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Parana » Uno
Fecha: 20/05/2025 13:51
El nombre de Juan Román Riquelme genera respeto inmediato en cualquier rincón del mundo Boca. Su legado como jugador es eterno. Sin embargo, su tránsito como presidente del club de la Ribera viene dejando una sensación incómoda: la de que el ídolo, esta vez, no está ganando el partido más importante de su carrera. A más de un año de haber asumido formalmente como presidente, los resultados no acompañan. Cero títulos, dos entrenadores, la no clasificación a la Copa Libertadores 2025, y un pobre rendimiento en los partidos más importantes componen una realidad difícil de disimular: una victoria en cuatro Superclásicos y apenas cuatro triunfos en once clásicos desde que Riquelme asumió el mando dirigencial. El peso del legado de Juan Román Riquelme La elección de entrenadores también ha sido parte del problema. Primero fue Diego Martínez, un DT con pasado en las inferiores del club y del gusto del Consejo, pero sin la espalda necesaria para soportar el peso de Boca. Su ciclo, de 45 partidos (55% de efectividad), terminó tras ser eliminado de la Sudamericana y perder el Superclásico en la Bombonera. Luego llegó Fernando Gago, otra apuesta de la casa. Su gestión, aunque respaldada por Riquelme incluso después del papelón ante Alianza Lima en el repechaje a la Libertadores, terminó también golpeada por la derrota ante River. Ni siquiera el buen presente en el Torneo Apertura alcanzó para sostenerlo. Todo esto ocurre en un contexto en el que el club, acostumbrado a ser protagonista, se ha visto alejado de las grandes competencias y sin conquistas que justifiquen las decisiones del actual gobierno futbolístico. El Consejo de Fútbol, liderado por Riquelme, parece cada vez más cerrado sobre sí mismo, sin autocrítica ni apertura a miradas externas. El peso simbólico de Román sigue siendo gigante. Pero los símbolos, en Boca, no alcanzan si no vienen acompañados de logros concretos. El desafío que viene no es menor: reconstruir la confianza de los hinchas con hechos, y no solo con recuerdos. Porque Boca vive de gloria. Y la gloria, por ahora, le sigue siendo esquiva.
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