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» Elterritorio
Fecha: 28/05/2025 14:53
Carolina Vera, referente del arbitraje e integrante del Colegio de Árbitros de la Liga Posadeña de Fútbol, sufrió violencia de género de los 4 a 11 años. Hija de padres alcohólicos, escapaba de la casa y dormía en las plazas. “Siempre tuve ganas de vivir” miércoles 28 de mayo de 2025 | 8:00hs. Hoy, junto a sus pequeños Benjamín (9) y Shantall (8), Caro disfruta el amor, “el amor verdadero”. Foto: Guadalupe de Sousa En Argentina, la violencia de género es uno de los factores principales que obliga a niñas y mujeres a abandonar sus hogares en busca de mejores horizontes. No son pocas las mujeres que atravesaron situaciones límites y se reconstruyeron con el paso del tiempo. Volvieron a nacer. Y son ejemplos de la resiliencia. ¿Es posible encontrar oportunidad en la adversidad? ¿Es factible atravesar e incluso transformar situaciones críticas en experiencias constructivas? ¿Existen personas que luego de vivir circunstancias de extrema carencia logran desarrollarse con una percepción de bienestar? Claramente sí. Y ejemplos sobran. Uno muy significativo en Posadas es el caso de Carolina Vera, referente del arbitraje local e integrante del Colegio de Árbitros de la Liga Posadeña de Fútbol. Después de haber atravesado las peores situaciones imaginables, de haber sufrido abusos constantes y reiterados desde los 4 hasta los 11 años y de haber pensado varias veces en quitarse la vida, Carolina forjó un nuevo destino. Personal y familiar. Es madre de dos chicos y tiene varios proyectos en vista. Pero ante todo, aclara: “Yo siempre tuve ganas de vivir”. Con un estilo firme y didáctico, Carolina impone presencia cada vez que dirige. “Uno se acuerda de todo cuando te destrozan la vida; quizás uno no se acuerda de todas las cosas lindas que le pasan, pero las cosas que te destrozan la vida siempre las vas a tener presentes”. Así, pese a las marcas que aún habitan su memoria, esta mujer abrió su corazón y recordó con tristeza pero con superación los peores momentos de su vida que, por suerte, ya quedaron archivados. "A mí mis padres me abandonaron cuando nací y me dejaron con mis abuelos. Y desde los 4 años me acuerdo que sufrí abusos por parte de mi abuelo y el hermano de él. No es fácil convivir con esos momentos. Yo dejé de naturalizar estos hechos cuando empecé a sentir dolor; odiaba cuando mi abuela se iba a trabajar porque me quedaba sola con él. Y lo peor de todo es que mi abuela sabía lo que pasaba. Me acuerdo que muchas veces, cuando tenía 7, 8 años, pedía de comer a los vecinos con tal de no ir a casa. Incluso muchas veces me quedé a dormir en la plaza. Aunque suene increíble, a mí en la calle nunca me pasó nada malo, pero en la casa sí. Toda la contención que no encontré en mi casa la encontré en la calle. ¿Cómo surgió la posibilidad de irte a un Hogar de niñas a tan temprana edad? Irme al hogar fue una decisión de mi abuela. Aunque parezca un chiste, mi abuela empezó a sentir celos de mí. Yo tenía 7 u 8 años en ese entonces y una vecina le recomendó a mi abuela que me mande a un Hogar, y me mandaron al Santa Teresita; los primeros años no fueron muy buenos para mí porque en ese momento había un manejo interno muy autoritario. Después llegaron Nora y Mónica y el trato fue diferente, y en mi caso, me cambiaron la vida. Para bien. Me enseñaron lo que es el amor, el amor verdadero. Porque después de lo que había pasado no quería ni que me tocara, no quería saber nada con nadie. Fue muy difícil para mí aceptar eso porque mi abuelo y el hermano de él abusaron de mí hasta que cumplió los 11 años. Esa fue la última vez. ¿Los abusos continuaron incluso cuando ingresaste al Hogar? Yo iba al Hogar de lunes a viernes y la verdad que disfrutaba estar ahí. Pero llegaba el fin de semana y tenía que volver a casa. Y regresaron los abusos. Y lo peor de todo es que no podés decir nada. Siendo tan chica y tan inocente una no sabe manejar esas situaciones. Los abusadores te manejan psicológicamente, te laburan la cabeza. Hay gente enferma, muy enferma. Personas que naturalizan las cosas que están mal. Un violador naturaliza el hecho de violar. Pero así y todo yo le contaba a mi abuela, ella sabía, incluso llegó a ver algunas situaciones, pero prefirió quedarse con su marido y aceptar la relación. Se hacía la que no veía. Pero llegó un momento en mi vida en que me cansé y dije basta. Casi mato a mi abuelo. Pero me cagaron a palos. Mi abuelo y mi abuela. En el barrio todos los vecinos pueden dar fe de lo que era mi vida en aquellos años. Ahí tomé la decisión de internarme en el Hogar y empezar una nueva vida. Yo me encerré casi siete años y no quería ver a nadie. Fue mucha angustia, impotencia y bronca contenida durante mucho tiempo. Yo era muy cerrada. ¿Llegaste en algún momento a pensar en tomar alguna decisión drástica? Sí, claro. Muchas veces me quise matar. Pero también me di cuenta de que siempre tuve ganas de vivir. Tengo ganas de vivir. Tengo ganas de hacer las cosas diferentes. ¿Qué pasó al cumplir la mayoría de edad? A la edad de 18 años, mucho más preparada de la cabeza, tomó la decisión de abandonar el Hogar y empezar a trabajar. En el Hogar uno aprende a hacer muchas cosas a través de los diferentes talleres. Aprendí a hacer peluquería, pintura, de todo. El Hogar me dio herramientas para la vida. Pero a mí siempre me gustó la cancha. Desde muy chiquita. En aquellos tiempos, los peores años de mi vida, mis abuelos discutían, peleaban, terminaban borrachos. Eran alcohólicos. Y yo me iba a dormir a las plazas. Me despertaba en las plazas y veía a los chicos jugando a la pelota. Siempre veía los campeonatos de barrio y me fui apasionando. Cuando entré al Hogar me cortaron esas posibilidades de estar en las plazas y cerca de las canchas. Pero siempre sentí una profunda pasión por eso. Además quería trabajar, sentía necesidad de trabajar. Cuando salí del Hogar conseguí trabajo en una panadería. En esa época yo alquilaba. Hasta que a los 20 años tomé la decisión de volver a la casa de mis abuelos para cuidar a mi abuela. Los años en el Hogar me habían hecho superar esos malos momentos y perdonar. En el Hogar me enseñaron que no hay que pagar maldad con maldad. Yo aprendí que no soy quién para juzgar, que para eso está Dios. No voy a negar que mil veces sentí ganas de matar a mi abuelo, pero es como que todo lo que había vivido quedó sin efecto. Y es como que empecé una nueva vida con mi pareja. A los 23 años quedé embarazada de mi primer hijo y al tiempo del segundo. Pero el momento más incómodo fue cuando murió mi abuela y me tuve que quedar con mi abuelo. En ese entonces mi pareja no sabía todo lo que yo había vivido. Un día, mi marido no estaba en la casa, mi abuelo tuvo una caída en el baño y me pidió ayuda, pero no quería entrar. Me imploraba que le ayudara, pero no quería saber nada con entrar y verlo desnudo. Me arrodillé ante Dios y le pedí que me diera fuerzas. Mi abuelo era una persona mayor, de más de 70 años, y lo tenía que cuidar como un niño porque no tenía ningún familiar. Hacía sus necesidades y yo le limpiaba. Le daba de comer. Entré al baño y lo vi desnudo, tirado, y fue como revivir todo lo malo. Fue el peor día de mi vida. ¿En algún momento te pedí perdón? Antes de morir me pidió perdón. Pero la verdad es que yo no quería escuchar su perdón. Yo le demostraré que el amor existe. Que no se paga mal con mal. Cada uno canaliza sus emociones a su manera. Y yo aprendí a perdonar. Me aferré a Dios. Y decidí creer. Porque no es fácil creer y confiar para quienes padecimos situaciones así. Cuando te pasan las cosas que pasé yo no creés en nadie; ves tu sombra y desconfiás. Pero yo decidí solucionar los problemas. Los problemas siempre van a estar, eso es inevitable, y en algún momento los tenés que arreglar. ¿En qué otras facetas de la vida pudiste capitalizar ese aprendizaje? Hoy puedo decir que siento en mi interior cuándo una persona es buena y cuándo no. Tengo un sexto sentido que me ayuda a darme cuenta. Siento cuándo una persona actúa de buena fe y cuándo tiene segundas intenciones. Hoy soy muy desconfiada pero también muy precavida. Y sobre todo muy observadora. Aprendí a ser fuerte porque no quiero volver a sufrir. En los últimos años hubo un aumento considerable en las denuncias por abuso y acoso en Argentina, ¿qué reflexión te mereces? Por suerte las mujeres se están animando a denunciar situaciones de abuso y acoso. Hoy gracias a Dios hay muchas más herramientas. Hoy te escuchan más. Se investiga más. Antes denunciabas y se te cagaban de risa en la cara. Hoy hay más información, incluso las redes sociales ayudaránon bastante en este sentido. Y la información sirve. Hoy es más fácil buscar ayuda y la gente se compromete más. De lo que sí estoy en contra es del sobreabuso de los derechos. Por ejemplo no corresponde que siendo árbitro, y mujer, vos puedas decirle de todo a un jugador y que el jugador no pueda decirte nada. Y encima después amenazarlo con denunciarlo si te dice algo. Estoy en contra de ese abuso de los derechos. Se trata de ser justos y que haya respeto. Hoy, además del arbitraje, Carolina dedica buena parte de su vida al entrenamiento funcional. Es instructora y dicta clases de spinning, cardio jam y funcional en el gimnasio Activate, en el barrio Santa Lucía. Los golpes de la infancia le dejaron un sinfín de enseñanzas y el destino quiso que hoy tenga que enseñar todo aquello que aprendió. No hay dudas: sus ganas de vivir le dieron una nueva oportunidad. Perfil Carolina Vera Árbitro e instructora. Nació en Posadas hace 32 años. Aprendió varios oficios en el Hogar de Niñas Santa Teresita pero su pasión siempre fue el fútbol. Hizo el curso de árbitro y hoy es referente ineludible entre sus pares. Integra el Colegio de Árbitros de la Liga Posadeña. Organiza torneos de fútbol femenino y masculino. Es instructora de spinning, cardio jam y entrenamiento funcional. “Me 'judearon' mucho en la vida, pero aprendí” “Creo que en el arbitraje me gané un respeto por la forma de manejarme. del fútbol femenino, de los torneos de barrio, del fútbol infantil... Me 'judearon' en gran parte de mi vida y aprendí muchas cosas. Ahora me manejo de otra manera. Y considero que todo se basa en el respeto mutuo. Y hay que tener sentido común. Una vez, en una liga amateur, un tipo me recontra basureó y me insultó durante un partido. Cuando terminó el partido salió y se puso a llorar. No sé por qué lo abracé. Resulta que tenía el hijo muy mal y el tipo explotó con la primera persona que encontró. Para ser árbitro yo creo que es fundamental tener sentido común, sobre todo para entender situaciones para las que no estamos preparados. Es lo que siempre trato de inculcarles a los árbitros, que no se tomen a pecho lo que dicen los jugadores. Hay excelentes personas a las que se les salta la cadena. Personas que saben que se equivocaron y después piden disculpas. Y no está mal pedir diculpas, incluso para nosotros. ¿Qué tiene que tener un árbitro? Sentido común, seguridad y muñeca, sobre todo mucha muñeca. Porque arbitrar es negociar constantemente”.
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