13/05/2025 16:22
13/05/2025 16:21
13/05/2025 16:21
13/05/2025 16:20
13/05/2025 16:20
13/05/2025 16:19
13/05/2025 16:19
13/05/2025 16:19
13/05/2025 16:18
13/05/2025 16:18
» Diario Cordoba
Fecha: 11/05/2025 17:34
Vivo desde hace más de treinta años en el Casco Histórico de Córdoba. A finales de los ochenta, comprar una casa en la zona no era tan difícil como ahora, se estaba despoblando y el ayuntamiento proporcionaba ayudas para la rehabilitación de viviendas. Ello facilitó que parejas jóvenes nos instaláramos en el Casco, donde nacieron nuestros hijos. Los turistas que lo visitaban pernoctaban unos días, paseaban, admiraban la ciudad y partían. En algún momento aquello empezó a cambiar: se multiplicaron los grupos de visitantes, las calles se inundaron de terrazas y subieron los precios de las viviendas que, cuando se reformaban, se convertían en pisos turísticos. El comercio y la hostelería dejó de estar orientado hacia los vecinos y giró hacia los visitantes: desaparecieron las mercerías, las ferreterías y ya no podías comprar un libro. También en algún momento -no sé bien cuándo- los habitantes empezamos a sentir que quizá aquel no era nuestro lugar y que tal vez siempre habíamos estado de visita. Por eso, muchos se han ido y como los jóvenes no pueden acceder a una vivienda, cada vez somos menos. Se dice que es una consecuencia de la turistificación: palabra rara para definir ese cambio que te hace sentir extraña en tu barrio. En 1973, Castilla del Pino publicó en la revista Triunfo su artículo ‘Apresúrense a ver Córdoba’. Allí denunciaba la progresiva destrucción de los lugares históricos de la ciudad a través de la demolición o, peor aún, la rehabilitación con tintes de falsa tradición que, en ocasiones, rozaba lo ridículo. Nos advertía del riesgo de la uniformidad que observamos en las ciudades con turismo masivo y sostenía que: «... la identidad entre ciudades, como entre individuos, sólo puede ser expresión de la más opresiva forma de alienación, impuesta, desde luego, por unos pocos. Hoy, sin embargo, se tiende a la ciudad-igual, y las colmenas inhumanas lo mismo se edifican en Torremolinos o Sitges, a cien metros del mar, que en Badajoz o Segovia. El resultado de todo ello es el divorcio ostensible entre lo que la ciudad es y lo que debiera ser a tenor de los factores ecológicos, sencillamente porque la ciudad se planifica al margen de los ciudadanos, en armonía con los exclusivos intereses de un grupo de ellos». El Casco Histórico de Córdoba se parece cada vez más a los centros turísticos de otras ciudades de España, de Europa o de más allá: las mismas franquicias, la misma pérdida de los ciudadanos que las habitaban, la misma transformación en postales, tan irreales como acarameladas. A la vez, las zonas de nueva construcción adoptan también un estilo que nunca ha sido el nuestro: se cierran en sí mismas, se rodean de muros y portones, sus jardines -si los tienen- son exclusivos y evitan crear espacios comunitarios abiertos al exterior. En ellas tampoco encuentras ferreterías, mercerías, ni puedes comprar libros. El desasosiego que produce esta situación hace que me pregunte si el Plan de Gestión del Centro Histórico de Córdoba que ha sido aprobado recientemente por la Junta de Andalucía lo solucionará, ya que una planificación urbanística coherente y sensata que facilite la convivencia y proteja a sus ciudadanos es necesaria, tanto en el Casco Histórico como en el resto de barrios. ¿Podemos esperar que el ayuntamiento contemple a todos los ciudadanos como pedía Castilla del Pino hace cincuenta años, o tenemos que aceptar que es inevitable que el gobierno más cercano solo planifique según los intereses de unos pocos? *Psiquiatra
Ver noticia original