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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 25/05/2025 06:35
Albert Einstein En estos días ha habido debates, malos entendidos y trifulcas varias en torno a lo que antes se denominaba libertad de prensa y ahora con los nuevos medios y plataformas resulta más apropiado referirse a la libertad de expresión, lo cual abarca todos los canales posibles. En una sociedad libre este derecho resulta esencialísimo como medida de supervivencia puesto que al decir de Albert Einstein “todos somos ignorantes solo que en temas distintos” el debate abierto es ineludible para aprender, refutar y evolucionar. Como es sabido el conocimiento no es un puerto sino una permanente navegación. Tal como he apuntado otras veces, bajo mi computadora tengo un gran letrero que reza nullius in verba que es el lema de la Royal Society de Londres que significa que no hay palabras finales. Como nos ha enseñado Karl Popper, el conocimiento tiene la característica de las corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones, en eso consiste el avance de la ciencia y de todo lo susceptible de aprenderse en este mar de ignorancia donde los esfuerzos son colosales para captar pequeños trozos de tierra fértil. Lo dicho se traduce en que cada cual puede decir y escribir lo que le venga en gana lo cual para nada significa que todo lo que se transmite está bien desde un punto de vista fáctico e incluso moral vía engaños, informaciones falsas y diatribas varias. Si alguien siente que sus derechos han sido vulnerados puede recurrir a la Justicia o criticar vía los medios que estime pertinentes o ambas cosas a la vez. Incluso puede propiciarse un cambio en el sistema político. Por ejemplo, pregunto a mis lectores: ¿cuándo debe proscribirse el comunismo de Platón, en el aula, en la plaza pública o cuando se introduce en una plataforma partidaria? Considero que en ningún caso, la forma de combatirlo es a través de la educación y el antes mencionado debate abierto, lo contrario se traduciría en un efecto boomerang para nuestras propias ideas novedosas. Nunca bajo ningún concepto es aceptable la censura previa. Hoy día se notan algunos corcoveos por parte de ciertos periodistas tradicionales que han estado acostumbrados al monopolio del micrófono o de la impresora y se encuentran con nuevos frentes. En realidad el término “periodista” remite a periódico por lo que en nuestros tiempos hay que extenderlo a quienes comunican sistemáticamente, independientemente al medio a que recurran de modo que se extiende grandemente esa labor a muy diferentes avenidas comunicacionales. Gregorio Badeni quien fuera mi gran amigo escribió un tratado sobre la antes denominada libertad de prensa que abarca 844 suculentas páginas donde analiza el tema desde muy diversas perspectivas. En este caso me limito a referirme a su mención al llamado “derecho a réplica” que critica agudamente. Sostiene que constituye un ataque al derecho de propiedad puesto que obliga al dueño del medio en cuestión a dar cabida a una o varias réplicas. Es equivalente a que se obligue a representar otra versión de una obra teatral, una producción de cine o darle la tribuna a otra persona que no le ha gustado la conferencia anterior y así sucesivamente. En este contexto concluye preguntando y respondiendo: “¿Pueden existir jurídicamente los abusos de prensa? Entiendo que no.” Esto último es similar a lo escrito por Marco Aurelio Risolia en su tesis doctoral de 1946 Soberanía y crisis del contrato cuando consigna que “abuso del derecho es una contradicción en los términos, un mismo acto no puede ser simultáneamente un derecho y su negación.” Es parecido a la sandez de sostener que la libertad de uno termina cuando comienza la del otro, en este contexto la libertad no tiene límite, la invasión de otra libertad es puro libertinaje. Por supuesto que hay cosas que se dicen que no nos gustan, incluso nos repugnan pero eso es otro cantar que bajo ningún concepto puede cercenar la libertad de expresión que constituye el bastión fundamental de la sociedad abierta, no solo para estar informado sino para fortalecer y alimentar el proceso del conocimiento y para ponerle coto al abuso del poder político. Viene muy al caso reproducir una cita de la obra clásica de John Bury titulada Historia de la libertad de pensamiento: “El mundo mental del hombre corriente se compone de creencias aceptadas sin crítica y a las cuales se aferra firmemente […] Una nueva idea contradictoria respecto a las creencias que sustenta, significa la necesidad de ajustar su mente […] Las opiniones nuevas son consideradas tan peligrosas como molestas, y cualquiera que hace preguntas inconvenientes sobre el por qué y el para qué de principios aceptados, es considerado un elemento pernicioso”. Es de especial importancia finiquitar la mugre de las pautas oficiales que hacen aparecer como competidores de información cuando son coactivamente financiados por el fruto del trabajo ajeno lo cual es un fraude escandaloso a lo que no pocos de los llamados comunicadores se han acostumbrado. También es pertinente explorar otros andariveles que ayudan a disponer de elementos de juicio más acabados que permiten exhibir un cuadro de situación algo más completo. En primer lugar, la existencia de ese adefesio que se conoce como “agencia oficial de noticias”. Cuando los gobiernos deban anunciar algo simplemente tercericen la respectiva publicidad. La constitución de una agencia estatal de noticias es una manifestación autoritaria a la que lamentablemente no pocos gobiernos se han acostumbrado. Es también conveniente para proteger la muy preciada libertad a la que nos venimos refiriendo que en este campo se de por concluida la figura atrabiliaria de la concesión del espectro electromagnético y asignarlo en propiedad para abrir las posibilidades de subsiguientes ventas, puesto que son susceptibles de identificarse del mismo modo que ocurre con un terreno. De más está decir que la concesión implica que el que la otorga es el dueño y, por tanto, tiene el derecho de no renovarla a su vencimiento y otras complicaciones y amenazas a la libre expresión de las ideas que aparecen cuando se acepta que las estructuras gubernamentales se arroguen la titularidad, por lo que en mayor o menor medida siempre pende la espada de Damocles. De la libertad de expresión se sigue la de asociación y de petición que deben minimizar las tensiones que eventualmente generen batifondos extremos y altos decibeles que afectan los derechos del vecino, lo cual en un sistema abierto se resuelve a través de fallos en competencia como mecanismo de descubrimiento del derecho y no como ingeniería legislativa y diseño arrogante. Fenómeno parecido sucede con la pornografía y equivalentes en la vía pública que, en esta instancia del proceso de evolución cultural, hacen que no haya otro modo de resolver las disputas como no sea a través de mayorías circunstanciales. Lo que ocurre en dominios privados no es de incumbencia de los gobiernos, lo cual incluye la televisión que con los menores es responsabilidad de los padres y eventualmente de las tecnologías empleadas para bloquear programas. En la era moderna, carece de sentido tal cosa como “el horario de protección al menor” impuesto por la autoridad, ya que para hacerlo efectivo habría que bombardear satélites desde donde se transmiten imágenes en horarios muy dispares a través del globo. Las familias no pueden ni deben delegar sus funciones en aparatos estatales como si fueran padres putativos, cosa que no excluye que las emisoras privadas de cualquier parte del mundo anuncien las limitaciones y codificadoras que estimen oportunas para seleccionar audiencias. Otra cuestión también controversial se refiere a la financiación de las campañas políticas. En esta materia, se ha dicho y repetido que deben limitarse las entregas de fondos a candidatos y partidos puesto que esos recursos pueden apuntar a que se les “devuelva favores” por parte de los vencedores en la contienda electoral. Esto así está mal planteado, las limitaciones a esas cópulas hediondas entre ladrones de guante blanco mal llamados empresarios y el poder, deben eliminarse vía marcos institucionales civilizados que no faculten a los gobiernos a encarar actividades más allá de la protección a los derechos y el establecimiento de justicia. La referida limitación es una restricción solapada a la libertad de expresión, del mismo modo que lo sería si se restringiera la publicidad de bienes y servicios en diversos medios orales y escritos. Afortunadamente han pasado los tiempos del Index Expurgatorius en el que Papas pretendían restringir lecturas de libros, pero irrumpen en la escena comisarios que en varios lares limitan o prohíben la importación de libros, dan manotazos a la producción y distribución de papel o, al decir del decimonónico Richard Cobden, establecen exorbitantes “impuestos al conocimiento”. La formidable invención de la imprenta por Pi Sheng en China y más adelante la contribución extraordinaria de Gutenberg, no han sido del todo aprovechadas, sino que a través de los tiempos se han interpuesto cortapisas de diverso tenor y magnitud pero en estos momentos han florecido (si esa fuera la palabra adecuada) megalómanos que arremeten con fuerza contra los comunicadores independientes (un pleonasmo pero en vista de lo que sucede en diversas partes del mundo, vale el adjetivo). Afortunadamente -como queda dicho- irrumpieron novedosos medios que con sus pro y contras según su uso básicamente fortalecen la comunicación. Nunca será suficiente que reiteremos la trascendencia de la libertad de expresión para que sobreviva el respeto recíproco inherente a la libertad.
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