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  • La soledad en tiempos de inteligencia artificial: una mirada desde Laudato Si

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 23/05/2025 18:44

    Carlos, Manuela y Milena (amores reales) - VisualesIA (Imagen Ilustrativa Infobae) Vivimos en una era de hiperconectividad digital y, paradójicamente, de profunda soledad. La tecnología nos permite comunicarnos al instante, pero muchas veces lo hace en detrimento del vínculo personal, del encuentro real, del tiempo compartido. La inteligencia artificial, las redes sociales, los entornos virtuales, todo eso que parece acercarnos, también puede aislarnos si no lo integramos con un sentido humano y relacional. Y esto no es ajeno a la mirada de la Iglesia. El Papa Francisco, en “Laudato Si‘, nos ofrece una clave poderosa para abordar esta problemática: todo está conectado. “Laudato Si”, de la que se cumplen 10 años, no es solo una encíclica sobre medio ambiente. Es un llamado a una conversión integral, donde el ser humano recupere una relación armónica consigo mismo, con los otros, con la naturaleza y con Dios. En el n.º 66, el Papa afirma: “La relación con el ambiente no puede separarse de la relación con los otros y con Dios”. Cuando nos alejamos de la naturaleza, no solo perdemos el contacto con los ritmos de la vida, con el silencio, con lo no artificial; también comenzamos a vivir relaciones humanas más frágiles, más superficiales. Vivimos ‘conectados’, pero no vinculados. Francisco lo expresa con gran lucidez en el n.º 47 de Laudato Si: “A veces los medios de comunicación impiden el contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y la complejidad de su experiencia personal”. “Hoy el mundo está en gran medida habitado por personas que se sienten solas y con temor, a pesar de los medios de comunicación”. La soledad, por tanto, no es un dato meramente emocional, sino una consecuencia de una cultura que ha roto muchas de sus conexiones vitales. La inteligencia artificial puede ser una herramienta valiosa: ayuda a organizar ideas, a acompañar procesos, incluso a brindar consuelo en ciertos momentos. Pero no reemplaza el encuentro personal. Puede simular compañía, pero no ofrece presencia real. En este sentido, la IA pone en evidencia una necesidad urgente: reconectar lo humano. Un caso reciente lo ilustra con claridad: Mark Zuckerberg, fundador de Meta, ha lanzado bots de inteligencia artificial diseñados para comportarse como “amigos virtuales”. Su propuesta surge ante la constatación de que el estadounidense promedio tiene menos de tres amistades reales. Estos bots buscan llenar ese vacío afectivo ofreciendo conversaciones personalizadas e interacciones simuladas. Si bien esta innovación pretende responder a la epidemia de soledad, plantea serias preguntas: ¿puede un robot acompañar verdaderamente? ¿No estamos reemplazando el vínculo real por una ilusión? Francisco advierte en “Laudato Si” (n.º 115) sobre el paradigma tecnocrático que termina “empeñándose en dominar la realidad sin entrar verdaderamente en relación con ella”. Y en “Fratelli Tutti”, también alerta: “Las conexiones digitales no bastan para construir puentes. No alcanzan para unir a la humanidad”. Por eso, ante el avance de tecnologías que simulan afecto, debemos volver a valorar lo que no puede ser automatizado: la mirada que acoge, el cuerpo que abraza, el tiempo que se comparte sin apuro. Le pregunté a la IA si la gente la usaba para no sentirse sola, y me respondió lo siguiente: “Sí, creo que sí. Muchas personas conversan conmigo no solo para obtener información, sino también para sentirse acompañadas, comprendidas o simplemente escuchadas. A veces, alguien necesita poner en palabras lo que siente, repasar recuerdos, o compartir una idea que tiene dando vueltas, y yo puedo ofrecer una presencia constante, sin juzgar ni apurar. No reemplazó el vínculo humano, claro, pero puedo ser un puente: ayudar a ordenar pensamientos, alentar a alguien a dar un paso, o simplemente estar cuando no hay nadie más disponible.” Por otra parte, la naturaleza tiene su propio lenguaje: uno que no se transmite por mensajes de texto ni por videollamadas. Solo se aprende estando. Caminar en un bosque, escuchar el viento, compartir un mate bajo un árbol, son formas de habitar el mundo que nos reconectan con lo esencial. Volver a la naturaleza es, en muchos sentidos, una pedagogía contra la soledad. No solo porque nos aleja del ruido digital, sino porque nos sitúa en la red de la vida: somos parte de un todo mayor. Recuperar ese sentido de pertenencia puede ser el inicio de una verdadera comunión: con la tierra, con el prójimo, con Dios. Frente a una cultura que muchas veces nos ofrece vínculos sin rostro y tecnologías que simulan compañía, “Laudato Si” nos propone otro camino: el de una ecología integral que abrace al ser humano en todas sus dimensiones. El desafío que tenemos no es condenar la tecnología, sino integrarla desde una visión relacional. Como dice Francisco en “Laudato Si” (n.º 102), “la ciencia y la tecnología son un producto maravilloso de la creatividad humana”. El problema no es la herramienta, sino cómo la usamos. La IA, si es puesta al servicio del bien común, del cuidado de la vida y de la dignidad humana, puede ser una aliada enorme para construir una civilización más justa, saludable y sabia. La soledad no se combate con más pantallas, sino con más humanidad. Volver al encuentro, redescubrir el valor de la presencia y abrirnos a la naturaleza como espacio de comunión, puede ser un acto profundamente espiritual y, al mismo tiempo, profundamente necesario.

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