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  • Manuel López, encuadernador de Córdoba: "La encuadernación hoy en día no te da un sueldo"

    » Diario Cordoba

    Fecha: 18/05/2025 02:59

    Tras el mostrador, Manuel conversa con un cliente. A los lados, en la entrada, dos escaparates muestran viejas máquinas de escribir, enciclopedias apiladas y algún grabado, como si el lugar hubiera quedado abandonado a principios de siglo, congelado en aquellos años en que no había wikipedias ni ebooks. Dentro, las estanterías están casi vacías. "Antes estaban llenas", dice Manuel. Al igual que lo estaba cada uno de los rincones del taller. Los sábados, junto a su hermano y su padre, recorrían la ciudad en coche, parando por los quioscos y recogiendo los periódicos. "En esa habitación -dice señalando al interior- las estanterías también estaban todas llenas, el frontal de aquí, todo aquello dando la vuelta", explica. En fin, todos los rincones del pequeño bajo en el Cordel de Écija, en Córdoba, donde la familia López abrió su taller de encuadernación hace 37 años. Era 1988. Desde hacía tres años, Manuel y dos de sus hermanos venían aprendiendo el oficio. "Nosotros empezamos en mi casa; el oficio nos lo enseñó mi padre", cuenta. En esos inicios, Manuel López se pasaba "día y noche" quitando grapas y pasando el hilo por el lomo de los libros que caían en sus manos. "Antes sí que había bastante encuadernación; lo que es hoy día… la verdad es que no", lamenta. De aquello, solo Manuel y los viejos recortes de periódicos que guarda enmarcados son testigos. Resistencia silenciosa A principios de siglo, el Suplemento Especial de Diario CÓRDOBA recogía el éxito de Encuadernaciones Hermanos López, empresa que encuaderna los tomos para la hemeroteca de este periódico. Sobre una gran mesa de trabajo, junto a un pequeño telar, Manuel agrupa y cose números recientes del diario, trabajando en silencio mañana y tarde, atendiendo de tanto en tanto algunas llamada de teléfono o la visita de algún cliente que, rara vez, busca encuadernar alguna cosa. El oficio de encuadernador / Ramón Azañón En estos tiempos, para Manuel es fácil recordar el trabajo de encuadernación que hace. Lo último fue el arreglo de un libro de Harry Potter. "No hay movimiento", insiste. Para ganarse la vida, ha tenido que buscar alternativas. El nuevo nombre que figura junto al antiguo cartel de la empresa lo revela: Fábrica de los Sellos. Cuando el papel fue decayendo, comenzaron a producir sellos de caucho. Pero este negocio también está en decadencia: "En los sellos también lo noto". Por eso, en el fondo del taller, Manuel instaló una moderna máquina de grabado en láser. Lo que antes hacían para los libros calentando clichés y aplicándoles presión contra las tapas, hoy lo hace en segundos una máquina que lo mismo te graba una portada que una copa de cristal. "La encuadernación hoy en día no te da un sueldo, pero entre una cosa y otra…", aclara. Nosotros empezamos en mi casa; el oficio nos lo enseñó mi padre Las últimas páginas Manuel toma asiento en un taburete, bajo las intensas luces blancas que iluminan aquel habitáculo, y comienza a dar puntadas, como lleva haciendo desde los 17 años. Ahora, a sus 56, siente que empieza a despedirse de aquello que ha sido su forma de vida durante cuatro décadas. Este vecino del Campo de la Verdad amontona los cuadernillos de un libro, traza unos cortes en el lomo para hilarlos, tira de hilo, coloca las guardas, prepara la cubierta y la pega con cola. Con una guillotina, corta los sobrantes y con una prensa aplica presión al pegado. En una de las paredes, el encuadernador guarda los rollos de tela. Si en los buenos tiempos compraban cien metros, hoy en día le bastan cinco o diez. Manuel dora el grabado de un libro. / Ramón Azañón El último paso es el grabado, lo único que Manuel ha querido dejar a la tecnología. Desde un ordenador, da la orden y el diseño a la máquina. Y, aunque es consciente de que el proceso de encuadernado, en la actualidad, puede automatizarse, Manuel se resiste a perder una de las pocas cosas que le quedan de aquel oficio que le enseño su padre hace ya cuarenta años. Sin relevo generacional, porque sus hijas han estudiado una carrera, este cordobés dirá adiós, cuando se jubile, a casi medio siglo de historia familiar. Y lo hará, como siempre, con el hilo en la mano. Suscríbete para seguir leyendo

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