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» Comercio y Justicia
Fecha: 28/05/2025 16:22
Por Alicia Migliore (*) Mayo en nuestro país es el mes patrio. El primer gobierno, el himno nacional y la escarapela ocuparon las aulas y, actualmente, las redes. Pocos recordarán que el día del Himno Nacional argentino, antes llamado “Marcha Patriótica”, fue instituido por la Asamblea del Año XIII. La imagen recurrente, grabada en la memoria colectiva, será la obra de Pedro Subercasseaux pintada en 1909. Allí aparece Mariquita Sánchez de Thompson cantando, con su vestido de corte imperio, frente a San Martín, Pueyrredón, un sacerdote, hombres y mujeres jóvenes, en un salón elegante, al ritmo del pianoforte. No se sabe a ciencia cierta si Mariquita cantaba. Tampoco importa; la leyenda la consagró cantando porque en su casa sucedían las cosas importantes de la política. Diremos lo que sí se sabe de ella y -también- lo que se ha callado durante dos siglos. María Josefa Petrona de Todos los Santos Sánchez nació el 1 de noviembre de 1786. Como era costumbre en la época, sus padres pretendían que se casara con un comerciante pudiente, Diego del Arco. Mariquita, enamorada de su primo Martín Jacobo Thompson rechazó la idea y los castigos familiares, encierro en un convento incluido. Acudió al virrey Sobremonte a solicitar autorización para casarse y, tras el juicio de disenso, la obtuvo. Esta rebeldía la convirtió en referente inevitable e indiscutida de la élite a la que pertenecía. Se casaron el 29 de julio de 1805 y tuvieron cinco hijos. Su casa fue centro de reunión de personalidades políticas de la época e intelectuales destacados. Allí se reunían Juan Martín de Pueyrredón, Nicolás Rodríguez Peña, Bernardo de Monteagudo, Carlos María de Alvear, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez y su hermano Juan Antonio, Domingo Faustino Sarmiento, Esteban Echeverría, Bartolomé Mitre, José Mármol, Vicente Fidel López, Miguel Cané, entre otros. Alberdi la definió como la personalidad más importante de la sociedad porteña, sin la cual resulta imposible explicar la cultura y el buen gusto. No se limitó a ser anfitriona. Fue protagonista en la política nacional. Se le atribuye estar al frente de la organización “el complot de los fusiles”, en 1812, procurando fondos para armar los ejércitos patriotas. Mantuvo cierta lealtad errática en política. Apoyó la Sociedad Patriótica de Monteagudo en 1812. Defensora de Rivadavia en 1823, federal en 1829, se exilia luego entre 1839 y 1843 por temor a Rosas y se radica en Montevideo, como todos los perseguidos de ese tiempo. Regresa y vuelve a exiliarse entre 1846 por adherir al federalismo de Urquiza. A pesar de ser amiga de la infancia de Juan Manuel de Rosas, el temor hizo que abandonara su casa y regresara después de Caseros. Ella intenta explicar su posición política “cambiante” en carta a su hijo Carlos Mendeville “Yo soy en política, como en religión, muy tolerante. Lo que exijo es buena fe”. Nada que sorprenda demasiado hoy, que asistimos a tanta veleidad y mudanza de convicciones. Sin embargo, Mariquita, era indispensable por su liderazgo y el respeto intelectual que se le dispensaba. Cuando Bernardino Rivadavia funda la Sociedad de Beneficencia requiere su colaboración. Ella preside esta institución entre 1830 y 1832 y reitera su presidencia en 1866 y 1867, hasta poco antes de morir. Se sostiene que Rivadavia trazó algunos de sus proyectos laicizantes en casa de Mariquita, pretendiendo separar la potestad clerical, la Sociedad de Beneficencia introdujo a las mujeres en la conducción de acciones tendientes a paliar la pobreza y cuidar enfermos sin recursos. La institución duró más de un siglo, desde 1823 hasta 1946, en que es intervenida por el presidente Perón y disuelta un año después; en su lugar se creó la Fundación Eva Perón en 1948. En ciertos temas Mariquita fue inmutable. Mantuvo la fidelidad a su clase social y al “orgullo de casta”, conservando siempre el criterio de diferenciar a los sectores populares de la élite en los proyectos educativos. Al frente de la Sociedad de Beneficencia sostuvo escuelas separadas para “niñas blancas” y “niñas pardas, mulatas y negras”, porque no querían que tuvieran contacto. Éste fue un punto crucial de su polémica con Sarmiento y su manifiesto rechazo a Juana Manso, sobre el cual nunca reflexionó a pesar de ser liberal en otros temas. La influencia política del matrimonio Sánchez-Thompson era importante, aunque no definitiva. El director Supremo Ignacio Álvarez Thomas encomienda una misión diplomática a Martín Thompson y éste se embarca hacia Estados Unidos a comienzos de 1816, pleno de entusiasmo en representación de un país que aún no terminaba de nacer. Durante su estancia en el norte hay declaración de independencia y cambio de autoridad: asume Juan Martín de Pueyrredón, quien lo releva de su misión en abril de 1817. Thompson no puede asimilar ese despido que considera deshonroso, ¿O será la decepción por la conducta de quien frecuentaba su casa como amigo, ahora director Supremo? Cualquiera fuera la causa, fue suficiente para que enloqueciera, por la humillación y el fracaso. Balmaceda, en su libro Romances turbulentos de la historia argentina, relata los hechos con humor ácido y no exento de cierta crueldad. Dice que vagaba por Nueva York llamando a su esposa y que los neoyorquinos reían diciendo “Here comes Mister Mary Kitah” (“Aquí viene el señor Mariquita”). Enterada su esposa, recomendó que evitaran que lo trataran como loco, que lo trajeran de vuelta, que lo trataran como su marido. Pidió ayuda al gobierno para repatriarlo, sin obtener respuesta. Debió vender propiedades para afrontar gastos y logró que lo embarcaran de regreso a mediados de 1819. Él murió en altamar en octubre de 2019. Mariquita, que había afrontado una “viudez virtual” tras el alejamiento de su marido, había conocido a un francés llamado Jean Baptiste Mendeville. Según Balmaceda, ambos llevaban un anillo grabado con fecha de febrero de 1819 aunque la noticia de la muerte del marido llegó a Buenos Aires en diciembre de ese año. Haciendo caso omiso de las habladurías, Mariquita se casó con Mendeville sin respetar el luto de nueve meses y tuvo a su primer hijo Julio a los siete meses (este dato me recuerda a una anciana rezadora de rosarios y recitadora de letanías que vivía junto a la iglesia del pueblo y llevaba prolijo registro de bodas y nacimientos, para hacer cuentas. ¡Cómo reiría la tía Ramona sabiendo que historiadores siguieron su ejemplo!). Lo cierto es que Mariquita tuvo dos hijos más antes que de mover influencias para que se designara a Mendeville como diplomático en Quito. Se fue en 1835 dejando a su esposa numerosas deudas y llevando tres medallas de alto valor emocional para ella; las de las batallas de Salta y Tucumán, obsequios de Belgrano y la de la entrada de los patriotas a Lima, regalo de San Martín. A la muerte de Mendeville, en 1863, Mariquita contrata a Juan Bautista Alberdi para litigar por la herencia del fallecido; éste no logra éxito en esta gestión y Madame Suchet, quien convivía con el francés, se queda con todo. Tantos conflictos en sus relaciones matrimoniales no opacaron su brillo. Se dice que su sensualidad era tal que Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez, de la edad de su hijo, estaban perdidamente enamorados de ella. Sarmiento, 25 años menor que Mariquita escribe en carta a Gutiérrez “Nos hicimos amigos, tanto que una mañana, solos, sentados en un sofá, hablando (…) me sorprendí víctima de una erección, tan porfiada que estaba a punto de interrumpirla y no obstante sus sesenta años, violarla. Felizmente entró alguien y me salvó de semejante atentado”. Mariquita había recibido una educación envidiable y además era dueña de una fuerte personalidad, rebelde y autodeterminada. Rompió muchos de los mandatos que existían para las mujeres y aún persisten. Siempre, y a pesar de todo, se mantuvo en la escena pública, presidiendo la Sociedad de Damas de la Beneficencia hasta un año antes de su muerte, en octubre de 1868. (*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política
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