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» TN corrientes
Fecha: 28/05/2025 04:32
Tragedia Masacre en Villa Crespo: el morbo y ensañamiento en las redes sociales Martes, 27 de mayo de 2025 El caso de Laura Leguizamón enfrenta a un nuevo dilemta. ¿Qué pasa con las redes sociales de quienes han muerto, especialmente cuando su partida está teñida de violencias? En tiempos donde la muerte ya no pone fin al relato público de una persona, el caso de Laura Leguizamón, la mujer que hace unos días asesinó a su marido y a sus dos hijos antes de quitarse la vida en Villa Crespo, nos enfrenta a un nuevo dilema: ¿qué sucede con las redes sociales de quienes han muerto, especialmente cuando su partida está teñida por la violencia? Durante los días posteriores a la tragedia, las fotos y publicaciones de Leguizamón permanecieron visibles en sus perfiles. Algunos medios incluso compartieron capturas de sus últimas imágenes familiares, subidas poco antes del crimen, y trataron de sacar conclusiones del caso a partir de supuestas pistas en esas fotografías. La disponibilidad de su huella digital no solo permitió una reconstrucción pública de su figura, sino que también nos dejó ante una paradoja: la posibilidad de "visitar" a alguien que ya no está, cuya muerte no trajo silencio sino exposición. Como bien explica el filósofo italiano Davide Sisto en su libro Posteridades digitales, los perfiles sociales no mueren con sus dueños. Su permanencia activa, que en la mayoría de los casos se dan por los algoritmos de recomendación pero a veces es por familiares que lo usan para seguir subiendo contenido en homenaje, convierte a las redes en un nuevo tipo de cementerios, en donde la memoria y la intimidad se entrelazan de formas impredecibles. Las implicancias de estas prácticas son múltiples. En primer lugar, el encuentro azaroso con estos rastros digitales (por una búsqueda, por una notificación o una mención) puede tener consecuencias emocionales difíciles de procesar. A diferencia de los objetos físicos que solemos conservar de los muertos, lo digital no está contenido: persiste, circula, se reproduce. Y más aún: puede ser intervenido. ¿Qué pasa si alguien comenta hoy una foto antigua de Leguizamón, como si nada hubiese ocurrido? ¿O si sus imágenes son utilizadas para alimentar hipótesis, justificar o condenar su accionar? En segundo lugar, aparece la cuestión del relato. Las redes sociales crean una suerte de “presencia en ausencia”, donde la persona fallecida se convierte en el conjunto de mensajes que dejó. Pero esos mensajes (fotos, videos, posteos) no son neutros: están cargados de emociones, de interpretaciones y, en casos como el de la vecina de Villa Crespo, de potenciales reinterpretaciones morbosas. ¿Es legítimo, por ejemplo, escudriñar su Instagram buscando señales premonitorias del crimen? Finalmente, está el problema de la memoria pública. En algunos foros digitales, las figuras como Leguizamón corren el riesgo de convertirse en objetos de fascinación oscura. La lógica de los exitosos podcasts y canales de YouTube que comentan crímenes como si fueran series de televisión muestra que para muchos usuarios, el asesinato y el suicidio no representan el final de una vida humana, sino el comienzo de una narrativa para consumir. No hay respuestas simples. Para algunos, mantener abierto un perfil puede ser una forma de duelo, una manera de sostener un vínculo. Para otros, es una tortura diaria, un recordatorio imposible de evitar. En casos como el de esta reciente tragedia, además, el perfil puede devenir campo de batalla: entre la empatía y la condena, entre el respeto por los muertos y la necesidad de entender lo incomprensible. Martes, 27 de mayo de 2025
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