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  • ¿Forma de época o patología de poder? – Neo Net Music

    Diamante » Neonetmusic

    Fecha: 09/05/2025 19:15

    En la Argentina contemporánea, la del siglo XXI entrado en fase acelerada de descomposición institucional, no resulta raro encontrar en la figura presidencial un estilo que descoloca. Javier Milei ha naturalizado la ofensa como argumento, la denigración como estrategia retórica y el exabrupto como política de comunicación. Lo que para cualquier manual de convivencia democrática sería inadmisible, en su caso ha sido investido de autenticidad. Hay, detrás de ese comportamiento, un entramado más profundo: una sociedad que no sólo lo tolera, sino que, en parte, lo celebra. Este fenómeno, por supuesto, no queda restringido a la cúspide del poder. Como ocurre siempre en política, las formas se derraman: desde la cima hasta los eslabones más bajos de la cadena institucional. En ese sentido, el caso del intendente Ezio Gieco, de Diamante, ofrece una versión local de esta lógica de emocionalidad descontrolada hecha gobierno. Conocido nacionalmente —y lamentablemente también en su ciudad— por no poder leer un texto en un acto oficial del Concejo Deliberante, Gieco parece haber abrazado un estilo político que combina ignorancia performática, agresividad gratuita y una concepción patrimonialista del poder. ¿No puede leer o simplemente no le interesa? ¿No sabe contenerse o siente que no debe? Los episodios se acumulan como parte de una crónica que parece escrita con la lógica del grotesco criollo. A un camionero que descargaba mercadería lo habría increpado con insultos y amenazas: le habría dicho que lo iba a mandar preso, como si el cargo de intendente incluyera facultades judiciales. A vecinos que sacaban la poda en horarios “incorrectos”, los increpó con tono de capataz ofendido. Se habría peleado con empleados del corralón municipal, al punto de que uno de ellos, según trascendidos, lo persiguió con una llave inglesa. Desde entonces, Gieco habría dejado de pisar el lugar. En la sede municipal, los gritos e improperios se han vuelto parte de la rutina: varios empleados administrativos han sido blanco de sus explosiones verbales. La situación se agrava cuando se traslada al plano institucional. Hay testimonios de su interferencia en sesiones del Concejo Deliberante, donde ha insultado a ciudadanos que asistían a debatir cuestiones de seguridad. Una concesionaria de cantina asegura que le habría sustraído comida sin pagar, con el argumento de que ella le debía al municipio. El episodio más inquietante quizás sea el ocurrido en el cementerio: luego de ordenar la suspensión de materiales para construir nichos, habría increpado a los trabajadores por no continuar las obras. ¿Estamos frente a un nuevo modelo de autoridad basado en el berrinche, el abuso y la teatralidad violenta? ¿O se trata simplemente de un hombre que no está en condiciones emocionales —o incluso cognitivas— de ejercer el cargo que ocupa? Lo cierto es que Gieco no es una excepción, sino una expresión. Su comportamiento habla tanto de él como de las condiciones políticas y culturales que permiten que alguien así llegue a una intendencia y permanezca en ella. Tal vez no estemos ante un caso clínico individual, sino frente a una patología colectiva: la de una democracia que ya no exige integridad, sino espectáculo. Nota de El Beto de Diamante Noticia vista: 112

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