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  • ‘Desaparecida’: la historia de Cecilia Viñas reconstruida desde los ojos de su sobrina

    Gualeguay » Debate Pregon

    Fecha: 19/05/2025 02:10

    La presentación del libro, que tuvo lugar en nuestra ciudad, tanto en la Biblioteca Mastronardi como en el Complejo Educativo, no fue solo un evento cultural, sino un ejercicio colectivo de memoria y emoción. Julieta, terapeuta especializada en memoria celular, compartió el proceso de creación de una obra que es al mismo tiempo un acto de justicia simbólica y una sanación personal. Cecilia Viñas fue secuestrada junto a su pareja, Hugo Penino, en 1977. Estaba embarazada. Poco después, dio a luz en cautiverio a un niño, (anotado como Javier Gonzalo en su partida ilegal), que fue apropiado por el represor Carlos Vildoza, segundo de la ESMA. Décadas más tarde, ese niño recuperaría su identidad biológica, aunque sin cortar su vínculo con la familia apropiadora. Pero la historia de Cecilia Viñas no termina con el parto ni con su desaparición. En 1984, apenas recuperada la democracia, su familia recibió ocho llamadas telefónicas provenientes del cautiverio. Ocho intentos de comunicación desesperados, que volvían a impedirle a la familia hacer el duelo, esas categorías difusas impuestas por el régimen represivo. Ocho voces que obligaron a reabrir heridas, a sostener una esperanza, a enfrentarse con la persistencia del aparato represivo incluso en tiempos democráticos. El peso de los nombres La historia de Cecilia atraviesa a Julieta de forma profunda. No solo comparten el nombre —que su padre insistió en incluir en homenaje a su hermana desaparecida—, sino también una serie de resonancias emocionales, físicas y simbólicas. “Me reconocían por los ojos”, dice Julieta. A su primo también, lo identifican a través de ella. “Muchos hechos que recaían sobre mí”, reconoce. Julieta Cecilia es el último eslabón de una tradición de Cecilias y Carlos en la familia que ella cortó con sus hijos. Esa carga transgeneracional se convirtió en el núcleo del libro. “Me di cuenta que lo que más me había implicado a mí consciente o inconscientemente, era la historia de mi tía, esta ausencia, esta identificación con ella, porque no es solo el nombre, sino después un montón de otras cosas”, explica la autora. Y allí aparece su formación terapéutica como una herramienta para abordar no solo la reconstrucción factual de lo ocurrido, sino sus efectos subjetivos. “La memoria celular trabaja con cómo nos implican las historias de nuestros ancestros, sepamos o no lo que pasó.” Una reaparición imposible La voz de Cecilia desde el otro lado del teléfono es uno de los elementos más extraordinarios y estremecedores del libro. Las llamadas comenzaron en los primeros meses de 1984. No fue una sola vez: fueron ocho contactos distintos. En algunos casos, se logró grabar la conversación, con métodos rudimentarios —un grabador acoplado al tubo del teléfono de la abuela a través de un chupete— que supusieron una revictimización de la familia, y también la prueba de que el aparato represivo del Estado no se desactivó apenas asumido el gobierno democrático. En esas conversaciones, la voz demostraba recordar detalles íntimos. “Mi viejo le hacía algunas preguntas con sobrenombres que solo ella conocía y ella contestaba y completaba frases”, recuerda Julieta. No había dudas de que era ella. A pesar de esto, la burocracia estatal —todavía impregnada por sectores del antiguo régimen— terminó frustrando la posibilidad de salvarla. Después de una de las grabaciones, le entregan la cinta al Ministerio del Interior, a través del Premio Nobel de La Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Antonio Tróccoli estaba en el Ministerio, y no hizo más que empeorar las cosas. “Pérez Esquivel no tuvo intención porque lo que pensó que era el mejor camino, después fue en realidad el peor”. Fue como ir a los lobos que cuidaban las ovejas. Como dijo el propio Pérez Esquivel: "Nadie va a investigar los delitos que cometió”. Y en el libro se puede leer la siguiente descripción del referente: “El caso de Cecilia Viñas de Penino es verificable. Ella habla del traslado de Buenos Aires a Mar del Plata y de Mar del Plata a Buenos Aires. Quiere decir que durante todo este tiempo seguía bajo control de la Marina. Mar del Plata es zona operativa de la Marina. Esto es lo más real del hecho”. Julieta relata con crudeza y claridad cómo ese gesto —la entrega de pruebas a las mismas estructuras que seguían activas, aunque disfrazadas dentro de la democracia— significó la pérdida definitiva de Cecilia. Grupos extorsivos, falsas pistas y un aparato represivo aún vivo El libro de Julieta también se adentra en los laberintos de los años posteriores: la confusión, la manipulación, la esperanza mezclada con estafas. La familia Viñas fue blanco de grupos extorsivos que decían tener información sobre Cecilia a cambio de dinero. “Te daban cinco verdades y dos mentiras. Te volvían loco”, cuenta la autora. “Hubo denuncias anónimas, supuestos testigos que hablaban de Cecilia viva en Uruguay”. Servicios de inteligencia que se cortaban solos, no para salvar gente, sino para sacar plata. En uno de los llamados, Cecilia llegó a pedir plata. Sin embargo, en otro de los llamados aclara que ya la puso “el papá de una compañera”. ¿Cuántas personas estaban en manos de estos grupos de tarea? Julieta sostiene la hipótesis de que Cecilia fue retenida incluso más allá de 1984, posiblemente por grupos aún activos del Batallón 601. “No sabemos si alguno de esos detenidos que estaban con mi tía llegó a sobrevivir, porque si alguno sobrevivió capaz que se fueron del país o se quedaron como en silencio para protegerse, ¿viste?”, se pregunta. El terror y la herencia Julieta también cuenta cómo los traumas del pasado encontraron nuevos cuerpos donde manifestarse. Uno de los momentos más impactantes de su relato es el episodio en el que su hijo, con apenas 16 años, fue atacado por una patota mafiosa y abandonado casi sin vida: “Lo dejaron tirado en una zanja y él se arrastraba para que esos hombres no vuelvan. La sensación era/es la misma. Podría haber sido Hugo, ¿no? Uno vuelve a revivir algo para poder curarlo de alguna forma”, plantea. Este tipo de experiencias llevan a Julieta a conectar la historia familiar con conceptos de su propia formación: “Lo que no se sana, se vuelve a mostrar para que pueda ordenarse”. A lo largo del libro, que asume una estructura de collage, Julieta entrelaza recuerdos familiares, hechos históricos, hipótesis y vivencias personales. A través de ese montaje emocional y documental, construye un retrato doloroso, pero necesario. “El arte es una forma de sanación. Estoy escribiendo también una película, una ficción, que me da la posibilidad también de volcar las hipótesis, porque hay poquitas certezas y millones de hipótesis sobre la figura de un desaparecido. Además uno no deja de encontrar cosas, es como que la información vuelve a reflotar”. Vidas robadas La relación con su primo también es una obra inconclusa: “En la restitución todos felices porque lo habían encontrado, pero en realidad también fue duro descubrir que fue una táctica de ellos como para blanquearse”, explicó. La familia Vildoza, junto con el niño apropiado se escaparon a Paraguay en la década del ochenta, y al día de hoy, el marino continúa prófugo, probablemente, ya fallecido. “Lo importante es que él recuperó su identidad, aunque quería seguir llamándose Javier Gonzalo Vildoza. Lo que no sabemos es si pudo recuperar la libertad porque sigue muy atado a su familia apropiadora y en todas las cuestiones económicas está muy mezclado. Hay un montón de lealtades y de sentimientos también de culpa y de responsabilidad que él carga, que no debe ser fácil. Pero bueno, la relación que yo tengo con él es muy honesta, siempre lo fue. Él siempre dijo lo que sentía y yo también, entonces hay cosas que no coincidimos”, explica. En tiempos en los que se habla de ‘completar’ la historia, como si hubiera solamente dos caras, como si la realidad no fuera compleja, es interesante conocer ese vínculo entre primos. La pregunta abierta ¿Y si Cecilia sigue viva? ¿Y si tuvo otra hija durante esos años de cautiverio? El libro no lo descarta. Lo piensa. Lo imagina. Como también imagina los silencios de quienes sobrevivieron y callaron para protegerse. “No todos los sobrevivientes hablaron. Algunos nunca dijeron nada”, piensa. La historia de Cecilia Viñas escapa a las narrativas habituales y también es un caso singular dentro del horror colectivo. Un caso que nos recuerda que la dictadura no terminó en 1983, sino que dejó huellas, redes, complicidades y heridas que siguen abiertas. Julieta Cecilia Viñas, con su libro, pone en palabras lo que por años fue solo dolor y sospecha. También le pone el cuerpo y hasta su propia voz cantando desde el alma en las presentaciones. Y nos obliga a mirar, una vez más, a los ojos de Cecilia. * Esta nota fue escrita por Santiago Joaquín García. Hijo de Adela y Jorge. Padre de Catalina. Puedo decir mi nombre porque sé quién soy.

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