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  • Sebastião Salgado: la potencia inmersiva de las imágenes de la miseria humana

    » El Ciudadano

    Fecha: 28/05/2025 04:39

    Juan Aguzzi El fotógrafo de origen brasileño Sebastião Salgado fue un autodidacta en la práctica de una expresión que a través de su mirada se volvería verdaderamente artística. Fue en 1973 cuando un todavía joven Salgado descubrió un mundo nuevo mirando a través del lente de una cámara que había comprado su mujer. “Descubrí la fotografía por casualidad. Mi esposa es arquitecta, cuando éramos jóvenes y vivíamos en París, se compró una cámara para tomar fotos de edificios. Por primera vez miré a través de una lente, y la fotografía de inmediato comenzó a invadir mi vida (…)”, graficó una vez Salgado ese comienzo. En su mujer tuvo una compañera ideal para lanzarse de cabeza a tomar fotos, puesto que ella, arquitecta de profesión, se ofreció a editarle los materiales y luego, cuando algunas fotos de Salgado fueron reconocidas, se convirtió en su manager. El sendero que tomó, o que lo tentó, fue el de trabajar como fotoperiodista y en el despliegue de ese oficio muy pronto fue produciendo imágenes conmovedoras que en un mismo encuadre capturaba con belleza, la miseria y la mezquindad que abundan en el mundo, siempre dispuesto a encontrar esa belleza aun en medio de una tragedia, con una actitud documental y reflexiva impregnando la foto de modo que jamás algún trabajo suyo resultaba indiferente. La elección del blanco y negro fue uno de sus aciertos más distintivos. En 1979 ingresó en Magnum, la prestigiosa agencia independiente fundada por Robert Capa y Henri Cartier-Bresson y algunas de las primeras fotos que envió al periódico New York Times sobre las hambrunas de la zona norafricana conocida como Sahel, fueron rechazadas por su excesiva crudeza. En el lugar adecuado y en el momento justo Viajero por naturaleza, Salgado hizo fotos en más de ciento veinte países, generalmente sobre hechos terribles que involucraban buena parte de la población: explotación humana, hambrunas, sometimientos, guerras, pueblos originarios desplazados, campos de refugiados, algunas formas de genocidio, entre otros. “Yo no soy originario de la mitad norte del mundo y no comparto el sentimiento de culpabilidad de algunos de mis colegas. No fotografío la pobreza material porque me sienta culpable, ya que forma parte del mundo del que provengo”, dijo una vez a una revista francesa especializada. Por esto mismo, Salgado fue objeto de críticas de diversos sectores porque sus trabajos combinaban una mirada sutil y profunda sobre una realidad cruel valiéndose de una estética de gran potencia visual. Su técnica era tan exquisita como minuciosa, surgida tal vez de estar en el lugar adecuado para esperar el momento justo de lo que buscaba captar. Una de esas voces críticas fue la de la escritora y ensayista Susan Sontag quien objetó la estética demasiado cinematográfica utilizada por Salgado para representar la miseria y la crueldad en el mundo. Dijo también que “una foto puede ser terrible y bella. Otra cuestión es, si puede ser verdadera y bella. Este es el principal reproche a las fotografías de Sebastião Salgado. Porque la gente, cuando ve una de esas fotos, tan sumamente bellas, sospecha. Con Salgado hay otro tipo de problemas. Él nunca da nombres. La ausencia de nombres limita la veracidad de su trabajo. Ahora bien: con independencia de Salgado y sus métodos, no creo yo que la belleza y la veracidad sean incompatibles…”. Salgado respondió así: “A veces la gente no acaba de entender por qué he trabajado tanto sobre la hambruna en África y sobre la pobreza en América Latina, pero era lo que tenía en mente. Era mi vida. No me imponía en sus vidas, sino que era lo que yo estaba viviendo (…) En Brasil, había estado muy metido en temas sociales y estábamos en una época de militancia política. Además llegamos a estudiar a Francia después de 1968. Todo era activismo, política, militancia y temas sociales. Convertirme en fotógrafo social y documental fue una evolución natural para mí”. En su defensa el escritor uruguayo Eduardo Galeano señaló: “Las fotografías de Salgado, un retrato múltiple del dolor humano, nos invitan a celebrar la dignidad de la humanidad. Brutalmente francas, estas imágenes de hambre y sufrimiento son, sin embargo, respetuosas y decorosas (…) no violan, sino que penetran el espíritu humano para revelarlo (…) Desde su imponente silencio, estas imágenes, estos retratos, cuestionan las fronteras hipócritas que salvaguardan el orden burgués y protegen su derecho al poder y a la herencia. La caridad, vertical, humilla. La solidaridad, horizontal, ayuda. Salgado fotografía desde dentro, en solidaridad”. Una identidad artística propia Salgado comparte el acento de su mirada con fotógrafos documentalistas connotados como W. Eugene Smith, Dorothea Lange, Lewis Hine y Walker Evans, quienes retrataron a sectores sociales desprotegidos y humillados con una intención de poner en evidencia el desequilibrio social que campeaba en sus países y en vastas zonas del mundo. Algo de sus fotografías ya estaba presente en las de aquellos fotógrafos que lo precedieron, incluso es en alguna toma del norteamericano W. Eugene Smith donde pueden rastrearse ciertos rasgos estéticos, aunque solo como punto de partida, ya que Salgado construyó una identidad artística muy propia. “Nuestra historia es la historia de la comunidad, no de la individualidad. Ése es el punto de vista de mi fotografía y el punto de partida de todo mi trabajo (…) respeto y tengo cierto sentido de la comunidad y del ser humano. La fotografía está llena de simbolismo, es un lenguaje simbólico. Tienes que ser capaz de materializar todas tus ideas en una sola imagen…No vas y tomás una foto. Vas a construir una historia. A final de cuentas creo que los fotógrafos documentalistas somos gente a la que nos gusta contar historias”, confió en una entrevista en Le Figaro, donde también abundó sobre su posición artística y social agregando lo siguiente: “…el hecho de que me haya convertido en una referencia en el mundo de la fotografía documental no es algo que me agrade, ni creo que deba ser el objetivo de ningún fotógrafo que se dedique a contar una pequeña parte de la historia de la humanidad. Sería un contrasentido. Lo que me ha ayudado a luchar y a vivir, a permanecer firme, ha sido la creencia de que con mi trabajo podría contribuir a crear un debate sobre los errores e injusticias de esta tierra (…) la posibilidad de participar siendo tú mismo, con todo tu ser, tu cultura, tu ideología, tu manera de hacer las cosas, en definitiva, con coherencia, en un momento histórico determinado. Participar viviéndolo y contándolo. ¿No es magnífico? (…) Cada uno tiene su técnica, pero eso no es lo importante, igual que tampoco lo es la elección del blanco y negro o del color. Lo verdaderamente importante es cómo tú, persona implicada en el momento histórico, vas a recibir informaciones del mundo en el que estás viviendo, las vas a elaborar en tu cabeza y vas a intervenir en esa realidad a través de la materialización de todo ese proceso…”. Una visión consistente del dolor humano Salgado tuvo varios trabajos que pueden considerarse impactantes, uno de ellos fue su serie sobre Serra Pelada, en la que hizo una cobertura de una fiebre del oro masiva ocurrida entre 1980 y 1986, en el norte de Brasil. Su testimonio visual sobre la expansión de la industria extractiva en la que miles de buscadores explotados y autoexplotados bajan a un enorme pozo para sacar tierra en bolsas hasta encontrar una pepita del metal que los rescate de sus vidas miserables, es francamente conmovedor. También lo son sus fotos en los campos de refugiados en el Congo y Ruanda, donde llegó a haber quince mil personas muertas en un día en otro de los genocidios del que nunca se habló demasiado. Luego de la experiencia de Ruanda, Salgado entró en una etapa de depresión, se enfermó y dejó de viajar y de hacer fotos. Detenerse a mirar una foto de Salgado produce un efecto intenso de inmediatez, inmersivo, como si las personas y objetos surgidos en el encuadre traspasaran la distancia y se situaran junto al observador. Muchos han dicho que luego de Cartier-Bresson no hubo alguien con la llegada masiva que tuvo Salgado y que pocos como él alcanzaron esa visión documental tan consistente para representar el dolor humano. Salgado creía que ese tipo de fotografías podían contribuir a que cada vez más gente se enterase de ese dolor causado por la crueldad e inhumanidad a las que el poder en manos de unos pocos somete a millones. Incluso apostaba por generar espacios más amables con la naturaleza para resistir el cambio climático. Junto a su mujer, plantó tres millones de árboles de trescientas especies en una tierra que le donaron sus padres en Brasil y que luego cedió al estado brasileño para que fuera utilizado como reserva natural, con especial énfasis en la educación ambiental para los habitantes de la zona. En ese sentido fue un agudo crítico de las políticas extractivas y destructoras de (Jair) Bolsonaro, sobre todo por su cruzada depredadora de la Amazonía. En 2022 presentó en San Pablo la exposición que denominó Amazonía, donde registraba su andar por la selva tropical más grande del mundo. Allí dijo que la fotografía era para él una forma de vida. “Corresponde a mi ideología (…) mi actividad humana y política, va todo junto”. Cualquier duda sobre esa afirmación desaparece al cabo de observar algunas de las fotos que le fueron tomadas a Salgado, cuando al costado del fenómeno fotografiado, se lo ve con tres o cuatro Leicas colgadas de su cuello, embarrado y con la cara demacrada en algunos de los innumerables y a veces inimaginables sitios donde lo llevaba su inagotable sed viajera. Fotos que no hacen otra cosa que describir el nexo que, a su modo, lo ligaba a las víctimas de las atrocidades que descubría en cada una de sus travesías. El afamado realizador alemán Wim Wenders filmó en 2014 el exquisito documental La sal de la tierra, donde refleja el trabajo de Salgado en la Amazonía y hace un repaso de las etapas de su formidable vida. Lo hizo junto a Juliano Ribeiro Salgado (hijo del fotógrafo). El viernes último Sebastião Salgado murió, a los 81 años, en París, donde vivía desde fines de los años sesenta, cuando se exilió de su Brasil natal por el aire irrespirable provocado por la dictadura brasileña implantada en 1964.

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