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» Diario Cordoba
Fecha: 10/05/2025 07:55
Paseando por las callejas del casco histórico de Córdoba, resulta difícil intuir que, por estas esquinas paseó y entre esos rincones vivió un hombre que pertenecía a dos mundos y, de algún modo, a ninguno del todo. Él mismo era consciente de ello y en su sangre llevaba la esencia de dos imperios. En la capital vivió la madurez de su vida y aquí decidió que estuviera su sepultura, pero donde encontró realmente su hogar, su primer hogar, fue en un pueblo de Córdoba. Parecía no encajar del todo ni en el nuevo ni en el viejo mundo, pero, tras atravesar montañas y mares en búsqueda de sus raíces, encontró en la provincia cordobesa un lugar donde pasar el resto de su vida. En el pueblo tuvo tres décadas fructíferas en las que creció espiritualmente y escribió parte de la obra gracias a la cual, posteriormente, sería conocido como el 'príncipe de los escritores del Nuevo Mundo'. Un forastero en Córdoba ¿Quién era aquel forastero que llegó a Montilla en 1561? Pocos sabrían por entonces que aquel joven, de apenas 21 años de edad, había emprendido un año antes una odisea para llegar a España, una tierra de la que solo había sabido de oídas, pero que llevaba en la sangre. Su piel, su lengua y su memoria estaban marcados por dos mundos enfrentados, pero él fue un puente entre ambos. Su aventura comenzó en 1560. Tras la muerte del padre, el joven inicia el viaje: cruza los Andes, llega al Pacífico, parte desde Lima (Perú) hacia Panamá, navega por el Caribe hasta Cartagena de Indias, pasa por La Habana, arriba a las Azores y, después, a Lisboa. En el viejo continente, surca los mares hasta entrar, por Sevilla, a España. Una vez en el país, visita a sus familiares en Extremadura y se asienta en Montilla, donde vivía un tío paterno. Así es como Gómez Suárez de Figueroa, como se hacía llamar por entonces, comienza una nueva vida en el imperio del que su padre, Sebastián Garcilaso de la Vega y de la Palla, fue capitán. En el pueblo, el joven nacido en Cuzco (Perú) cuando la ciudad pertenecía a la Nueva Castilla encontró el calor de Alonso de Vargas y Luisa Ponce de León, esposa de su tío. Esta, a su vez, y como curiosidad, era hermana de Francisco de Argote, padre de Luis de Góngora. La memoria de dos mundos En la localidad viviría, sin esperarlo, buena parte de sus días. Aunque intentó volver a Perú, su vida quedaría para siempre ligada a España. Y más cuando en 1571 fallece su madre, Chimpu Odio -también conocida como Isabel Suárez-, quien era una noble indígena andina. Pese a la distancia, quien más tarde daría a conocerse como el Inca Garcilaso de la Vega mantuvo siempre un profundo vínculo con sus raíces incaicas, una cultura que admiraba. De hecho, el primer idioma que aprendió fue el quechua. El Inca Garcilaso. / Córdoba Eso no impidió que, después, gracias a su formación en letras, se convirtiera en uno de los escritores más notables de la lengua española y el primer autor clásico de la cultura mestiza. El castellano fue el vehículo que el Inca usó para dar a conocer sus raíces y el encuentro entre dos mundos del que fue testigo durante sus primeros años. Esa memoria quedó plasmada en los Comentarios Reales, libro de referencia sobre el antiguo Perú. Sebastián Garcilaso de la Vega, padre del Inca Garcilaso. / Universidad Católica San Pablo La huella del Inca Garcilaso en Córdoba Durante su estancia en Montilla, el Inca Garcilaso llega a participar, en 1570, en las pugnas contra los moriscos durante una rebelión en la Alpujarra de Granada, bajo las órdenes del marqués de Priego. Como su padre, recibe los honores de capitán, aunque su participación duró apenas unos meses. Después, cambia la espada por la pluma definitivamente. Casa-Museo del Inca Garcilaso, en Montilla. / Andalucía.org En esta localidad cordobesa, todavía se conserva la casa, convertida en museo, donde vivió, un edificio que adquirió Alonso de Vargas en 1557 y que, posteriormente, el Conde de La Cortina cedió al ayuntamiento. A través de sus estancias (patios, biblioteca, despacho y bodega) puede el curioso acercarse al pasado del ilustre escritor, quien en 1591 se mudó a Córdoba. Inauguración del busto al Inca Garcilaso en la plaza del Indiano, en 2016. / Córdoba En la capital acabaría sus días y sería enterrado en la capilla de las Ánimas del Purgatorio de la Catedral. Allí crecería su hijo Diego de Vargas. Durante esa época, el Inca publica la primera parte de su obra principal. El resto vería la luz tras su muerte. En la ciudad, un busto rinde homenaje al 'príncipe de los escritores del Nuevo Mundo', quien dejó atrás su tierra, que no sus raíces, y eligió la provincia de Córdoba como destino.
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