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  • Hay que terminar ya con la pelea

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 10/05/2025 06:45

    Cristina Kirchner, Javier Milei y Mauricio Macri Una encuesta de opinión pública reciente señala que el 94,1% de los consultados rechaza la pelea entre la dirigencia política. Y para el 68,5% la violencia y la pelea han aumentado con el presente gobierno. Vivimos esta realidad desde hace tiempo y hoy la pelea y la violencia en las relaciones políticas se han exacerbado. Los mensajes de la dirigencia se han vaciado de contenidos de real interés para el pueblo; sólo vemos y escuchamos insultos, descalificaciones, agresiones. Algunos dirigentes y asesores de los círculos de poder creen que el pueblo argentino o, al menos, su gran mayoría acepta la pelea, la ven, inclusive, como algo atractivo y hasta necesario para impulsar los cambios que el país necesita. Esa apreciación de la realidad es un error, y no solamente porque la gente así lo expresa en las encuestas. Los argentinos tenemos evidencias que nos dicen con claridad que la pelea es la causa de los males que padecemos como país. Aun cuando esa modalidad se utilice como un recurso útil en campañas electorales para posicionar un candidato y hasta para definir una elección, un político ya electo para un cargo debe entender que, terminado el comicio, la pelea es su mayor enemigo si quiere llevar adelante una gestión gubernamental exitosa. Es la pelea de las dirigencias, que ya lleva décadas, el factor fundamental que ha promovido el rumbo decadente de la nación y nos impiden ver la salida de la crisis social en que volvemos a estar inmersos. La violencia verbal y los enfrentamientos políticos debilitan la democracia, obstruyen el diálogo e imposibilitan los acuerdos necesarios para construir un programa económico sólido que resuelva los problemas que tenemos y nos proyecte hacia adelante. “Nadie se salva solo”. Las palabras de Francisco y su gran legado en general, no nos dejan solos en este momento de desencuentro. En su pensamiento y accionar nos guía a través de una Iglesia que sin pretender liderazgos, debe impulsar y facilitar el diálogo: “Tiene que ayudar a que se sienten en la misma mesa”. Este encuentro que, según Francisco, debe facilitar la Iglesia, resulta imprescindible para el buen gobierno y no es ninguna utopía, sino un mecanismo que cada vez que se utiliza tiene resultados positivos. La mesa de Diálogo Argentino tuvo una gran convocatoria (NA) Tanto a nivel municipal, como provincial o en otras instancias de decisión la llave del desarrollo de planes y programas para el bien común está en trabajar juntos, incorporar a la oposición en los gobiernos y conformar mesas de diálogo con todos los sectores. Así lo hice en cada cargo que me tocó ejercer y siempre logramos salir adelante sin necesidad de enfrentamientos. A nivel nacional ese milagro del encuentro se puso de manifiesto con la creación de la Mesa del Diálogo Argentino, en los convulsionados días del comienzo de 2002. Para enfrentar la crisis de comienzos de este siglo conformamos el único gobierno de Unidad Nacional de nuestra historia. La conducción de aquél gobierno me tocó ejercerla a mí, pero sus alcances, logros y solución de graves problemas no fueron algo personal, sino fruto del trabajo de un equipo gubernamental que integraron hombres y mujeres de distintas partidos políticos y de organizaciones civiles, representativas de toda la sociedad. Cuando el país -después de la sucesión de cuatro presidentes en diez días- no encontraba su estabilidad institucional, acepté asumir la presidencia con la condición de ser elegido en la Asamblea Legislativa por unanimidad como gesto del Encuentro, y que el doctor Raúl Alfonsín me acompañara en la tarea de armar un gobierno de unidad nacional, junto a otros líderes. La gravedad de la crisis requería de acciones inmediatas y había que poner el gobierno en marcha de inmediato. En el discurso de asunción, dije: “No son horas de festejos. Sin embargo, son horas de esperanza”, porque a pesar de las enormes dificultades que debíamos enfrentar, estaba convencido de que habíamos dado el primer gran paso para avanzar: terminar con las peleas y constituir un gobierno de unión nacional. Ese logro fue el capital más valioso de ese momento y así lo defendimos. El mensaje para todo el gabinete fue: “No hay tarjeta amarilla. Quien hable mal de alguno de los protagonistas de los gobiernos anteriores, verá directamente la tarjeta roja”. En ese marco de unión para salir adelante tuvieron un desempeño fundamental la Iglesia Católica Argentina y al Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Ellos promovieron la Mesa del Diálogo Argentino, constituida a principio de enero de 2002 e integrada por los partidos políticos, representantes de entidades empresariales, sindicales, bancarias, organizaciones no gubernamentales, culturales, universitarias y, desde luego, de la Iglesia y del PNUD. Fue, tal vez, la única experiencia trascendente de un diálogo fecundo en la búsqueda de soluciones a los diversos problemas que padecía el país. Los resultados de sus debates y sus propuestas guiaron la mayoría de las acciones importantes que llevamos adelante. Pero esa experiencia fue, lamentablemente, una excepción. La idea del diálogo y la coalición para gobernar no han arraigado en nuestra clase política. Permanentemente, en los distintos gobiernos de esta etapa democrática del país, han imperado las confrontaciones, los ataques, las agresiones, la pelea como factores dominantes de la política. Imperan el interés personal o de fracción o de partido, los egoísmos que están siempre por encima de los intereses del pueblo. A la par, se profundiza y naturaliza la corrupción. La pelea y la corrupción marchan de la mano. Si cada fracción o partido levanta su propia bandera política, entonces seguirán siendo proyectos de poder fragmentados y nada más que eso. Si logra prevalecer la bandera argentina, entonces encontraremos la energía necesaria para confluir hacia un movimiento de unidad nacional capaz de promover los cambios constitucionales, institucionales, económicos y sociales que abran un camino cierto hacia el desarrollo sostenido del país.

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