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  • El lenguaje secreto de la naturaleza... y de los patios de Córdoba

    » Diario Cordoba

    Fecha: 18/05/2025 14:47

    ¿Puede la naturaleza hablar? Aunque no lo haga con palabras como las nuestras, su forma de comunicarse está ahí, presente en cada rincón del mundo natural. Nos habla con los colores de las flores, el canto de los pájaros, el crujir de las hojas, el fluir del agua o el aroma de la tierra tras la lluvia. La clave está en aprender a escuchar ese lenguaje, a menudo silencioso, pero lleno de significados. El ecólogo Ramón Margalef, una de las figuras más importantes de la ciencia ambiental en España, proponía una metáfora fascinante: la biodiversidad es como un diccionario, cada especie representa una palabra; y la forma en que esas especies interactúan -cómo conviven, cómo dependen unas de otras, cómo se organizan- constituye el lenguaje que la naturaleza utiliza para comunicarse. Es un lenguaje complejo, funcional, lleno de matices. Cuanto mayor es la diversidad, más rica es la conversación. En este sentido, cada ecosistema tiene su propio «dialecto». Un bosque mediterráneo se expresa de forma distinta a una marisma o a un jardín urbano. Lo interesante es que todos ellos nos cuentan algo: sobre el equilibrio, sobre los cambios, sobre lo que funciona y lo que no. Pero para entenderlos, tenemos que ser observadores atentos y pacientes. ¿Y qué papel juegan las plantas en todo esto? Ellas son, sin duda, uno de los elementos más expresivos del paisaje. No solo aportan belleza, sombra o alimento, también hablan. Lo hacen a través de su presencia, de cómo se agrupan, de su relación con otras formas de vida. En la naturaleza, nada está aislado. Las plantas conviven con hongos, insectos, aves, mamíferos… y esa convivencia, si se da en equilibrio, nos habla de salud ecológica. En nuestras ciudades, también encontramos estos «diálogos verdes». Algunos espacios verdes mantienen un ecosistema autóctono, casi natural, donde las especies locales crean un entorno armónico. Otros mezclan especies exóticas y nativas, generando paisajes más diversos. Y, por desgracia, también hay espacios donde la vegetación es uniforme, repetitiva, sin carácter, con un lenguaje empobrecido, monocorde. Como si la naturaleza solo pudiera decir una palabra una y otra vez. En este contexto urbano, cobra especial importancia el componente cultural de la naturaleza. Es decir, cómo los seres humanos intervenimos, interpretamos y damos forma a ese lenguaje natural. Un ejemplo brillante de esta interacción lo encontramos en el Festival de los Patios de Córdoba, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2012. Durante estos días, Córdoba se llena de vida vegetal. Los patios, cuidados con esmero por los vecinos, se abren al público para mostrar un universo vegetal cuidadosamente organizado. Aunque muchas de las plantas no son autóctonas, su presencia en estos espacios no es casual. Responden a una tradición estética, cultural y climática que ha evolucionado durante siglos. Los patios cordobeses, más allá de su belleza, son también una forma de lenguaje urbano. Nos hablan de historia -con influencias romanas, árabes, barrocas, románticas y contemporáneas-. Nos hablan de comunidad, porque su cuidado depende de la implicación y generosidad de quienes los habitan. Y nos hablan de adaptación, porque son el resultado de una forma particular de habitar el clima, la arquitectura y la vegetación. Si aplicamos la metáfora de Margalef, podríamos decir que la flora de los patios es un pequeño «diccionario botánico» donde cada especie tiene un papel en la historia que se cuenta. El conjunto -sus colores, su frescura, su armonía- forma un lenguaje que despierta emociones, despierta memoria, y también curiosidad. En definitiva, ya sea en un ecosistema natural, en un parque urbano o en un pequeño patio florido, la naturaleza se comunica con nosotros. Solo tenemos que aprender a prestar atención, y también recordar que nosotros formamos parte de ese diálogo. No somos meros oyentes, también hablamos a través de cómo diseñamos, cuidamos y compartimos nuestros espacios verdes. Así que, la próxima vez que pases junto a un árbol, un jardín o una maceta en flor, pregúntate: ¿Qué me está diciendo este lugar? ¿Y qué estoy diciendo yo a través de él? *Catedrático de Botánica de la Universidad de Córdoba

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