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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 18/05/2025 04:56
El Eternauta. Ricardo Darín as Juan Salvo in El Eternauta Hace mucho tiempo hemos entendido que el paradigma racional tiene limitaciones para entender realidades con múltiples caras, resolver problemas y construir proyectos de futuro. Por supuesto, liberarnos del dominio de supersticiones, leyendas o mandatos puede explicar en buena medida el progreso civilizatorio que hemos transitado hasta llegar a esta tercera década del Siglo 21. La capacidad humana de razonar y ampliar las fronteras del conocimiento han sido componentes fundamentales para traernos hasta aquí. Lo cual no es poco, a pesar de la nueva oleada de problemáticas y anomalías que sin dudas afronta actualmente la humanidad y suele dar forma a un clima de época con extendido malestar y pesimismo. Poco a poco hemos ido entendiendo que hay otras dimensiones que nos pueden empujar hacia adelante, individual y colectivamente. Gracias al creciente entendimiento acerca de cómo funciona nuestra biología, especialmente el cerebro y las emociones y como opera la cultura en nuestro desempeño, especialmente en lo referido al poder movilizador del sentido y los propósitos compartidos, sabemos hoy que la razón es una condición necesaria pero no suficiente para construir progreso. Por ello nuestras vidas son menos predecibles de lo que nos gustaría que fuesen. Y por todo ello también, la evolución de las sociedades no suelen ser el resultado de planificaciones centralizadas o proyectos concebidos desde una inteligencia concentrada y superior que todo puede medirlo. Las ciencias del comportamiento avanzan. Y acuden en nuestra ayuda para entender mejor como funcionamos, vencemos sesgos, superamos limitaciones objetivas y tomamos decisiones que producen resultados difíciles de pronosticar. Nos acercan al fantástico laberinto de posibilidades propio de la humanidad, a la complejidad tan misteriosa de lo que somos y que nos hace tan distintos a otras especies y también a las “máquinas inteligentes”. Aparecen los contextos, como espacios donde pueden darse condiciones que nos hacen mejores. También las nuevas nociones del bienestar, como esas condiciones que nos llevan a estados de flujo, donde nuestras habilidades parecen estirarse. Y por supuesto, emergen las narrativas, como esas historias capaces de conmovernos y llevarnos a nuevos estadios de compromiso, innovación y eficacia. "Lo viejo funciona". El actor responsable de la icónica frase de la serie El Eternauta, como obra literaria histórica y ahora como serie audiovisual adaptada, es ante todo una poderosa narrativa capaz de convocar y emocionar a las personas. Y su grandeza es precisamente que esa conexión popular trasciende la época histórica en la que Héctor Oesterheld la escribió y a cualquier apropiación ideológica que pueda haberse intentado con ella en la traumática historia argentina. Es que El Eternauta es una creación artística. Y si algo distingue al arte de otros enfoques o disciplinas, es que busca amplificar las miradas, interpretaciones y emociones que despierta en las personas. Justo lo contrario de la ciencia, que busca probar hipótesis para unificar conocimientos. Algo que con mucha claridad y sabiduría expone el nieto del autor. Martín Oesterheld, protagonista de una historia personal muy dolorosa, es capaz de ponerse por encima de cualquier mirada mezquina o sectaria de la obra de su abuelo y reconocer expresamente que El Eternauta es ante todo una historia de resistencia social que puede aplicarse a distintas circunstancias y flagelos. Y que, en definitiva, no hay un solo Eternauta sino que todos podemos ser Eternautas. Es allí donde la narrativa encuentra el sendero para llegar a un nivel superior en el imaginario colectivo. El Eternauta puede aplicarse a distintas realidades y desafíos, pero siempre bajo un componente central que subyace en la diversidad: las personas comunes tienen poderes especiales para sobrevivir y salir adelante si prima el espíritu colectivo, si las habilidades de cada uno se combinan en misiones grupales y si los egos que suelen cegarnos se dominan para dar lugar algo superior y más importante como es salir adelante juntos. La historia no la escriben hombres y mujeres avaros y egoístas, sino que termina siendo la conjunción emotiva de miles de héroes discretos, esos que caracterizaba Vargas Llosa en una de sus últimas novelas. Es esa alquimia colectiva de personas comunes generosas la que explica el curso de los acontecimientos y abre ventanas de supervivencia y progreso, sobre todo cuando las grandes amenazas (una invasión extraterrestre, un poder dictatorial excesivo, una epidemia, etc) aparecen en nuestro camino. Esta narrativa no se agota en la idea central acerca del poder de la agencia humana y la acción colectiva. Tiene múltiples conexiones y derivaciones. Tantas como actores con los que conecta, porque en definitiva el poder de las buenas narrativas es, como decíamos arriba, amplificar miradas para multiplicar esfuerzos y no unificar bajo premisas de estandarización. Podemos traer por ejemplo, la idea de que “lo viejo funciona”, como una recuperación del valor de todo aquello que hemos creado y que pareciera caer sin piedad en las garras de la obsolescencia programada; también la utilidad de la imaginación y el ingenio humano, que siempre nos permite descubrir nuevos caminos, idear soluciones y encontrar respuestas a las peores encrucijadas; la condición de la empatía que aparece en muchas escenas de la serie y tiene que ver con esa competencia para ponerse en el lugar del otro, sus sentimientos y dolores; y también la incertidumbre como componente habitual de la vida, con la que debemos aprender a convivir y que no debiera ser un obstáculo infranqueable para seguir caminando hacia futuros posibles. El Eternauta. Ricardo Darí Son muchas las narrativas que se configuran y de alguna manera compiten por nuestra atención como seres humanos en constante búsqueda de sentido. Algunas de ellas son compatibles entre sí, otras compiten por ganar nuestras adhesiones ofreciendo ideas y valores contrapuestos. Pero en tiempos de enormes cambios y transformaciones como los actuales, donde la expansión de la inteligencia artificial nos está llevando a lugares de vulnerabilidad tanto como de empoderamiento, termina siendo fundamental disponer y abrazar buenas narrativas. Son ellas las que pueden ayudarnos a no entregarnos a las corrientes del pánico. Las que pueden facilitar buenas conversaciones para construir enfoques y estrategias comunes, por ejemplo frente a los caminos para el despliegue de la IA en beneficio de la Humanidad. Son ellas las que puedan estirar nuestra paciencia frente a problemáticas de compleja resolución, tan propensas a la captura interesada de demagogos al acecho. No hay futuros inevitables. Siempre hay futuros posibles en el derrotero humano. Claro está que sólo con narrativas no podríamos incidir demasiado en ese mar de posibilidades. Pero sin ellas la tarea es mucho más difícil. Visualizar y construir futuros posibles es una tarea llena de espinas, voces pesimistas, operadores del mal que se interponen en el camino, fracasos parciales que todo lo oscurecen. Las narrativas nos equipan para transitar esos caminos. Nos ayudan a creer en nuestras posibilidades, a dar pasos adelante sin pedir demasiadas certezas, a encarar los sinsabores sin abdicar de la misión. Este momento del Siglo 21 requiere de buenas narrativas, más que nunca. Porque si nos sentamos solamente a pensar, estaremos llenos de dudas acerca de nuestro futuro en un planeta agobiado, cargado de tensiones geopolíticas, con sistemas que parecen tener los motores dañados (democracia, capitalismo, etc.) y un avance arrollador de tecnologías inteligentes que hemos creado pero que no sabremos si podremos dirigir y gestionar para el bien común. El Eternauta es una buena narrativa y hay que celebrar que se haya recreado en este formato audiovisual, que no sólo pone una vez más al talento argentino en el primer nivel global, sino que contribuye a romper grietas miopes en beneficio de algo mayor: nuestro futuro común.
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