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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 28/05/2025 14:33
El certamen CanSat fue organizado por la UNAM con equipos de más de 10 países y exigió construir un satélite del tamaño de una lata de gaseosa Un satélite de madera con sensores electrónicos, semillas, agua y un huevo de gallina como tripulación. Así se resume la misión con la que un grupo de cinco estudiantes de la Universidad de Buenos Aires logró ubicarse entre los cinco mejores equipos del mundo en una competencia internacional que simula una misión aeroespacial real. Detrás del experimento, bautizado Hornero en homenaje al ave nacional argentina, se encuentra un proceso de aprendizaje autodidacta, colaboración interdisciplinaria y una fuerte reivindicación del valor de la universidad pública. La competencia se llama CanSat y es organizada anualmente por el Programa Espacial Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México. Participaron más de 100 equipos de universidades de todo el mundo y, entre ellos, 40 llegaron a la final realizada en la Ciudad de México. Entre los finalistas estuvo el equipo argentino Hornero, integrado por Clara Telesca, Pedro Monczor, Pilar Risso, Santiago Pérez Garber y Juan Valle, todos estudiantes de Física y Química en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. “Para nosotros es muy valioso poder representar a la Argentina en la etapa final. Gracias a los resultados que fuimos obteniendo, tenemos altas expectativas”, había dicho Telesca antes de viajar a México. El equipo argentino desarrolló un satélite con estructura de madera sensores y carga biológica para una competencia aeroespacial en México El satélite que diseñaron tenía que cumplir requisitos precisos: no superar los 20 centímetros de altura, estar construido en madera y llevar en su interior sensores capaces de medir velocidad, aceleración, temperatura, presión y dióxido de carbono durante el lanzamiento. El experimento incluyó además una carga biológica compuesta por un huevo de gallina, semillas endémicas y agua. Todo debía resistir un descenso desde 400 metros de altura mediante un sistema de autogiro impreso en 3D. “Contiene sensores electrónicos que le permiten medir velocidad, aceleración, presión, temperatura y dióxido de carbono; y su tripulación consiste en un huevo de gallina, semillas y agua, que deben sobrevivir al impacto del lanzamiento”, explicó Telesca. La misión tuvo un objetivo técnico: medir condiciones atmosféricas durante el vuelo y transmitir los datos en tiempo real a una estación terrena. Los estudiantes diseñaron un prisma que alojara todos los componentes sin superar el peso y el presupuesto exigido, que no podía pasar los 600 dólares. “Nuestra propuesta técnica cumplió con las especificaciones, pero lo que más nos interesó fue poder medir las condiciones atmosféricas”, contó Juan Valle. Para cumplir con ese objetivo, desarrollaron subsistemas con módulos de comunicación, sensores, hélices, baterías y placas electrónicas montadas a mano. Cada decisión de diseño fue producto de investigaciones propias, ensayos y correcciones sucesivas. “La verdad es que aprendimos un montón porque somos amateur en esto y todo fue a partir de investigar y aprender. Por suerte, contamos con la ayuda de varias personas conocidas y experimentadas en rubros que van desde la carpintería hasta la electrónica”, agregó Telesca. Hornero fue el único equipo argentino entre los 5 mejores del certamen mundial CanSat que simula una misión espacial real a pequeña escala El trayecto del equipo comenzó en diciembre de 2024 cuando decidieron inscribirse en el certamen. Desde entonces, cada una de las cinco etapas representó un nuevo desafío. En la segunda ronda quedaron cuartos entre 65 equipos. En la tercera etapa de evaluación, quintos entre 49. Y en la clasificación de lanzamientos lograron un puntaje global de 98.2, lo que los posicionó en el segundo lugar. Ese rendimiento les aseguró el pase a la final y generó el respaldo necesario para financiar el viaje. La Facultad de Exactas logró que la Universidad de Buenos Aires cubriera los costos del traslado a México. El dispositivo desarrollado por Hornero simula un satélite real a escala y reproduce todos sus sistemas principales: energía, telemetría, estructura, sensores y carga útil. A lo largo de la competencia, el equipo argentino fue el único representante del país y superó a universidades de Países Bajos, Colombia, Perú, Guatemala, México y Bolivia. “En la secundaria escuchábamos sobre este tipo de programas, pero nos parecían inalcanzables. Incluso cuando nos anotamos, pensábamos que no llegaríamos tan lejos”, dijo Monczor. La pasión por la ciencia espacial y el interés por los desafíos técnicos surgieron entre las aulas del Colegio Nacional Buenos Aires, donde se conocieron los integrantes del equipo. Luego, ya como estudiantes universitarios, el entusiasmo mutó en un proyecto colectivo. “La temática espacial fue lo que movilizó nuestra curiosidad por aprender cosas nuevas. Pero es cierto que esto surgió como un proyecto entre amigos que nunca pensamos en poder concretar realmente”, contó Pilar Risso, quien fue la única estudiante de Química del grupo. Con el tiempo, esa iniciativa compartida terminó convertida en una propuesta sólida que llegó a competir en un podio internacional. Tecnología, creatividad y educación pública El dispositivo midió presión temperatura dióxido de carbono y aceleración desde 400 metros hasta el aterrizaje con transmisión en tiempo real Uno de los rasgos más destacados del equipo argentino fue su capacidad de trabajo autogestionado. La construcción del satélite fue realizada con recursos propios, conocimientos interdisciplinarios y materiales reciclables. El diseño incluyó piezas de unión creadas con impresora 3D, una computadora de vuelo seleccionada según sus prestaciones y recubrimientos especiales para proteger la carga biológica. “Para resolver las especificaciones solicitadas nos organizamos en subsistemas de trabajo que incluyeron saberes de electrónica, programación y diseño”, detalló Santiago Pérez Garber. El proyecto requirió también el respaldo de docentes, técnicos y tutores, como Gonzalo Ciaffone, del departamento de Astronomía del Colegio Nacional. En palabras de los estudiantes, fue ese entorno el que permitió transformar una idea en una propuesta concreta. La experiencia no solo les permitió aplicar conocimientos adquiridos en sus carreras, sino también aprender de forma empírica cuestiones que no estaban contempladas en sus programas académicos. Desde la elección del tipo de madera hasta la integración de sensores o la programación del módulo de comunicación, cada aspecto fue resuelto en equipo. “También nos ayudaron docentes de la facultad y nuestro tutor, Gonzalo Ciaffone, del departamento de Astronomía del Colegio”, recordó Telesca. La final del certamen se realizó el sábado 24 de mayo. Allí, cada equipo presentó su prototipo y asistió al lanzamiento con drones desde 400 metros. El satélite argentino cumplió su misión y fue evaluado por el comité organizador de la UNAM, que cada año impulsa este proyecto para fomentar la formación técnica, la innovación y la vocación científica entre estudiantes universitarios. La competencia, que lleva más de una década en marcha, busca simular una misión espacial real a pequeña escala y promueve la integración de saberes como la física, la ingeniería, la electrónica, la programación y el diseño industrial. El resultado final dejó a Hornero en el quinto lugar global, pero para los estudiantes, la experiencia fue mucho más que una premiación. “Para nosotros es muy valioso haber llegado hasta acá, estamos muy contentos. Ya el hecho de viajar a México es algo que no nos imaginábamos cuando empezamos con esto. Arrancamos como un grupo de amigos y porque nos gusta la ciencia. Y también es un orgullo enorme representar al país y, en particular, a la universidad pública en la que nos formamos”, concluyó Clara Telesca. La propuesta argentina incluyó módulos de comunicación programación electrónica hélices impresas en 3D y baterías de 9 voltios cuadradas Una experiencia transformadora en clave científica El recorrido del equipo argentino condensó múltiples aprendizajes: técnicos, colaborativos, personales y académicos. Construir un satélite con sus propias manos, cumplir con los estándares de una misión aeroespacial y enfrentar evaluaciones internacionales, significó un entrenamiento intensivo fuera del aula. El éxito en CanSat se construyó paso a paso, desde la idea inicial hasta el momento del lanzamiento. Para cada una de las etapas, los estudiantes debieron presentar documentación técnica, justificar sus decisiones de diseño y demostrar el funcionamiento de cada subsistema. La rigurosidad fue la misma que se exige en proyectos reales de la industria espacial. En ese marco, la experiencia también resignificó el papel de la ciencia pública y la educación estatal. Los cinco integrantes del equipo no solo se formaron en la Facultad de Exactas de la UBA, sino que también compartieron el paso previo por una institución secundaria emblemática como el Colegio Nacional Buenos Aires. Desde allí, forjaron un vínculo de afinidad por la ciencia y la exploración que hoy los llevó a figurar entre los mejores del mundo en una competencia de tecnología espacial. El valor simbólico de representar a una universidad pública en un evento internacional se reforzó con cada etapa superada. A medida que avanzaba el certamen, Hornero no solo acumulaba puntajes, sino también el reconocimiento de otros equipos por su propuesta técnica, su creatividad en el diseño y su capacidad de trabajo. Para quienes participaron del proceso, el verdadero premio fue haber demostrado que una idea nacida entre amigos, sin más recursos que el conocimiento, puede convertirse en una aventura aeroespacial.
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