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  • “FRONTERAS LIBRES ENTRE PUEBLOS HERMANOS”

    Concepcion del Uruguay » La Calle

    Fecha: 25/05/2025 15:24

    Eduardo Irigoyen García, un militante colorado de Fray Bentos, publicó hace pocos días en su cuenta de Facebook la imagen de un “pegotín” (sí, estimado lector, en idioma oriental no se dice “sticker”, se dice “pegotín) acompañado del siguiente texto: “»Yo quiero fronteras libres entre pueblos hermanos». Esa fue la consigna de un encuentro de intendentes del Litoral uruguayo-argentino convocado por Mario Carminatti al inicio de su tercer período de gobierno. La actividad se realizó en la Sala de Convenciones de Las Cañas. Este es el pegotín que se distribuyó, algo que creamos con el artista plástico Fabián Mendoza (aunque el mérito le corresponde a él)”. Le puse “me gusta” y comenté que “hay que renovar esa campaña”. Al día siguiente tomé prestada esa imagen y expresé que deberíamos abogar por el libre tránsito fronterizo y el libre comercio entre Argentina y Uruguay. Me permití reforzar el texto transcribiendo las líneas finales de la genial “Milonga para los orientales” de Jorge Luis Borges, esa que dice… “…Milonga para que el tiempo vaya borrando fronteras; por algo tienen los mismos colores las dos banderas”. Y en una publicación similar en Instagram, que te permite agregar música, opté por un breve fragmento de “A José Artigas”, esa hermosa vidalita de Alfredo Zitarrosa que honra la memoria del prócer compartido. Tuve la suerte de conocer a Mario Carminatti y pude dialogar, aunque más no sea un par de oportunidades, con ese extraordinario dirigente del Partido Colorado, el único en ejercer por tres períodos la intendencia de Río Negro. Y tenían razón Carminatti y sus correligionarios en lo que planteaban en aquella imagen. Las sociedades tienen una cierta tendencia a naturalizar algunas cosas, a aceptar como inevitables o hasta legítimos ciertos estados de situación que en realidad no resisten el menor análisis si se analizan en profundidad y con racionalidad. Y hemos naturalizado, argentinos y uruguayos, que haya que hacer larguísimas colas para cruzar por el Puente Artigas o por el Puente San Martín, que tengamos que hacer inútiles trámites aduaneros y migratorios para ir a visitar a algún amigo sanducero o a comer un chivito y tomar una pilsen en la 18 de julio. Y que no exista entre nuestros países libertad de comercio. Que nuestros amigos orientales no puedan comprar de este lado y cruzar lo que se les antoje. Lo hemos naturalizado, lo aceptamos, nadie se queja, o no lo hace ostensiblemente, pero es absurdo; e inconveniente y perjudicial para los ciudadanos de ambas márgenes del río Uruguay. No existen justificaciones serias y fundadas del proteccionismo comercial, más que en muy poquísimos casos excepcionales y sólo por tiempos extremadamente limitados. Los más grandes economistas de todos los tiempos han destrozado con argumentos irrebatibles sus falacias. Ya en el siglo XVIII los fisiócratas franceses, como François Quesnay, argumentaron a favor del libre comercio como vector para la prosperidad y el progreso de los pueblos. Adam Smith reforzó la idea planteando que el libre comercio lleva a que cada país se especialice en producir los bienes y servicios en los que es más eficiente, aumentando de este modo la productividad y reduciendo los costos en beneficio de los consumidores. Además, el libre comercio es un poderoso estímulo a la vez que una garantía de la competencia, reforzando de esta manera la accesibilidad a bienes y servicios de calidad. El gran pensador escocés argumentó a su vez que el libre comercio entre las naciones promueve la paz, la integración y la colaboración entre los países y las sociedades, desde el momento en el que la mutua dependencia reduce la posibilidad de guerras y conflictos. En sus propias palabras, “el comercio es un medio para promover la paz y la cooperación entre naciones.” Posteriormente David Ricardo, economista clásico inglés del siglo XIX, demostró en su obra “De principios de economía política y tributación”, de 1817, que “bajo un sistema de comercio perfectamente libre, cada país naturalmente dedica su capital y trabajo a aquellos empleos que son más beneficiosos para cada uno. Esta búsqueda del beneficio individual está admirablemente conectada con el bien universal de toda la comunidad”; y advirtió, al condenar las leyes de cereales en su país, que el proteccionismo no sólo perjudica a los consumidores al aumentar los precios, sino que también obstaculiza el progreso económico general. La influencia del pensamiento de David Ricardo puede observarse claramente en la obra de economistas posteriores, como John Stuart Mill, quien señaló que “el comercio es el gran instrumento de la paz, porque une a los hombres en lazos de interés mutuo”. Un razonamiento similar puede observarse en una frase usualmente atribuida a Frederic Bastiat, aunque no haya podido comprobarse su autoría: “Cuando los bienes no cruzan las fronteras, los soldados lo harán”. Quizás la frase más contundente en contra del proteccionismo y a favor del libre comercio haya sido la escrita por Henry George en su libro titulado precisamente “¿Proteccionismo o libre comercio?”: “Lo que nos ha enseñado el proteccionismo es a hacernos a nosotros mismos en tiempos de paz lo que nuestros enemigos quieren hacernos en tiempos de guerra”. Recordemos también que Juan B. Justo llegó a expresar que «las aduanas alejan y aíslan a los pueblos», y que “la abolición del proteccionismo aduanero sólo amenaza las ganancias espurias que a su sombra realizan algunas empresas y la renta abusiva de tierras destinadas, gracias a la aduana, a cultivos que económicamente debieran ser hechos en otros países”. El líder socialista calificó al proteccionismo como «la peor forma de nacionalismo», y señaló que se vuelve «contra los consumidores del propio país, que son en su mayor parte trabajadores». Se preocupó a su vez por distinguir «entre empresarios de industrias libres, de industrias sanas, de industrias que se han desarrollado espontáneamente, y empresarios incubados y cebados por la ley, mediante trabas aduaneras y privilegios monopólicos». El propio Carlos Marx, por su parte, había definido de manera brillante al proteccionismo como «un sistema artificial para fabricar fabricantes».

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