pendiente de nosotros: si teníamos los pies secos, si habíamos comido, si el armamento estaba limpio, si habíamos descansado. Nos cuidaba muchísimo. No era de muchas sonrisas, pero tenía una actitud paternal. Para nosotros fue como un padre en plena guerra. Nos enseñó mucho; siempre dispuesto a ayudar y a compartir sus conocimientos. Era un jefe profundamente respetado y muy querido. ¿Qué aspectos de su personalidad y de su manera de ser como soldado te quedaron grabados? Como soldado, fue excelente. Estaba atento a todo, pendiente de cada detalle. Patrullaba todas las noches y no dejaba nada librado al azar. Era muy meticuloso: todo tenía que salir según lo planificado. Como persona, era muy especial. Nunca te descuidaba. Estaba siempre presente, enseñando. Una noche me dio un susto que nunca voy a olvidar. Estaba de guardia, solo, en un pozo de zorro, y no se veía absolutamente nada, la oscuridad era total. De repente, sin escuchar ni un solo ruido, lo vi aparecer al lado mío. Se me había acercado tan sigilosamente que ni lo sentí. Lo hacía para enseñarnos que en la guerra no podíamos relajarnos ni un instante, que siempre había que estar alerta. Ese era él: exigente, firme, pero con un propósito claro. Un tipo bárbaro, de los que te marcan para siempre. Más recuerdos del sargento García En los momentos de calma, cuando se imponía el silencio del alto el fuego, teníamos la posibilidad de hablar con el sargento durante horas. Era un hombre muy “familiero”, y siempre hablaba de su hijo, que había nacido poco antes de que partiera hacia Malvinas. Su hijo no llegó a conocerlo, pero él encontraba la manera de hacerlo presente: cada vez que alguien sacaba fotos, el sargento sostenía un cartelito con el apodo que le había puesto: “Yayito”. Lo hacía con la esperanza de que, algún día, ese niño supiera que su papá pensaba en él, incluso en medio de la guerra. Años más tarde, en un homenaje en San José, Entre Ríos, tuvimos la oportunidad de conocer a ese hijo del que tanto hablaba. Ya era un hombre de más de cuarenta años, y fue un momento sumamente conmovedor para todos los que habíamos compartido aquellos días con el sargento. García era un hombre de fe profunda, muy devoto de la Virgen. Por eso, para nosotros, si él decía que la había visto, era porque así había sido. Lo sentimos como una señal. Esa noche, su mirada, sus palabras y la emoción con la que lo dijo nos marcaron para siempre. Fue uno de esos momentos que, incluso en medio de la guerra, te hacen sentir algo más grande que el miedo. La muerte de García Fue en la mañana del 28 de mayo, mientras comenzaba el combate en Darwin. A nosotros nos habían enviado a cubrir un sector ubicado a unos kilómetros de Pradera del Ganso. Teníamos la orden de reconocer el terreno y evaluar hasta dónde habían llegado los ingleses. Al pasar cerca de una escuela, vimos que un grupo se acercaba a pie. Nos detuvimos; tomamos posición y enseguida nos dimos cuenta de que se trataba de una avanzada británica, con una cantidad de hombres similar a la nuestra: treinta, aproximadamente. Una vez identificados, el jefe de sección dio la orden de abrir fuego y comenzó el combate. Nosotros teníamos ventaja, ya que estábamos en una altura. Tuvieron varias bajas rápidamente. En un momento los ingleses propusieron un alto el fuego para parlamentar, pero después continuó la lucha y se reanudó el fuego de las armas. Mientras eso ocurría, el grueso de la compañía británica —más de 200 hombres— se posicionó por la derecha. Aprovecharon ese momento y abrieron fuego con todo su poder. Éramos apenas treinta y ocho, muchos ya heridos o muertos. Una ametralladora enemiga nos estaba causando enormes bajas, y fue entonces cuando el oficial a cargo le ordenó al sargento García que la neutralizara. Él no dudó, gritó: “¡Austin y Allende, conmigo!” y salió con los soldados a silenciar esa posición. Lo lograron: la ametralladora dejó de disparar. Pero los tres murieron en esa maniobra. El sargento quedó herido de muerte. Lo vi tirado boca arriba, con el brazo extendido y un rosario blanco en la mano. Esa imagen me quedó grabada para siempre. Yo también estaba herido, y mientras dos compañeros me arrastraban por los pies para sacarme del lugar, el sargento, herido de muerte, me hacía señas para avisarme que se me desprendían unas granadas que yo llevaba en el correaje. Hasta en su último aliento seguía cuidándonos. Cada vez que lo recuerdo, se me eriza la piel. Solo con ese acto final ya lo dijo todo. Fue un hombre inmenso. Esa es la última imagen que tengo de él. Otros detalles En un homenaje que le hicimos al sargento García, tuve la oportunidad de hablar con su hijo y compartirle algo que siempre me pareció importante. Le conté que su padre, cuando una ametralladora enemiga nos estaba causando mucho daño, fue quien salió al frente con dos soldados para tratar de silenciarla. Lo hizo por nosotros. En ese acto entregó su vida. Murió cumpliendo con su deber, liderando con el ejemplo. ¿Qué más se puede decir de un hombre así? Fue un verdadero héroe. El sargento Sergio Ismael García fue ascendido post mortem al grado de sargento primero, recibió la medalla “La Nación Argentina al Valor en Combate” y fue declarado Héroe Nacional por la Ley 24.950. Su entrega no solo fue reconocida por el Ejército Argentino, sino también por distintas provincias del país, donde calles en su honor perpetúan su memoria. A más de cuatro décadas del conflicto, honrar su memoria es también reconocer los valores por los que luchó y reafirmar el compromiso de mantener viva la historia de quienes ofrecieron todo por la Patria.
Ver noticia original