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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 13/05/2025 04:33
El Polaco Goyeneche, un porteño de ley, empezó su carrera artística en cafés y cabarets Tenía que atravesar Saavedra, el barrio que vio nacer y que vio morir a Roberto “El Polaco” Goyeneche. El barrio que nunca dejó mientras se convertía en uno de los protagonistas del tango y de Buenos Aires durante casi medio siglo, y también el que lo vio ser un hincha inquebrantable de Platense cuando la cancha quedaba allí y no en Vicente López. Tenía que ser una línea que recorriera esas calles tan suyas la que tuviera al Polaco como colectivero. Fue en la que a fines de los años 40 era la línea 219 y después se convertiría en la 19: recorría desde Once hasta Puente Saavedra, y hoy empieza en Plaza Miserere y termina en Carapachay. El Polaco había nacido en 1926, en el seno de una familia vasca afincada en ese barrio en el límite de la ciudad. Pasó sus primeros años en una casa a ocho cuadras del viejo estadio del “Calamar” y a esa misma distancia del Parque Saavedra, el gran pulmón verde del barrio. Tango en la sangre Creció también en el seno de una familia cuyo tío, al que no llegó a conocer pero de quien había heredado el nombre Roberto, se había dedicado a ser pianista e incluso había encabezado su propia orquesta de tango. El tío Roberto había musicalizado obras de Enrique Cadícamo y también de Horacio Ferrer, que años después escribiría la letra de “Balada para un loco”. Y aunque la madre del pequeño Roberto no quería saber nada con ese mundo que había habitado su cuñado, nocturno y de dudosa reputación, a su hijo “le picó el bichito” y, encima, se le notaban cada vez más los dotes para cantar. El Polaco y Pichuco, dos grandes del tango. Goyeneche integró la orquesta de Troilo durante siete años Antes de cumplir los 18 años, ese joven al que todavía nadie le decía Polaco se presentó en un concurso de voces que organizaba el Club Federal Argentino: ganó. Era 1944, Roberto ya tenía una novia del barrio y esa victoria le valió su debut. Lo invitaron a que grabara “Celedonio”, su primera canción, a Radio Belgrano. Estaba naciendo el mito, pero a su vida le faltaba pasar por algunos oficios más terrestres. Un amor y una promesa La novia de barrio -Saavedra le dio todo al Polaco, también el amor- se convertiría en su esposa en 1948. Y el paso por Radio Belgrano lo acercó a la orquesta de Raúl Kaplún. Pero esa incorporación le traía dos problemas. Por un lado, la orquesta, que se presentaba en cafés y en cabarets, se disolvió el mismo año en que el Roberto y su novia se casaron. Por otro lado, no había manera de convencer a la madre de que le pareciera bien que el Polaco se moviera cada vez más en la noche porteña: buscar otra orquesta en la que cantar no asomaba como una opción. Por esos años, esa madre fue la que le hizo jurar a su hijo Roberto, nada menos que por la memoria de su padre ya muerto, que no iba a ir por el “mal camino” que había habitado su tío: el de la noche y el tango. El (futuro) Polaco hizo su promesa y aguantó casi cinco años “portándose bien”. En esos años, alejado de esa primera orquesta en la que había cantado, Roberto se buscó la vida lejos del tango y cerca de los motores. Durante un tiempo fue taxista, fue incluso mecánico, precisamente de motores, y finalmente se subió al colectivo 219 para manejar de Once a Puente Saavedra, ida y vuelta, varias veces por día. El viaje que cambió su vida Aunque todavía no había vuelto a formar parte de una nueva orquesta, de vez en cuando a Roberto lo convocaban para presentarse a cantar en alguna cafetería porteña. La leyenda cuenta que incluso hubo noches en las que el cantor le ganó al colectivero, y frenó el recorrido en medio de su turno. Hizo bajar a los pasajeros, bajó él a cantar, y siguió camino después de su presentación. El Polaco sobre el colectivo que manejaba, desde Once hasta Puente Saavedra Roberto no había estudiado música, ni estudiaría después, pero su picardía sobre el escenario, su forma casi recitada de frasear y esa voz a la que Cacho Castaña le compondría “Garganta con arena” lo volvían atractivo para aquellos que tenían la suerte de cruzarse con alguna de sus (todavía) pocas presentaciones en vivo. Una noche de 1952, Goyeneche hacía lo mismo que había hecho tantas otras noches: cantaba mientras manejaba el colectivo. Inesperadamente, un hombre se le acercó y le hizo una propuesta que, a pesar de la promesa que le había hecho a su madre, Roberto decidió no rechazar: el hombre lo escuchó y lo invitó a probarse en una orquesta. Era José Otero, el representante nada menos que de Horacio Salgán, y la prueba a la que lo invitaba era para integrar esa formación de músicos, una de las más destacadas de mediados del siglo XX. ¿Qué hubiera pasado si José Otero se tomaba otro colectivo y no el que manejaba Goyeneche? Es imposible saberlo. Ese talento y esa sangre tanguera seguramente insistieran en otro momento de su vida. Pero Roberto aceptó la invitación, se presentó a la prueba y fue inmediatamente incorporado a la orquesta. Nunca más bajó de los escenarios. Y cuando murió, en 1994, se había convertido en el cantante de tangos vivo más importante de la Argentina. Del colectivo a la gloria “¿Y este polaco quién es?”, preguntó alguno de los integrantes de la orquesta de Salgán cuando lo vieron llegar a la prueba. El mundo del tango estaba mucho más acostumbrado a los morochos (Gardel, el ídolo total, era nada menos que el “Morocho del Abasto”) que a un rubio de pelo más largo de lo habitual. Pero la pregunta, medio sobradora, no amedrentó a Goyeneche, sino todo lo contrario. De ese desprecio nació el apodo con el que se volvería popular. Piazzolla y Goyeneche se hicieron grandes amigos. Grabaron juntos "Balada para un loco" y un disco inolvidable en el Teatro Regina Conoció a Aníbal Troilo unos años después y a través de Horacio Ferrer. “Pichuco” no estaba del todo convencido sobre los dotes del nacido y criado en Saavedra, pero lo invitó igual a sumarse a su orquesta. Se volvieron amigos inseparables, compartieron siete años sobre el escenario y grabaron alrededor de cincuenta canciones juntos. Hasta que el Polaco se subió a la orquesta de Atilio Stampone. A fines de los sesenta, más precisamente en 1969, Goyeneche no dudó. En medio de esa grieta que crecía alrededor de la obra revolucionaria de Astor Piazzolla, esa que hacía que para algunos ese sonido fuera la evolución del tango y para otros, una herejía, el Polaco le puso voz a “Balada para un loco”, con música del bandoneonista y letra de Ferrer. Goyeneche y Piazzolla se hicieron grandes amigos, y la versión que registraron juntos fue récord de ventas. Incluso por encima de los discos de Leonardo Favio, que eran un boom en ese momento. Pero a la voz del Polaco le quedaba un escollo de los grandes. Una voz inolvidable En 1979 Goyeneche tuvo que operarse la garganta. Hubo notas a las que no llegó nunca más, pero dejar de cantar no era una opción. O, al menos, no era una opción dejar de interpretar. Se acentuó su típico fraseo, ese recitado inconfundible de sus versiones, y así “se las arregló” para que la cirugía y sus consecuencias no truncaran su camino. Un paso bajo nivel en Saavedra recuerda al Polaco, que nació y murió en el barrio, y al colectivo que manejaba en su juventud Ya con cierta desmejoría en la voz, se presentó en el Teatro Regina junto a Piazzolla, en mayo de 1982, en seis noches que quedaron registradas en un disco exquisito. Hizo que a la garganta cada vez más llena de arena se le antepusiera su cuerpo entero. Sobre el escenario, el Polaco movía las manos, transpiraba, se secaba, golpeaba el piso con los pies. Todo él daba el espectáculo. Grabó más de cien discos e integró orquestas como la de Pugliese y la Filarmónica del Colón. No se privó de actuar junto a Jorge Porcel en televisión y bajo la dirección de Pino Solanas en su película Sur. Lo mató una neumonía en agosto de 1994. Había grabado, apenas un tiempo antes, una versión conmovedora de “Los Mareados” junto a Mercedes Sosa. Todavía vivía en Saavedra, ese barrio en el que hoy una de sus avenidas más importantes se llama como él. También se llama “Roberto Goyeneche” una tribuna del actual estadio de Platense, en Vicente López, y un paso bajo nivel de su barrio de siempre. En una de sus paredes, alguien pintó un retrato del Polaco y un colectivo 19. Ese en el que cautivó al hombre indicado y no le quedó otra que romper la promesa que le había hecho a su madre. Es que, dicen por ahí, el tango te espera. También esperó al Polaco Goyeneche.
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