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Concordia » El Heraldo
Fecha: 24/05/2025 08:07
Aunque parezca una provocación, varios analistas —y hasta bancos de inversión como J.P. Morgan— lo afirman: muchas de las políticas económicas que Donald Trump impulsa hoy en Estados Unidos remiten a las que aplicó el peronismo clásico en la Argentina de mediados del siglo XX. Resulta irónico que, mientras América Latina transita reformas orientadas a fortalecer sus instituciones monetarias –como la independencia de los bancos centrales y la responsabilidad fiscal–, Estados Unidos empiece a transitar una senda que remite al “riesgo argentino” que por décadas preocupó a los inversores. Lejos de ser una reivindicación del legado peronista, el paralelo apunta a alertar sobre los riesgos de una deriva populista en la principal potencia global. Pero también invita a una reflexión más profunda: ¿pueden políticas similares tener sentidos tan distintos, según el contexto y el objetivo? Trump haciendo peronismo En su informe Mid-Year Outlook 2025, J.P. Morgan trazó una analogía inquietante. Según sus analistas, Trump está aplicando una combinación de proteccionismo comercial, presión sobre la Reserva Federal y expansión fiscal descontrolada que recuerda al modelo económico de Perón. A saber: 1) Proteccionismo comercial: Al igual que el peronismo industrializador que se blindaba tras altos aranceles, Trump ha impulsado una nueva ola de tarifas a productos importados, con el argumento de proteger el empleo local. Lo hace, además, en un mundo hiperconectado, donde esos movimientos generan tensiones globales e inflación doméstica. 2) Ataques a la independencia institucional: Así como el Banco Central argentino fue subordinado al poder político durante el primer peronismo, la presión de Trump sobre la Reserva Federal y su rechazo a cualquier contrapeso técnico marcan un quiebre con décadas de estabilidad institucional estadounidense. 3) Gasto público sin ancla: Perón expandió derechos sociales financiados primero con reservas acumuladas y luego con emisión e impuestos. Trump, por su parte, impulsa recortes impositivos regresivos junto a un gasto fiscal creciente, generando déficits que ponen en duda la sostenibilidad del dólar como moneda de reserva mundial. Para J.P. Morgan, el riesgo para los mercados es que los responsables de la política estadounidense repitan los errores de líderes latinoamericanos como el expresidente argentino Juan Perón. El mismo envase, distinto contenido A primera vista, parecería forzado comparar al ex presidente estadounidense Donald Trump con el peronismo argentino. Uno representa a la potencia capitalista más poderosa del mundo; el otro, una corriente política surgida en un país periférico, moldeada por el Estado de bienestar del siglo XX. El peronismo original emergió en un contexto de posguerra, con excedentes comerciales, un Estado en formación y una misión clara: incorporar a las masas trabajadoras al sistema político y económico. Fue, en muchos sentidos, un populismo con justicia social. Trump, en cambio, propone un populismo sin justicia social: defiende privilegios de sectores medios altos, exacerba tensiones raciales, ataca al sindicalismo y no amplía derechos, sino que los reduce. Si el peronismo pretendía construir un país más justo (con todas sus contradicciones), el trumpismo aspira a conservar un statu quo que ya dejó de existir. Sin embargo, en tiempos de simplificaciones políticas, discursos polarizantes y liderazgos personalistas, algunos paralelismos se vuelven inevitables. Ambos modelos también se constituyen en torno a la figura del líder. Trump ha moldeado al Partido Republicano a su imagen y semejanza, desplazando a las élites tradicionales. Juan Domingo Perón, por su parte, no sólo fue el arquitecto del movimiento, sino que fundó una doctrina que lleva su nombre y cuya vigencia aún perdura en Argentina. Otra similitud llamativa es que, para Trump, los enemigos son “la casta de Washington”, los medios liberales, Silicon Valley y el aparato estatal. En el peronismo clásico, el antagonismo era contra la oligarquía, los grandes terratenientes y el capital extranjero. A pesar de estos paralelismos, las diferencias estructurales son más profundas. El peronismo fue, en esencia, un proyecto de ampliación de derechos sociales. Impulsó la justicia social, el pleno empleo, la intervención estatal en la economía, la expansión del salario real y la sindicalización de los trabajadores. Trump, por el contrario, combina su discurso populista con políticas económicas neoliberales: baja de impuestos a los más ricos, desregulación financiera, ataque a los sindicatos y desmantelamiento de políticas sociales. Además, mientras el peronismo surgió en un contexto de industrialización dirigida por el Estado (sustitución de importaciones), el trumpismo se enmarca en una economía postindustrial que intenta repatriar empleos industriales ya perdidos, muchas veces con medidas proteccionistas o guerras comerciales, sin una política productiva clara. Conclusión: cuando Wall Street cita a Perón La comparación entre Trump y Perón hecha por J.P. Morgan no es un simple juego retórico. Es una advertencia sobre los riesgos de caer en modelos que privilegian la conveniencia política de corto plazo por encima de la consistencia macroeconómica. Sin embargo, conviene no confundir el envase con el contenido. El peronismo original, con todos sus matices y contradicciones, respondió a una lógica de inclusión, justicia social y construcción de un Estado moderno en un país que apenas salía del modelo agroexportador. El trumpismo, en cambio, recicla formas del populismo económico, pero al servicio de una agenda conservadora, excluyente y fiscalmente irresponsable. J.P. Morgan identifica bien los síntomas, pero se equivoca en el diagnóstico: Trump no está haciendo peronismo. Está aplicando —con brutalidad y sin sensibilidad social— algunas recetas del repertorio estatalista, sin proyecto de nación, sin vocación de integración y sin horizonte redistributivo. Es, en el mejor de los casos, un peronismo sin pueblo. Y en el peor, un reflejo distorsionado del mismo, donde sólo queda el marketing del líder, sin justicia social, y sostenida apenas por la retórica.
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