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CABA » Plazademayo
Fecha: 18/05/2025 17:44
Cada 18 de mayo, la escarapela celeste y blanca florece en los pechos de millones de argentinos, especialmente en las escuelas de todo el país, donde su uso se vuelve obligatorio por resolución oficial. Más que un simple adorno, esta insignia patria representa una herencia de lucha, identidad y unidad nacional que se remonta a los días fundacionales de nuestra independencia. El rol de Belgrano y el nacimiento de un símbolo Fue Manuel Belgrano quien, en 1812, propuso la creación de una insignia que distinguiera a las tropas revolucionarias de las realistas. Su pedido fue aceptado por el Primer Triunvirato, que oficializó la escarapela con los colores blanco y celeste, dejando de lado el rojo para evitar confusiones con los emblemas enemigos. Así nació la escarapela nacional: un distintivo visual que se transformó rápidamente en un emblema de unidad en las Provincias Unidas del Río de la Plata. La escarapela se convirtió, entonces, en uno de los primeros símbolos patrios adoptados por la joven nación, incluso antes que la bandera. Su uso acompañó al ejército revolucionario durante las guerras por la independencia, marcando con orgullo la pertenencia a un ideal de libertad. La escuela como cuna de la tradición Si bien su historia se remonta al siglo XIX, la conmemoración oficial del Día de la Escarapela tiene sus raíces en el ámbito educativo del siglo XX. Fue en 1941 cuando el Consejo Nacional de Educación instituyó el 18 de mayo como fecha conmemorativa obligatoria en todas las escuelas primarias del país, gracias a la iniciativa de docentes comprometidos con la formación cívica de los más jóvenes. Carmen Cabrera, Benito Favre y Antonio Ardissono encabezaron este movimiento, convencidos de que era necesario transmitir desde la infancia el valor de los símbolos patrios. Desde entonces, cada 18 de mayo se ha transformado en un acto de memoria viva en las aulas, donde niñas y niños argentinos portan la escarapela con orgullo, aprendiendo no solo su origen, sino también su significado profundo como marca de identidad nacional. Ecos del pasado en una insignia viva Aunque fue oficializada en 1812, algunos historiadores sostienen que la escarapela ya tenía antecedentes en momentos previos. Se menciona su uso durante las Invasiones Inglesas y en los días previos a la Revolución de Mayo de 1810, cuando damas criollas habrían entregado cintas blancas y celestes al entonces coronel Cornelio Saavedra. También se cree que French y Beruti repartieron cintas para identificar a los revolucionarios, aunque la atribución de estos actos como origen oficial del símbolo ha sido cuestionada. Lo cierto es que, con el tiempo, la escarapela se consolidó como un elemento distintivo del sentir patrio. Según el Ministerio de Cultura de la Nación, su uso se inspiró en prácticas del ejército español del siglo XVIII, pero adquirió en estas tierras una identidad propia: dejó de ser un mero signo militar para convertirse en un emblema de unión y soberanía. Un gesto que une generaciones Hoy, la escarapela reaparece con fuerza durante la Semana de Mayo, así como en fechas clave como el Día de la Bandera (20 de junio) y el Día de la Independencia (9 de julio). Su forma simple —un pequeño círculo blanco y celeste— encierra una poderosa carga simbólica: la memoria de quienes soñaron con una patria libre y la responsabilidad de las generaciones actuales de sostener esos ideales. Cada vez que un estudiante se prende la escarapela en el pecho, se activa un puente entre el pasado y el presente. En ese gesto sencillo pero profundo, late la historia de una nación que aún busca reafirmar su identidad, basada en valores de libertad, justicia y unidad. Y así, cada 18 de mayo, ese pequeño símbolo se transforma en una gran lección de patria.
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