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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/05/2025 02:50
El 21 de mayo de 1927, el cielo se convirtió en escenario de una hazaña que cambiaría la historia de la aviación El 21 de mayo de 1927, el cielo se convirtió en escenario de una hazaña que cambiaría la historia de la aviación. Charles Augustus Lindbergh, un piloto de 25 años, aterrizaba en París tras un vuelo sin escalas desde Nueva York. Solo, sin radio, sin parabrisas frontal y con tanques de combustible que le bloqueaban la visión, completó los 5.880 kilómetros del cruce del océano Atlántico en 33 horas y media, a bordo del Spirit of St. Louis, un monomotor financiado por nueve inversores de St. Louis, la ciudad que también le dio nombre al avión. Esa proeza le valió el premio de 25.000 dólares ofrecido por el hotelero Raymond Orteig en 1919, pero además lo catapultó como un ícono mundial. Fue recibido como un héroe por multitudes, condecorado por reyes y presidentes, y su figura se convirtió en símbolo del espíritu estadounidense: audaz, moderno, capaz de dominar la tecnología con voluntad y destreza. El “boom Lindbergh” impulsó el interés masivo por la aviación y marcó el comienzo de su expansión comercial. Ese vuelo se realizó en un contexto marcado por el auge tecnológico, la competencia aeronáutica internacional, el nacionalismo estadounidense y la cultura de masas en expansión. Su hazaña lo convirtió en héroe nacional, pero la tragedia familiar y sus vínculos con el gobierno de Adolf Hitler lo llevaron al ocaso. Charles Augustus Lindbergh con su casco y gafas de aviador, imagen icónica tomada poco antes o después de su vuelo transatlántico (ThoughtCo) La historia Charles Augustus Lindbergh nació el 4 de febrero de 1902 en Detroit, Michigan, y creció en Little Falls, Minnesota. Hijo del congresista estadounidense Charles A. Lindbergh y de Evangeline Lodge Land, profesora de química, desde joven demostró cierto interés por la mecánica y la aviación. En 1922 abandonó sus estudios de ingeniería en la Universidad de Wisconsin para cumplir un sueño: volar. Ingresó en una escuela de aviación en Lincoln, Nebraska, y se formó como piloto de acrobacias y posteriormente como aviador del Servicio Aéreo del Ejército de los EE. UU., donde se graduó en 1925 como el mejor de su clase. Luego de su paso por el ejército, Lindbergh trabajó como piloto de correo aéreo en la ruta que unía St. Louis y Chicago. En ese período, inició vínculos con empresarios y figuras locales que compartirían su fanatismo por los avances en la aviación. En 1926, supo de la existencia del Premio Orteig, el que marcó el inicio de su etapa más destacada. Se trataba de un galardón aeronáutico que fue instituido en 1919 por el empresario franco-estadounidense Raymond Orteig, propietario del Hotel Lafayette en Nueva York: ofrecía 25 mil dólares como recompensa al primer piloto —o equipo— que lograra volar sin escalas entre Nueva York y París, en cualquiera de las dos direcciones. Lindbergh no demoró en presentar un plan a varios patrocinadores de St. Louis para lanzarse a la aventura. Al lograrlo, encargó la construcción de un avión monoplano personalizado a la empresa Ryan Airlines en San Diego. El resultado fue el Spirit of St. Louis, una aeronave liviana, de un solo motor, sin visibilidad frontal (el tanque de combustible ocupaba ese espacio) y diseñada para maximizar la autonomía. A diferencia de otros pilotos que competían por el premio con tripulación y aviones pesados, Lindbergh optó por volar solo, con mínimo peso y sin radio. Lindbergh optó por volar solo, con mínimo peso y sin radio La proeza El 20 de mayo de 1927, Lindbergh despegó desde Roosevelt Field (Long Island). Los reportes de la época cuentan que la pista estaba húmeda por la llovizna y que Charles Lindbergh apenas había dormido el día anterior. Se acomodó en la estrecha cabina del Spirit of St. Louis y comenzó a acomodar sus elementos de vuelo: un cronómetro, brújulas, un mapa doblado y cinco sándwiches. No tenía radio ni paracaídas. Cuando aceleró, el avión tardó más de 500 metros en elevarse. Durante unos segundos pensó en que no lograría despegar. Pero el aparato se elevó y comenzó su ascenso rumbo al norte. Sobrevoló Nueva Inglaterra y llegó a Terranova entre bancos de niebla. Volaba bajo, entre 60 y 120 metros, para no perder referencias visuales. Volaba guiado por la brújula y observando el anemómetro (para medir la velocidad del viento), mantenía una velocidad constante. El poco descanso se hacía sentir y la fatiga lo alcanzó temprano. Miraba el horizonte, hablaba solo, abría la ventanilla para que el frío lo mantuviera despierto. “Las alas del avión se funden con la niebla. Siento que mi cuerpo no pesa. No hay sonido, solo el leve zumbido del motor. Estoy suspendido entre mundos”, relató en el libro The Spirit of St. Louis (1953) donde contó su experiencia. Lindbergh subiendo a su avión, momentos antes de iniciar su histórico vuelo transatlántico (TIME) Contó también que cuando cayó la noche y el avión quedó rodeado por la oscuridad, bajo las alas, el océano parecía infinito. Durante la madrugada, llegó a vivir momentos desesperantes cuando perdió la orientación. Luchó contra el sueño con maniobras bruscas y golpeteos en las piernas. “Una nube espesa me envolvió por horas”, también escribió. Su mente comenzó a jugarle en contra: creyó ver figuras flotando en la cabina. Estaba al borde del delirio. Con la primera luz, vio tierra firme: la costa de Irlanda. Recién entonces entendió que su cálculo había sido exacto. Ajustó rumbo hacia Francia. Atravesó campos y ciudades, bajando altitud para ubicar referencias. Cruzó la costa atlántica y se adentró en territorio francés. A las 10:22 (hora local), una marea de luces lejanas le confirmaron que lo había hecho posible: era el aeródromo de Le Bourget. Miles de personas lo esperaban. Cuando aterrizó, la multitud rompió las barreras de seguridad para verlo y se abalanzaron sobre el avión: lo sacaron en andas, lo vitorearon en francés e inglés. Lindbergh apenas podía oír. Había estado más de 33 horas en el aire y volado 5.880 kilómetros sin dormir ni detenerse. “Vi tierra justo cuando el sol empezaba a subir por el horizonte. Fue la línea de costa más hermosa que vi en mi vida. Supe que lo había logrado”, escribió en aquel libro de 1953. Además de completar una hazaña técnica, la suya fue una prueba de resistencia física y mental. En esa época aún se dudaba de que el Atlántico pudiera cruzarse sin escalas y Lindbergh lo hizo posible, con instrumentos rudimentarios y con su cuerpo al límite. La proeza aeronáutica cambió para siempre la historia de la aviación y convirtió al joven piloto en un símbolo global. Lindbergh fue llevado en un automóvil descapotable, acompañado por autoridades locales El regreso triunfal Luego de su aterrizaje en París y el estallido de celebraciones en Europa, Lindbergh se quedó en Europa por varias semanas. En Francia fue condecorado con la Legión de Honor por el presidente Gaston Doumergue. Recorrió Bélgica, Reino Unido y otras capitales europeas. Cada escala que hacía colaboraba a reforzar su imagen como símbolo de una nueva etapa aérea y como representante del espíritu moderno estadounidense. El 11 de junio de 1927, embarcó de regreso a Estados Unidos en el crucero USS Memphis, enviado especialmente por el presidente Calvin Coolidge. Al llegar al puerto de Washington, D.C. fue recibido con honores oficiales y con una ceremonia en la Casa Blanca, donde el presidente lo describió como “un joven cuyo valor ha unido continentes”. Pero la mayor muestra del fervor público la recibió en Nueva York, el 13 de junio: más de cuatro millones de personas salieron a las calles para ver el desfile por Broadway realizado en su honor y que fue conocido como “ticker-tape parade”. En las imágenes de la época se ve a Lindbergh de pie, rígido y abrumado, saludando mientras lluvia de papeles caía desde los edificios del distrito financiero. Desfile en Broadway: hubo una multitud y lluvia de cintas y papeles durante el agasajo “Ningún extranjero ni ningún norteamericano había recibido jamás una bienvenida como la que Manhattan ofreció a Charles Lindbergh”, escribió el New York Times en su edición del 14 de junio de 1927. Se había convertido en el héroe americano. Durante los meses siguientes, Lindbergh se embarcó en una gira nacional promovida por el gobierno federal y auspiciada por el Departamento de Comercio. Visitó 48 estados, 82 ciudades y voló más de 25.000 kilómetros, promoviendo la aviación civil. Su rostro aparecía en diarios, revistas, sellos postales y productos comerciales. El joven piloto pasó del anonimato a convertirse en el primer héroe global de la era de la comunicación de masas. La prensa estadounidense lo consagró como “el Águila Solitaria” (The Lone Eagle), destacando su modestia, su juventud y su autodisciplina. Time lo eligió “Hombre del Año” en su primera portada anual, en 1927. “Ha dado alas al siglo XX”, tituló The Chicago Tribune el 12 de junio del mismo año. Tras su vuelo y las giras nacionales, las solicitudes para obtener licencias de piloto en Estados Unidos se duplicaron, y varias compañías comenzaron a proyectar rutas aéreas regulares. Lindbergh sonriendo poco después de su llegada a París, reflejando la euforia del momento (Alamy) Los vínculos con el nazismo y el ocaso Si su ascenso fue meteórico, su caída no tardaría en llegar. La imagen del héroe invencible comenzó a resquebrajarse. El primer golpe en su vida fue de índole familiar: el 1 de marzo de 1932, Charles Lindbergh Jr., su bebé de 20 meses, fue secuestrado de su casa en Hopewell, Nueva Jersey. Los captores dejaron una nota exigiendo un rescate de 50 mil dólares, que fue pagado semanas después sin resultado. El 12 de mayo, el cuerpo del niño fue hallado sin vida cerca de la vivienda, con signos de traumatismo craneal. Dos años después, en 1934, la policía arrestó a Bruno Richard Hauptmann, un carpintero alemán, tras rastrear billetes del rescate. Fue condenado por el secuestro y asesinato tras un juicio ampliamente cubierto por la prensa, y ejecutado en 1936. El caso generó conmoción nacional y dio origen a la “Ley Lindbergh”, que convirtió el secuestro infantil en un delito federal. La familia Lindbergh decidió mudarse a Europa buscando refugio. En el Viejo Continente, Lindbergh empezó a desarrollar vínculos con la Alemania nazi. Era admirador de su poderío técnico y especialmente de su fuerza aérea, por lo que recibió invitaciones del gobierno de Hitler para visitar varias fábricas por invitación. En 1938, recibió de manos de Hermann Göring la Cruz del Águila Alemana, una condecoración nazi que nunca rechazó, y que provocó fuertes críticas en su país. Sus reportes al gobierno estadounidense alertaban sobre la superioridad aérea alemana, pero sus simpatías por el orden autoritario alemán eran difíciles de ignorar. A su regreso a Estados Unidos, en abril de 1939, Lindbergh se convirtió en la figura pública más prominente del movimiento America First, una organización que se oponía a que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial. En un discurso que dio en Des Moines, Iowa, el 11 de septiembre de 1941 durante un acto organizado por el America First Committee (del cual era uno de los principales voceros), Lindbergh atribuyó el impulso hacia la guerra a “los británicos, los judíos y la administración Roosevelt”, afirmación que fue considerada antisemita y que selló su caída pública. El propio presidente Roosevelt llegó a calificarlo en privado como “el enemigo más peligroso de Estados Unidos”. Después del ataque a Pearl Harbor, Lindbergh quiso reincorporarse a la Fuerza Aérea, pero el gobierno se lo impidió por su historial político. Aun así, participó como civil en el Pacífico, volando misiones de combate y probando mejoras técnicas en aviones de guerra, lo que ayudó parcialmente a restaurar su imagen. En sus últimos años, alejado de la política y la fama, se dedicó a causas ambientales y a la defensa de comunidades indígenas en Asia y África. Su pensamiento se tornó más introspectivo y espiritual, muy distante del personaje que había dominado los titulares. Murió en 1974 en Hawái, donde está enterrado frente al mar, lejos del ruido de la historia. Décadas después de su muerte, una nueva revelación volvió a sacudir su legado. Investigaciones y pruebas de ADN confirmaron que Lindbergh había llevado una vida secreta en Alemania, donde mantuvo tres relaciones paralelas con las que tuvo siete hijos. El héroe nacional, símbolo de integridad familiar, resultó ser también protagonista de una doble vida cuidadosamente ocultada.
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