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  • Gregorio X, el pontífice olvidado que inventó el sistema que para elegir al nuevo Papa

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 07/05/2025 08:32

    Gregorio X instituyó el cónclave en 1274 como respuesta a la crisis de una elección papal de casi tres años (Bibliothèque nationale de France) Ante la muerte de Francisco, vuelve al centro del debate una figura poco recordada pero crucial: Gregorio X, el pontífice que en 1274 instituyó el cónclave tras una crisis que mantuvo vacante el trono papal durante casi tres años. El mecanismo surgió como respuesta al colapso político-religioso en Europa y a un cisma de facto en la Iglesia. En el Concilio de Lyon, Gregorio dictó la bula Ubi periculum, que establecía el aislamiento de los cardenales, condiciones estrictas de encierro y limitaciones alimenticias para forzar una pronta decisión. Esta medida, pensada como herramienta espiritual y política, se convirtió en piedra angular de la estructura del Vaticano moderno. Una Iglesia dividida en una Europa fragmentada A mediados del siglo XIII, Europa no solo enfrentaba divisiones territoriales, sino también fracturas ideológicas y religiosas que condicionaban el liderazgo espiritual de la Cristiandad. Según explicó la BBC, desde el siglo XI, la pugna entre los pontífices de Roma y los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, heredero político del reino de Carlomagno, había escalado de lo diplomático a lo militar. Esta confrontación no era menor: el papado y el imperio disputaban el control ideológico, político y económico de los pueblos cristianos de Occidente. En ese escenario, en 1268, murió el papa Clemente IV. Según reseñó Vatican News, no tenía sucesor claro y, como era costumbre, los cardenales se trasladaron a Viterbo, localidad de los Estados Pontificios donde había fallecido el pontífice, con la misión de elegir al próximo líder espiritual de la Iglesia. Las tensiones entre los güelfos y los gibelinos impidieron cualquier acuerdo y la elección quedó bloqueada. La fractura reflejaba la polarización de una Europa donde también emergía una Francia unificada y poderosa, que había extendido su dominio hacia el sur de Italia. El papado se encontraba atrapado entre presiones cruzadas: debía responder a las demandas de actores políticos que intentaban imponerle una agenda, mientras la propia estructura eclesiástica mostraba signos de descomposición. La ausencia de un Papa durante tanto tiempo agravaba ese vacío de poder. En 1268, la muerte de Clemente IV dejó a la Iglesia sin liderazgo, intensificando tensiones políticas y religiosas en Europa (Wikimedia Commons) Los tres años sin Papa que paralizaron a la Iglesia A medida que los meses transcurrían sin una decisión, la ciudad de Viterbo, que debía alojar el proceso electoral, comenzó a desesperar. ACI Prensa reseña que la falta de definiciones y el impacto político de la parálisis papal motivaron a los regidores locales a tomar una decisión drástica: encerraron a los cardenales en el palacio episcopal y comenzaron a limitarles la cantidad y calidad de comida. De esta manera, pretendían forzar una resolución que parecía imposible. El episodio no tenía precedentes. La ciudad impuso condiciones extremas a los miembros del Colegio Cardenalicio: incomunicación total, custodia permanente y restricciones crecientes en el acceso a alimentos. A pesar de ello, la solución no fue inmediata. El cónclave de Viterbo se convertiría en el más extenso de la historia de la Iglesia, superando los 33 meses de duración. Finalmente, el elegido fue Teobaldo Visconti, un archidiácono italiano que ni siquiera había sido ordenado sacerdote y que se encontraba en ese momento en San Juan de Acre (actual Siria), participando en la cruzada contra los musulmanes. La decisión generó desconcierto, tanto por su perfil modesto como por su lejanía geográfica y espiritual del centro de poder. De hecho, Visconti necesitó varios meses para regresar desde Tierra Santa. Durante ese tiempo fue ordenado sacerdote, consagrado obispo de Roma y finalmente coronado como Papa bajo el nombre de Gregorio X. A pesar de su elección inusual, su pontificado marcó un antes y un después en la historia del papado. La bula Ubi periculum estructuró el cónclave imponiendo aislamiento y restricciones para agilizar elecciones papales (AP Foto/Alessandra Tarantino, Archivo) Gregorio X y la institucionalización del cónclave Una vez instalado en la silla de San Pedro, Gregorio X sorprendió a sus contemporáneos por su firmeza e independencia. Lejos de ser una figura manipulable, actuó con criterio propio y promovió iniciativas orientadas a fortalecer la unidad de la Iglesia y su autonomía frente a los poderes seculares. ACI Prensa destaca entre algunas de sus acciones más importantes los intentos de reconciliación con la Iglesia ortodoxa oriental y su impulso a la continuación de las cruzadas en Tierra Santa. Pero su legado más perdurable, añada el medio especializado, surgió de su experiencia directa con la prolongada y conflictiva elección que lo llevó al papado. Así, en el Concilio de Lyon de 1274, Gregorio X promulgó la bula Ubi periculum, que estableció un nuevo procedimiento para la elección pontificia. La norma imponía el aislamiento obligatorio de los cardenales en el lugar donde hubiera muerto el papa anterior, prohibía su salida del recinto salvo por razones de salud y limitaba progresivamente la alimentación a medida que se prolongaba la deliberación: un plato por día a partir del tercer día y solo pan y agua a partir del octavo. Estas disposiciones buscaban evitar la repetición de la anarquía vivida en Viterbo. El Pontífice entendía que la falta de decisiones no era solo un problema organizativo, sino también espiritual. La desconexión con el mundo exterior, sostenía, debía permitir a los cardenales escuchar la ‘voz del Espíritu Santo’ sin interferencias externas. La dimensión teológica del aislamiento reforzaba así su función política. Gregorio X murió en 1276. Su papado, breve, pero decisivo, dejó una estructura institucional que, con adaptaciones y reformas, ha sobrevivido hasta el presente. Fue beatificado en 1713, y aunque algunas de sus normas más estrictas fueron atenuadas por pontífices posteriores, el principio fundamental del encierro sigue vigente.

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