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  • A 1.700 años del Concilio de Nicea, un hito en la historia que cambió la doctrina cristiana en tiempos del Imperio Romano

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 20/05/2025 05:00

    El Concilio de Nicea se realizó en tiempos del papado de Silvestre I (Grosby) El 20 de mayo, hace exactamente 1700 años, quedaba abierto en la actual ciudad de Iznik en Turquía el “Concilio de Nicea”, un hecho fundamental en la historia del cristianismo. Celebrado en el año 325, marcó un hito en la consolidación de la doctrina cristiana y en la relación entre la Iglesia y el poder político del Imperio Romano. El Concilio fue convocado por el emperador romano Constantino I, aunque la iniciativa original parece haber surgido del obispo Osio de Córdoba, quien actuó como un consejero cercano de Constantino en asuntos eclesiásticos. Constantino, quien había consolidado su poder sobre el Imperio Romano tras derrotar a Licinio en 324, buscaba unificar no solo el imperio políticamente, sino también a la iglesia Cristiana, que estaba profundamente dividida por controversias teológicas y disciplinarias. La principal controversia era el arrianismo, una doctrina promovida por el presbítero Arrio de Alejandría, que negaba la plena divinidad de Jesucristo, afirmando que el Hijo era una criatura creada por el Padre y, por lo tanto, no consustancial con Él. Constantino, aunque no estaba bautizado en ese momento (lo sería en su lecho de muerte en 337), había mostrado simpatía hacia el cristianismo tras la victoria en la Batalla del Puente Milvio en 312, cuando afirmó haber tenido una visión de la cruz con la inscripción “In hoc signo vinces” (“Con este signo vencerás”). En el Concilio de Nicea participaron obispos de diferentes regiones (Grosby) En 313, junto con Licinio, promulgó el Edicto de Milán, que otorgó libertad de culto a los cristianos y puso fin a las persecuciones. Sin embargo, al asumir el control total del imperio, Constantino se enfrentó a las divisiones internas del cristianismo, que amenazaban la estabilidad de su régimen. Siguiendo el consejo de Osio de Córdoba, quien había presidido un sínodo previo en 324 que recomendó una reunión más amplia, Constantino decidió convocar un concilio ecuménico en Nicea, una ciudad estratégicamente ubicada cerca de su residencia en Nicomedia y que albergaba un palacio imperial de verano. Es importante señalar que, aunque Constantino convocó el concilio, no actuó solo. La tradición sugiere que pudo haber coordinado con el papa Silvestre I, aunque no hay evidencia histórica concluyente de que el Papa haya tenido un rol directo en la convocatoria. Algunos historiadores argumentan que Osio de Córdoba, como legado papal, jugó un papel crucial en la organización y presidencia del concilio, lo que refleja una colaboración entre el poder imperial y la autoridad eclesiástica. Aquella asamblea comenzó el día 20 de mayo de 325 y concluyó el 25 de julio del mismo año, aunque algunas fuentes, como las Actas del Concilio de Calcedonia, sugieren que las sesiones principales podrían haber finalizado el 19 de junio, con reuniones posteriores para tratar temas secundarios hasta agosto. La fecha de inicio, 20 de mayo, es ampliamente aceptada, y se cree que las sesiones solemnes comenzaron tras la llegada de Constantino el 14 de junio. Durante ese período, los obispos debatieron intensamente las cuestiones teológicas y disciplinarias que dividían a la Iglesia. Esa convención episcopal abordó varias cuestiones fundamentales, pero sus definiciones más significativas se centraron en la doctrina cristológica, la unificación de prácticas litúrgicas y la organización eclesiástica. El trascendental Concilio de Nicea comenzó el 20 de mayo del año 325 (Grosby) El objetivo principal del concilio fue resolver la controversia arriana. Esa postura fue rechazada por obispos como Alejandro de Alejandría y su diácono Atanasio, quienes defendían que el Hijo era “engendrado, no creado”, de la misma sustancia (homoousios) que el Padre, y por lo tanto, plenamente divino. El concilio adoptó esa posición y formuló el Credo Niceno, una declaración de fe que afirmaba la consustancialidad del Hijo con el Padre. El texto inicial del Credo Niceno, que sería ampliado en el Concilio de Constantinopla de 381, declaraba: “Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, esto es, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre (homoousion to patri), por quien todo fue hecho...”. Esa definición fue crucial para establecer la ortodoxia trinitaria, aunque las controversias arrianas continuaron durante décadas. Otro tema importante fue la estandarización de la fecha de celebración de la Pascua, que variaba entre las comunidades cristianas. Algunas iglesias, especialmente en Oriente, seguían la práctica judía de celebrar la Pascua en relación con el calendario lunar, mientras que otras, como Roma, preferían un cálculo independiente. El concilio decidió que la Pascua se celebraría el primer domingo después del primer plenilunio de primavera (equinoccio de primavera), siguiendo la práctica romana, para unificar la celebración en toda la cristiandad. El concilio promulgó 20 cánones que abordaban cuestiones disciplinarias y organizativas. Entre ellos, se estableció la jerarquía de las sedes episcopales, reconociendo la primacía de Roma, Alejandría y Antioquía, y otorgando un estatus honorífico a Jerusalén. También se resolvió el cisma meleciano en Egipto, limitando la autoridad de Melecio de Licópolis y declarando inválidas sus ordenaciones. Otros cánones trataron temas como la penitencia para los lapsi (cristianos que habían apostatado durante las persecuciones), la prohibición de la usura entre clérigos, y normas litúrgicas, como la obligación de rezar de pie los domingos y durante la temporada pascual. Arrio y sus seguidores fueron condenados, sus escritos fueron quemados, y quienes se negaron a aceptar el Credo Niceno fueron desterrados por orden de Constantino. Sin embargo, esa medida no extinguió el arrianismo, que continuó siendo influyente en varias regiones del imperio. El término “ecuménico” proviene del griego “oikoumene”, que significa “el mundo habitado”, y se utilizó para describir este concilio porque fue el primero en reunir a obispos de todas las regiones del Imperio Romano y más allá, con el objetivo de alcanzar un consenso universal en la Iglesia. A diferencia de los sínodos locales previos, como el Concilio de Jerusalén del siglo I, el Concilio de Nicea fue convocado por el emperador y tuvo una representación amplia, lo que lo convirtió en un hecho de alcance global para la cristiandad de la época. Además, las decisiones tomadas en Nicea se consideraron vinculantes para toda la Iglesia, lo que reforzó su carácter ecuménico. Ese precedente estableció el modelo para los futuros concilios ecuménicos, que buscaron resolver disputas doctrinales y disciplinarias a nivel universal. El Concilio de Nicea fue impulsado por el emperador romano Constantino I Aunque las cifras varían según las fuentes, se estima que asistieron entre 300 y 318 obispos al Concilio de Nicea. Atanasio de Alejandría, un participante clave, menciona la cifra de 318, que se ha convertido en la más aceptada tradicionalmente. La mayoría de los asistentes provenían del Oriente cristiano, incluyendo regiones como Asia Menor, Palestina, Egipto, Siria, Mesopotamia, las provincias danubianas y Panonia. También hubo representación de África (principalmente de Egipto y Libia) y de Galia. En cambio, la participación de Occidente fue limitada: solo asistieron cinco obispos, entre ellos dos legados del papa Silvestre I (Víctor y Vincencio) y Osio de Córdoba. Además, se registró la presencia de obispos de fuera del Imperio Romano, como un representante de Persia, lo que subraya el carácter universal del concilio. Constantino facilitó la asistencia al poner a disposición de los obispos el “cursus publicus” (el sistema de transporte imperial) y proporcionó provisiones para su estancia en Nicea. Entre los asistentes destacados se encontraban Alejandro de Alejandría, Atanasio (entonces diácono), Arrio, Eusebio de Nicomedia (partidario de Arrio), y Osio de Córdoba, quien probablemente presidió las sesiones. La antigua ciudad de Nicea, ubicada en Bitinia (en la actual Turquía), se conoce hoy como Iznik. Forma parte de la provincia de Bursa y es un destino de interés histórico y religioso, especialmente por su asociación con el Concilio de Nicea y el posterior Segundo Concilio de Nicea en 787. Iznik conserva restos arqueológicos de su pasado romano y bizantino, incluyendo murallas y la iglesia de Santa Sofía, donde se celebraron sesiones del Segundo Concilio de Nicea. El Concilio de Nicea tuvo profundas repercusiones para el cristianismo, tanto en el ámbito teológico como en el político, social y cultural. Esas repercusiones se pueden analizar en la formulación del Credo Niceno que fue un hito en la definición de la fe cristiana. Al establecer que el Hijo es consustancial con el Padre, el concilio sentó las bases de la doctrina trinitaria, que sería completada en el Concilio de Constantinopla de 381 con la inclusión del Espíritu Santo. Esa definición fue crucial para afirmar la plena divinidad de Jesucristo, lo que tuvo implicancias profundas para la soteriología cristiana: si Cristo no era plenamente Dios, su capacidad para salvar a la humanidad quedaba en entredicho. El Credo Niceno se convirtió en un símbolo de la ortodoxia, recitado hasta hoy en las liturgias de muchas iglesias cristianas. El Concilio de Nicea marcó un cambio relevante en la relación entre la Iglesia y el Estado. La intervención de Constantino como convocante y presidente honorario del concilio estableció un precedente para el “cesaropapismo”, es decir la influencia del poder imperial en los asuntos eclesiásticos. Aunque Constantino no intervino directamente en las discusiones teológicas (carecía de formación para ello), su papel como árbitro y su decisión de exiliar a los disidentes reflejaron una nueva dinámica en la que el emperador asumía un rol de “obispo de los asuntos externos”, como él mismo se describió. Esta relación Iglesia-Estado se profundizaría en los siglos siguientes, especialmente bajo emperadores como Teodosio I, quien en 380 declaró el cristianismo como la religión oficial del imperio mediante el Edicto de Tesalónica. El Concilio de Nicea consolidó el cristianismo como una fuerza cultural y social en el Imperio Romano. Al recibir el respaldo imperial, la Iglesia ganó prestigio y poder, lo que facilitó su expansión y la conversión de nuevas poblaciones. Sin embargo, la represión de las herejías también generó tensiones, ya que los disidentes, como los arrianos, fueron marginados y perseguidos, lo que a veces exacerbó las divisiones internas. Ese encuentro realizado hace 1700 años sigue siendo un punto de referencia para el diálogo ecuménico entre las iglesias cristianas. El Credo Niceno, a pesar de controversias como la adición del Filioque por la Iglesia latina (que afirma que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, un punto de división con las iglesias orientales), continúa vigente como un fundamento compartido por católicos, ortodoxos y muchas iglesias protestantes. Es importante cuestionar la narrativa tradicional que presenta a Constantino como un defensor incondicional de la ortodoxia cristiana. Aunque su papel fue crucial para la realización del concilio, su motivación principal parece haber sido política: unificar el imperio mediante una Iglesia cohesionada. Su simpatía inicial hacia el arrianismo, su decisión de exiliar a Arrio y luego permitir su regreso, y su bautismo por Eusebio de Nicomedia un obispo arriano, sugieren que su compromiso con la ortodoxia de Nicea no era absoluto. Además, la represión de los disidentes, como la quema de los escritos de Arrio y el exilio de sus seguidores, plantea preguntas éticas sobre la imposición de la ortodoxia mediante el poder imperial. Ilustración ortodoxa que representa el Concilio de Nicea (Coemgenus) Por otro lado, el Concilio de Nicea no resolvió todas las tensiones teológicas de la época. Las controversias arrianas persistieron, y las definiciones de Nicea fueron reinterpretadas y debatidas en concilios posteriores. Esto sugiere que Constantino buscaba más la unidad política que la unidad teológica de la Iglesia. Los efectos de aquel concilio han perdurado a lo largo de los siglos. No solo cimentó los fundamentos teológicos del cristianismo, sino que también instauró un precedente para futuros concilios ecuménicos como espacios de debate y consenso doctrinal. La centralización de la autoridad eclesiástica y la definición clara de la ortodoxia impulsaron la consolidación de una Iglesia unificada en un mundo cristiano en expansión. En la actualidad, a 1700 años de su realización, el legado de Nicea se manifiesta especialmente en el diálogo ecuménico. Aunque las divisiones entre las diversas confesiones cristianas —como la ortodoxa, la católica y las protestantes— han persistido por siglos, el espíritu de búsqueda de unidad promovido en aquel encuentro ha sido recuperado como modelo de dialogo. El concilio sirve como punto común de referencia teológica y simbólica, ya que muchas tradiciones cristianas aún profesan el Credo Niceno. El diálogo ecuménico contemporáneo busca precisamente reconstruir la comunión entre las Iglesias, reconociendo diferencias, pero también resaltando las raíces comunes. Así que, más allá de ser un hecho histórico, continúa inspirando el esfuerzo por la unidad en la diversidad, promoviendo un cristianismo más fraterno, abierto al entendimiento mutuo y fiel a su esencia universal.

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