10/05/2025 02:49
10/05/2025 02:46
10/05/2025 02:46
10/05/2025 02:46
10/05/2025 02:45
10/05/2025 02:45
10/05/2025 02:45
10/05/2025 02:45
10/05/2025 02:45
10/05/2025 02:44
Concordia » Diario Junio
Fecha: 09/05/2025 21:27
Por Juan Meneguín En algún anaquel de esta madera gruesa, debe descansar un libro llamado “Elementos de Cosmografía” de un astrónomo argentino, don Florencio Chardola, y de antes del descubrimiento de Clyde Tambough (Plutón). Yo venía con un secreto arrobamiento para entrar a este salón casi templario e iba directamente a esa estantería hasta que era interceptado por una especie de Jorge de Burgos versión femenina que me increpaba desde el silencio por haber olvidado el famoso palito para marcar la posición del libro en el estante. ¡El palito! Y esta anécdota que puede ser igual a los recuerdos de las matiné del Odeón o los bailes de Carnaval del “Lobo” Libertad, es tan simple y compartida que puede ser replicada por cientos de memoriosos para quienes el pasado no es el territorio de los “viejos meados” ni ninguna de esas groserías y brutalidades instituidas por el poder de un perverso. Sino el valor de las buenas cosas, de los buenos recuerdos, de los buenos libros o de todos aquellos instrumentos de cultura y progreso que los argentinos supimos conquistar. Podemos criticar muchísimo a la generación del ‘80, con su modelo agrario y extranjerizante, europeizante y afrancesado y anglófilo, y etcétera, pero (siempre hay un pero) sin embargo ellos trajeron los libros, nada menos, los libros de la cultura popular en ciernes, que después fue memoriosamente mejorada en manos de los ‘anarcos’ de aquellas bibliotecas donde emigrantes del Volga como del Piamonte enseñaban a leer y escribir en la lengua de Cervantes, y tanto Martín Fierro como Güiraldes o Payró llegaban a las otras manos de obreros o campesinos, que vinieron a “hacer la América” a un mundo donde ya había paz, nada menos. Y donde era tan importante Tolstoi como la revista “La chacra” o el “Billiken”. Todo podemos cuestionar desde el futuro, como dije. Pero no podemos –a menos que seamos brutos remachados– menospreciar el valor de la cultura cuyo mayor símbolo, desde Alejandría para acá, es el Libro. Uno de esos brutos locales, me contaron, al entrar por primera vez al gran salón de la O. V. Andrade, con las manos en los bolsillos y la nariz como oliendo mierda, dijo: “Y para qué sirven todos esos libros” Pero no debemos creer, seguramente son embelecos intelectuales de los que siempre están criticando a la ilustrísima burguesía concordiense, amante de crocks y Amaroks. Hacia los años ‘70 del siglo XIX se creaba esta ‘cosa’ la biblioteca (como dicen ellos) nada menos por la figura del padre de la gran poesía lírica entrerriana, Andrade. Padre a su vez de una de las primeras mujeres poetas nacionales, Agustina, esposa del explorador Ramón Lista y joven suicida. La lírica sencilla de “todo está como era entonces/ la casa la calle el río” fundaba la expresión más sentida de nuestra gran poesía, la poesía de esta provincia que fue país antes que el país, la expresión que viene a marcar todo el futuro incluso hasta nuestros días: el sentido de pertenencia a una tierra de colinas y lomadas, y el sentido de extrañamiento, de lejanías, de exilios, de nunca más un regreso a la patria chica. “Dicen que en este lugar he vivido” recuerda Carlos Mastronardi en su poema “Entrada al desierto”. Y desde la nostalgia de Andrade al sentimiento de pérdida de Mastronardi, anda toda nuestra gran poesía. Yo quisiera que todos volvamos al hogar y que no entremos al desierto. Pero para ello es necesario un montón de cosas y la primera es la voluntad de toda una ciudad por involucrarse en el rescate de la Biblioteca. Es tan importante unas manos limpiando un libro como una gestión para el sueldo de la bibliotecaria que no es una acomodadora de libros; o una gestión ante organismos por subsidios que es tan importante como llevar un sachet de detergente. Es tan importante una cuota societaria que es mínima cuanto el trabajo de un contador/a que haga los balances sin pensar que está trabajando para la banca Morgan. Yo quisiera que la lección del martes pasado sea una lección de pluralidad y divergencia constructiva. Yo quisiera que las elecciones del pasado martes sean una cabal enseñanza de civismo y no como lo que fue: un melodrama filmado por Fellini y Kusturica, en el que solo faltó que todos los fantasmas se despertaran luego de décadas de oscurantismo y desidia y, sentados en los estantes con las blancas piernas cruzadas, estén hasta hoy cagándose de la risa de esta comedia patafísica, donde el padrón del lunes tenía menos asociados que el padrón del martes, mientras las goteras seguían cayendo y destruyendo libros sobre sus cabezas. Todo vimos eso pero sólo algunos quedamos post asamblea para salvar lo que se podía y para no tener que volver a filmar La Caída de la Casa Usher, versión Salto Grande y sin Vincent Price mediante.
Ver noticia original