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Concepcion del Uruguay » Miercoles Digital
Fecha: 14/05/2025 00:10
El ex Presidente oriental era, desde hacía rato, mucho más que un dirigente político: se había convertido en una referencia moral y cultural para su pueblo y para una legión de seguidores en todo el mundo. Por A.S. de EL MIÉRCOLES Predicaba un discurso anclado en la filosofía estoica: cuanto menos precisamos para vivir, más felices somos. Su forma de razonar, sus modos campechanos, le ganaron un lugar de "influencer" que jamás había soñado, ni él ni ninguna de las personas que compartieron su militancia. Un lugar no exento de controversia: para varios de sus ex compañeros tupamaros, como el también fallecido "Tambero" Zabalza, el Pepe no era otra cosa que un traidor, un "quebrado" que había asumido la imposibilidad de reemplazar al capitalismo por un sistema más justo. Él mismo lo decía a su manera, sin muchas vueltas: "No pude cambiar un carajo". Y, como siempre, provocaba un poco: "Filosóficamente no soy un marxista, soy un estoico". Sus definiciones en ese punto eran tremendas, y dichas por cualquier otro, seguramente imperdonables (solo a modo de ejemplo: "Me tienen que interesar más los derechos humanos de los vivos que los de los muertos", o "Yo soy una víctima victimaria, cargo y asumo la responsabilidad de eso. Y hasta que no reventemos todos los actores, no se agarra la ecuanimidad que necesita una sociedad para medir esas cosas"). Poco antes de morir y pese a su estado de salud, había desatado una nueva polémica, como lo hizo durante toda su vida pública: esta vez fue contra los sindicatos uruguayos, a los que acusó de estar "de guampas caídas" durante la gestión de Lacalle Pou. Acusación que (¡hace apenas una semana!) le valió duras respuestas. Pero eso no era nuevo en él: en muchísimos temas se diferenciaba (¿por derecha?) de ciertos "sentidos comunes" de izquierda que se convirtieron en temas sagrados e indiscutibles. Uno de los más espinosos, el de los derechos humanos. Sus definiciones en ese punto eran tremendas, y dichas por cualquier otro, seguramente imperdonables (solo a modo de ejemplo: "Me tienen que interesar más los derechos humanos de los vivos que los de los muertos", o "Yo soy una víctima victimaria, cargo y asumo la responsabilidad de eso. Y hasta que no reventemos todos los actores, no se agarra la ecuanimidad que necesita una sociedad para medir esas cosas"). En el mundo virtual (y me gusta que así sea) tengo amistades que admiran y adoran al Pepe y otras que lo detestan profundamente, mucho más cercanas a las críticas que le realizaban sus ex camaradas. Personalmente, a mí me fascina su figura, con sus contradicciones y sus grandezas (como él mismo lo decía: "La gente tiene pila de defectos: sinvergüenza, atorrante, jodedor, héroe, todo entreverado en la misma persona, a veces heroico, otras Tartufo; no idealizar. Querer a la humanidad así como es: un gran peligro es endiosarla y el otro es no quererla. Porque quererla a ella es querernos a nosotros mismos"). O su discurso sobre valores, que a algunos les parecía conservador: "Lo más nuevo es lo más viejo: tener palabra, tener dignidad, llamar a las cosas por su nombre, tener marcha atrás cuando uno se equivoca, tener la honradez intelectual de saber cuando nos equivocamos... Y si la cagada es muy grande, pedir perdón. Si te va bien, tener en cuenta que buena parte de los méritos son ajenos". (Recién me doy cuenta que ese "lo más nuevo es lo más viejo" resulta tan parecido a "lo viejo funciona" que estos días se ha instalado gracias a la serie de El Eternauta). "No se dejen robar la libertad, ese cacho de tiempo para hacer con la vida lo que queremos. Es una palabra grandilocuente, usada hasta el cansancio pero que no la definimos. Yo la defino en términos concretos, libertad es eso: el tiempo para hacer con mi vida lo que se me canta sin joder a otro. Sólo eso". Y creo de verdad que era una de las mentes más lúcidas de la izquierda latinoamericana, con esa singularidad que quizás ninguna otra haya alcanzado: no solo formaba opinión dentro de la izquierda, sino también afuera de ella (y quizás era la única). Lo sabía y lo aprovechaba como nadie: no dejaba pasar oportunidad para transmitir su puñado de verdades poderosas (la crítica al consumismo; la defensa de la libertad "verdadera", social e individual, vinculada al uso del tiempo; la cuestión ambiental; la responsabilidad por los más débiles). Esa singularidad, sumada a la idea de "el Presidente más pobre del mundo", lo convirtió (y espero no crear ninguna controversia con mis amistades orientales) en el uruguayo más célebre del mundo. Por lejos. Su franqueza al hablar, por ejemplo al marcar que todos sus pares elogiaban su vida austera... "pero ninguno la imita", y lo decía con una sonrisa socarrona. Algunas de sus particularidades no son exclusividadde Mujica, y eso también hay que decirlo: son parte de la cultura política y social uruguaya. Por ejemplo, su capacidad de dialogar y tender puentes con quien fuera, plasmada entre otros ámbitos en el libro "El horizonte", una serie de charlas reflexivas entre él y Sanguinetti, dos ex presidentes orientales, filosóficamente en las antípodas, ambos cerca de los 90 años y con una lucidez y una profundidad de análisis de no creer. Un libro impensable en la Argentina, donde no hay chance de que lo hagan dos ex presidentes adversarios, ni siquiera de un mismo partido (¿alguien imagina un libro de conversaciones entre Cristina y Alberto?). Mucho antes de todo lo que lo convirtió en celebridad, en 2005, cuando Mujica era ministro del flamante primer gobierno del Frente Amplio, tuve oportunidad de entrevistarlo en su oficina, en Montevideo (la entrevista completa, 20 años después, no tiene desperdicio). Aunque faltaba mucho para verlo Presidente (probablemente ni lo esperara) ya estaba en sus respuestas ese pensador que no estaba mirando solo lo cotidiano, no solo su amado paisito, ni la región, sino el mundo entero, la humanidad. De allí tomé esta reflexión, que parece dicha hoy, cuando personajes execrables se llenan la boca con la palabra más hermosa que existe: "No se dejen robar la libertad, ese cacho de tiempo para hacer con la vida lo que queremos. Es una palabra grandilocuente, usada hasta el cansancio pero que no la definimos. Yo la defino en términos concretos, libertad es eso: el tiempo para hacer con mi vida lo que se me canta sin joder a otro. Sólo eso". Hasta siempre, Pepe. Y gracias por todo. Esta nota es posible gracias al aporte de nuestros lectores Sumate a la comunidad El Miércoles mediante un aporte económico mensual para que podamos seguir haciendo periodismo libre, cooperativo, sin condicionantes y autogestivo. Deja tu comentario comentarios
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