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Parana » Analisis Litoral
Fecha: 25/05/2025 20:44
No, no es un error ortográfico. O quizás sí, si pensamos en cómo el apellido español Esquivel se transformó en Esequibo. Juan de Esquivel, un conquistador español que recorrió el Caribe desde el segundo viaje de Colón y que incluso llegó a conquistar Jamaica, terminó dándole su nombre a uno de los ríos más importantes del norte de Sudamérica. Hoy, el río Esequibo —de mil kilómetros, que nace en las montañas de Acarai y desemboca en el Atlántico— ha vuelto al centro del mapa, pero no por su geografía, sino por su geopolítica. La cuenca del Esequibo ocupa casi todo el territorio de Guyana, país que alguna vez fue colonia británica. Desde 1966, Guyana es independiente. Venezuela, sin embargo, nunca dejó de reclamar como propio el territorio al oeste del río Esequibo, es decir, más del 60 % de Guyana. Esta disputa histórica, apoyada en el principio del uti possidetis iuris y en una serie de tratados coloniales, lleva más de un siglo. Pero en diciembre de 2023, el gobierno de Nicolás Maduro decidió reactivarla con un referéndum donde se le preguntó al pueblo si estaba de acuerdo en incorporar ese territorio como una nueva provincia venezolana: Guayana Esequiba, el estado número 24. Lo hizo, según muchos analistas, no por convicción patriótica, sino por cálculo político. La economía colapsada, el aislamiento internacional, y su propio desgaste como figura lo empujaron a buscar una causa nacionalista con la que reconectar con la base chavista. A pesar de que no controla ni un centímetro de ese territorio, Maduro ya lo incorporó oficialmente a sus mapas y nombró autoridades “provisionales”. En pocas palabras, una anexión de facto. La respuesta internacional y el fantasma del conflicto Lo que siguió fue predecible pero inquietante. Guyana solicitó apoyo internacional inmediato. El Comando Sur de Estados Unidos realizó ejercicios conjuntos con el pequeño ejército guyanés, y la Cuarta Flota estadounidense comenzó a patrullar las aguas del Esequibo, dejando claro que no tolerará una invasión. Maduro respondió con movilización militar simbólica, pero peligrosa, generando tensiones en una región históricamente ajena a conflictos de esta escala. El riesgo es altísimo. Venezuela no tiene capacidad económica ni logística para sostener una guerra, pero la desesperación del régimen puede llevarlo a una acción temeraria. Como ocurrió con Galtieri en 1982, el nacionalismo extremo puede ser la última carta de un dictador acorralado. ¿Y Donald Trump? ¿Qué haría ante esta provocación? Con el regreso de Donald Trump al centro del poder político estadounidense tras las elecciones de noviembre de 2024, muchos se preguntan cómo respondería él ante esta crisis. La relación de Trump con América Latina ha sido ambigua: por un lado, retórica dura contra el socialismo (Maduro, Cuba, Nicaragua), y por otro, escasa voluntad de intervencionismo militar directo. Sin embargo, el caso del Esequibo toca una fibra diferente: recursos energéticos, influencia china y orden hemisférico. El subsuelo del Esequibo es rico en petróleo, y empresas estadounidenses como ExxonMobil tienen intereses multimillonarios allí. Además, China ha mantenido lazos económicos con Guyana, lo que convierte el conflicto en una disputa indirecta entre superpotencias. No sería extraño que Trump, fiel a su estilo de mostrar fuerza, impulse una respuesta enérgica, que puede ir desde más ejercicios militares en la zona hasta una amenaza directa de intervención si Venezuela cruza la línea roja. Ya en su primer mandato, Trump coqueteó con la idea de una acción militar contra Maduro, e incluso reconoció públicamente al gobierno de Juan Guaidó. Hoy, su regreso podría significar un endurecimiento de la posición estadounidense, no tanto por amor a Guyana, sino por defensa del principio de inviolabilidad de las fronteras en el hemisferio occidental. Si Maduro invade, Trump —más pragmático que diplomático— podría ordenar un bloqueo naval, congelar activos o incluso respaldar operaciones clandestinas para debilitar al régimen. Una jugada suicida Lo cierto es que Maduro está mostrando al mundo su extrema debilidad. Como un jugador de ajedrez que empuja su rey al centro del tablero sin cobertura, parece dispuesto a caer en una trampa que él mismo se está tendiendo. La historia es conocida: cuando los regímenes pierden legitimidad, buscan enemigos externos. Pero lo que parece una jugada patriótica puede convertirse en una catástrofe militar y política para Venezuela. Las lecciones de la historia son claras. La soberanía no se construye con discursos, ni con mapas alterados, ni con provocaciones armadas, y mucho menos bajo el mando de dictadores debilitados que buscan prolongar su poder en nombre de causas patrióticas que nunca defendieron realmente. Mientras tanto, la región contiene el aliento. Y el mundo también. ANALISIS LITORAL
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