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  • Juana Azurduy

    Parana » AIM Digital

    Fecha: 25/05/2025 08:09

    Se cumple hoy, 25 de mayo, otro aniversario de la desaparición de la coronela del ejército argentino Juana Azurduy, que a la muerte de su marido, el general Manuel Padilla, tomó el mando de la guerrilla que combatía a los godos en el norte. Juana nació en Chuquisaca, entonces Alto Perú, hoy Bolivia, parte del virreinato del río de la Plata, en 1780. Huérfana de raza mestiza, se casó con el general y luchó junto a él gran coraje en la guerra de la independencia. El 25 de mayo de 1809, justo un año antes del alzamiento de Buenos Aires, se sublevó el pueblo de Chuquisaca. Se destituyó al virrey del Perú y se nombró gobernador a Juan Antonio Alvarez de Arenales. Juana dejó a sus cuatro hijos y acompañó a su esposo en el campo de batalla contra los españoles. Ambos organizaron una tropa de ayuda a las expediciones que envió Buenos Aires al Alto Perú. La primera, al mando de Antonio González Balcarce y la segunda a cargo de Manuel Belgrano. Las crónicas de la época cuentan que cuando Belgrano la vio pelear le entregó su espada en reconocimiento a su bravura y lealtad a la causa. Fue ella quien ocupó en plena guerrilla el cerro de la Plata y se adueñó de la bandera realista enemiga. Con esta acción el gobierno de Buenos Aires, al mando de Pueyrredón le concedió en 1816 el grado de teniente coronel del ejército argentino en virtud de su "varonil esfuerzo". Cuando San Martín decidió llegar a Lima por el Pacífico, luego de cruzar los Andes hacia Chile, el cambio dejó a Juana y a su tropa sin sustento económico y fundamentalmente abandonados a su propio destino. Juana vio morir a sus cuatro hijos y combatió embarazada de su quinta hija. Cuando queda viuda y con su única hija, se unió en la defensa del Norte bajo el servicio de Martín Miguel de Güemes. Tras la muerte del caudillo, sin mas combate, quedó carente de recursos para volver a su patria. Su vida transcurrió en Salta reclamando inútilmente a Bolivia sus bienes confiscados. Recién en 1825, el gobierno salteño le otorgó dinero para su regreso. Murió a los 82 años, olvidada y en la mayor pobreza. Se la enterró en una fosa común sin los honores ni las glorias que su accionar y compromiso por la patria merecía.

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