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  • De jerarca nazi a concejal de la UCR: fue la mano derecha de Himmler y general de las SS, pero en Córdoba vivió como un vecino respetado

    » TN corrientes

    Fecha: 22/05/2025 02:01

    UCR De jerarca nazi a concejal de la UCR: fue la mano derecha de Himmler y general de las SS, pero en Córdoba vivió como un vecino respetado Miércoles, 21 de mayo de 2025 Ludolf von Alvensleben fue uno de los jerarcas nazis más influyentes del Tercer Reich; tras la guerra, se refugió en la Argentina y terminó sus días en un pequeño pueblo de Córdoba Desde muy chica, Elisa Pardo (62) escuchaba a los adultos del pueblo hablar de “el nazi”. Así le decían a un hombre que había sido vecino en Santa Rosa de Calamuchita, Córdoba. Él había muerto cuando ella tenía apenas siete años, pero su nombre seguía apareciendo en las conversaciones. Nadie contaba demasiado, pero todos parecían saber quién era. Esa curiosidad infantil, que comenzó como una simple pregunta, fue creciendo con los años hasta convertirse en una obsesión: ¿quién había sido Ludolf von Alvensleben? Durante ocho años, Elisa se dedicó investigar. Y lo que descubrió la estremeció. No solo se trataba de un alto jerarca nazi, sino que ese hombre con un pasado tan oscuro como inquietante, se había refugiado en el país y vivido a la vista de todos. Fue presidente de un club deportivo, concejal por la Unión Cívica Radical y hasta se atrevería a decir “un vecino respetado del pueblo”. En su libro La búsqueda de Hubertus: tras las huellas del alto jerarca nazi Ludolf von Alvensleben, Pardo reconstruye la vida de quien logró esconder su historia entre la rutina y el olvido. -Para quienes no lo conocen, ¿quién fue Ludolf von Alvensleben y qué lugar ocupó en el régimen nazi? –Su nombre completo era Ludolf Hermann Emmanuel Georg Kurt Werner von Alvensleben. Nació en Halle, en Sajonia, Alemania, y provenía de una familia aristocrática con tradición militar: su padre y su abuelo también habían sido militares. Fue miembro de las SS con el rango de Gruppenführer y llegó a ser teniente general de la policía y las Waffen SS (el cuerpo paramilitar de los nazi). Ocupó un lugar importante, fue la mano derecha de Heinrich Himmler, uno de los líderes más influyentes del nazismo, el creador de los campos de concentración y el principal ideólogo de la mística que envolvía a las SS. Himmler promovía una visión casi religiosa del nazismo, cargada de simbolismo pagano, cultos a los dioses nórdicos y una exaltación de la “pureza aria”. Von Alvensleben respondía directamente a Himmler, quien a su vez, respondía solo a Adolf Hitler. Su caso es particular porque el nazismo no había logrado atraer a ciertos sectores sociales, como los aristócratas, los anarquistas o los marxistas. Su base de apoyo era, principalmente, la clase media empobrecida. Por eso sorprende que alguien como von Alvensleben, que pertenecía a la nobleza, se haya entregado con tanto fervor al Partido Nacional Socialista. –¿Y por qué cree que lo hizo? –Creo que hay pasiones oscuras que muchas veces ya vienen con el ser humano. Él ejerció un poder ilimitado en los campos de concentración que tuvo a su cargo, entre el 1938 y 1941. -¿De cuántas muertes se lo acusó? -Los números varían según las fuentes, pero se estima que estuvo involucrado en la muerte de unas 5000 personas, en su mayoría polacos. En los campos de concentración en los que estuvo, no usaban cámaras de gas. Allí actuaban los Einsatzgruppen, que significa “grupos móviles de exterminio”. Mataban a sus víctimas con un disparo en la nuca. Hombres, mujeres y niños… todos enterrados en fosas comunes, muchas veces cavadas por los mismos prisioneros antes de ser asesinados. Los cuerpos se apilaban porque iban cayendo uno sobre otro. Es algo escalofriante. Cuesta imaginar tanta crueldad. Hasta algunos miembros de las SS llegaron a admitir que esa forma de matar los perturbaba profundamente. Pero, al parecer, a Ludolf von Alvensleben no. -¿Cómo logró escapar y llegar a Argentina? -Después de la guerra fue capturado por los británicos, pero logró escapar del campo de prisioneros de Neuengamme. Llegó a Italia, donde ya lo esperaba un pasaporte falso, gestionado con ayuda de la Cruz Roja y el aval del Vaticano, y un pasaje en barco para llegar a Sudamérica, uno de los destinos preferidos de los nazis que huían. En su caso, no hay certezas sobre cómo llegó al país: algunos piensan que podría haber llegado en los submarinos conocidos “los lobos grises” que desembarcaron en la Patagonia. Lo cierto es que llegó a la Argentina en 1948, con el nombre de Carlos Lücke. -¿Cómo fueron sus primeros tiempos en el país? -Se instaló primero en la ciudad de Buenos Aires, en un departamento ubicado en la calle Belgrano 553. Era un edificio antiguo, pero aún en buen estado. Durante ese tiempo estuvo muy vinculado a la comunidad alemana que vivía en la ciudad. Hizo algunos trabajos esporádicos, nada muy estable, y supongo que acá aprendió el idioma. Hablaba muy bien el castellano. Hasta que en 1952 se mudó a Villa María, en Córdoba, donde finalmente se reunió con su familia. Pero su estadía en Villa General Belgrano fue breve, enseguida se mudó a Santa Rosa de Calamuchita. Ludolf von Alvensleben estaba casado con Melitta Sophie Julie Mila Carola von Guaita. Juntos, tuvieron cuatro hijos: Ludovica, Constantino, Busso y Erica. “Hace poco descubrí que también tuvo un hijo extramatrimonial nacido en un Lebensborn”, dice Elisa. “Los Lebensborn [que significa “fuente de vida” en alemán] eran hogares especiales creados por el régimen nazi, donde mujeres arias eran alentadas a tener hijos con miembros de las SS, con el objetivo de ‘aumentar la población pura’, según la ideología nazi. Y fue en uno de esos lugares donde Alvensleben tuvo a ese otro hijo”, explica. -Villa General Belgrano es conocida por su gran comunidad alemana. ¿Por qué decidió mudarse a Santa Rosa de Calamuchita? -A él no le gustaba que los alemanes de Villa General Belgrano se mantuvieran tan cerrados, sin mezclarse con la gente del lugar. Era una persona muy volcada a la vida comunitaria, le gustaba participar e integrarse. En Santa Rosa de Calamuchita incluso dejó de usar su nombre falso y le decían “Bubi”, que quiere decir niño. No hablaba abiertamente de su pasado, pero tampoco lo negaba: admitía que había estado en la guerra. Tenía una casa muy modesta y era muy austero. No tenía lujos pero no le faltaba nada, hasta le alcanzaba para enviarle algo de dinero a Erica, su hija, que estaba en Alemania. Su esposa era ama de casa. Se lo solía ver manejando un jeep, pero hay vecinos que recuerdan que, cuando recién llegó, tenía un Maserati, algo que llamaba mucho la atención en un pueblo tan chico. -¿En Calamuchita, a qué se dedicó? -Él era agrónomo, se había graduado en Alemania allá por 1920. Así que, cuando se instaló acá, empezó criando ovejas. Más adelante se convirtió en corredor inmobiliario, hasta que lo nombraron inspector de caza y pesca. Y ahí viene una parte bastante insólita… Como inspector de caza y pesca, dependiente del gobierno provincial, se tomaba el cargo muy en serio. A veces demasiado. Si alguien pescaba sin permiso o con el carnet vencido, los corría… ¡a los tiros! Hay una anécdota increíble: una vez persiguió en su auto a dos pescadores y les disparó. El auto terminó volcado y todos los pejerreyes que habían pescado quedaron desparramados por el camino. Era un hombre de armas tomar, literalmente. Siempre andaba armado por el pueblo. Yo creo que, en parte, lo hacía porque sabía que lo estaban buscando. Simón Wiesenthal, el famoso cazador de nazis, seguía sus pasos y ya tenía varios pedidos de captura. –Mencionó que dejó Villa General Belgrano porque buscaba integrarse más en la comunidad. ¿Qué vínculo tuvo con la gente del pueblo? -Tuvo una participación muy activa. Fue vicepresidente segundo de la cooperadora policial de Santa Rosa de Calamuchita, director técnico y luego presidente del Club Unión de fútbol. También fue elegido concejal por la Unión Cívica Radical en 1963. –¿Cómo se explica que alguien con ese pasado haya ingresado al país, se haya establecido y llegado a ocupar un cargo público sin mayores inconvenientes? –Ese justamente fue uno de los aspectos que más me interesó explorar en el libro. No solo reconstruí su historia, también quise entender cómo una persona así pudo insertarse tan fácilmente en una comunidad. Desde un punto de vista psicológico y sociológico, es muy revelador. A nivel social, él era visto como un hombre correcto, muy respetuoso, con buenos modales y una vida ordenada. Él se brindaba, los chicos que jugaban al fútbol iban a comer asados a su casa... Todo eso generaba cierta admiración, al punto de que muchos dejaban de lado, o preferían no ver, su pasado. Es como si su comportamiento presente sirviera para disculpar lo anterior. Eso es lo que más llama la atención: cómo se naturalizó su presencia y hasta se lo valoró. Además, en aquella época, en nuestro país había un fuerte sentimiento pro germánico. En 1938, cuando Alemania anexó Austria, acá en la Argentina se realizó un acto masivo en el Luna Park organizado por la comunidad alemana. Fue, de hecho, el acto más grande de apoyo al régimen nazi fuera de Alemania. También existía un marcado sentimiento filonazi dentro de sectores del Ejército argentino. Los jerarcas nazis que lograron ingresar al país a través de lo que se conoció como “la ruta de las ratas”, lo hicieron con la venia de Perón. Entre los testimonios y anécdotas que más llamaron la atención durante su investigación, Pardo recuerda uno en particular: una mujer le contó una experiencia que había vivido su padre con Alvensleben. En una conversación, él se refirió a Don Rubinich, un almacenero del pueblo, con un insulto antisemita: “judío de mierda”. El padre de la testigo no se lo dejó pasar. Le reprochó: “No, mi amigo… acá no. Esas cosas no se las vamos a permitir”. Fue un gesto simple, pero significativo. –Para cerrar, ¿qué revela esta historia sobre la Argentina y su vínculo con los refugiados nazis? –Muestra una fuerte tolerancia —o incluso adhesión— a los totalitarismos y lo que Hannah Arendt llamaba “la banalidad del mal”. Personas con un pasado gravísimo pudieron empezar de cero con total facilidad: compraron propiedades, participaron de la vida pública, ocuparon cargos... cosas que hoy nos parecerían imposibles. A mí todavía me sorprende. Y creo que eso es lo que más impacta a quienes leen el libro: cómo una sociedad pudo abrirle la puerta, sin demasiadas preguntas, a personajes con un pasado tan oscuro. Miércoles, 21 de mayo de 2025

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