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  • El incómodo debate sobre la reducción del gasto público

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 04/05/2025 03:51

    n La sociedad ha registrado que el despilfarro no es admisible. Los despliegues ostentosos de esos patéticos funcionarios que malgastan el dinero de los contribuyentes, es absolutamente condenable inclusive para los cultores empedernidos del Estado presente. La austeridad como concepto ha ganado la pulseada por paliza y ya ningún habitante parece dispuesto a tolerar que se despilfarren los recursos que a los ciudadanos les cuesta tanto conseguir trabajando y que aportan como impuestos en contra de su voluntad. Quizás por esa misma razón la palabra “ajuste” ya no sea tan antipática a los oídos de la mayoría al punto tal que para muchos se ha constituido en un verdadero sinónimo de lo que es imprescindible hacer, caiga quien caiga. Despedir a los holgazanes de siempre, a los amigos del poder, a los que accedieron a esos privilegios sin mérito alguno ya no es un problema. Nadie los defenderá, aunque al día siguiente esos personajes despreciables no tengan una remuneración para sobrevivir. Buena parte de la comunidad los considera unos parásitos que deberían producir como cualquier mortal para ganarse el pan dignamente. Sus puestos no deben estar blindados ante cualquier circunstancia y no se acepta más el arcaico criterio de que son intocables. Las personas de bien consideran que se esmeran para alimentar a sus familias y que lo hacen poniendo el cuerpo y el alma a diario. Entienden que el resto debe actuar de idéntica manera y que no es válido ampararse en supuestas prerrogativas para esquivar el máximo esfuerzo cotidiano que todos deben intentar. La “motosierra”, se ha desplegado con un rotundo éxito quitando del medio lo más evidente, pero todavía tiene mucho para dar. Las capas geológicas de depredadores del sistema se han apropiado de múltiples dinámicas y no son tan fáciles de desalojar ya que han programado su permanencia apelando a maniobras tan canallas como nefastas. Han construido una telaraña que tenía como finalidad protegerlos ante cualquier embate y por lo tanto despegarlos de sus prebendas conlleva destruir paradigmas culturales y derogar normativas vigentes que operan como una coraza muy potente. La gente aspira a una reducción impositiva más veloz. Plantean que la carga tributaria es insoportable. El diagnóstico es irrefutable y es saludable que esa polémica ya esté zanjada. Significa que hay claridad acerca del rumbo que hay que tomar y que además hay acuerdo sobre la relevancia de imprimirle celeridad. Cuando se delibera seriamente al respecto y se intenta analizar el recorrido con profundidad aparecen algunos escollos que resultan muy incómodos de sortear. Seguir recortando el gasto estatal ya no solo involucra a los haraganes y acomodados de turno, sino que es vital repasar las funciones y la necesidad de hacer más eficiente la tarea pública. Eso se traduce en debates extremadamente poco confortables, como por ejemplo examinar si el Estado debe brindar educación, salud, seguridad, obras de infraestructura o vivienda entre algunos de los tópicos más delicados y recurrentes. Una primera aproximación invita a investigar si es una función esencial o secundaria, y en ambos casos convoca a pensar en soluciones alternas. Ya no se trata solo de saber si hay que abordarlos desde la gestión estatal o no, sino también cómo lograr una erogación menor o como complementar acciones con los privados para obtener un desenlace superador, más eficaz que minimice sacrificios sociales. Las respuestas nunca son únicas, pero el mero intercambio de opiniones puede llevar a zonas ríspidas ya que la historia reciente no es muy rica en proveer visiones diferentes ni abunda la apertura mental suficiente para una búsqueda desapasionada de variantes que logre desprenderse de los prejuicios que subyacen inexorablemente. A estas alturas no debería caber duda alguna de que se puede tener un servicio superior de salud y educación, justicia y seguridad, vivienda e infraestructura, con un presupuesto acotado. Hay demasiadas demostraciones empíricas de que más dinero no es equivalente a un resultado sobresaliente, y cuando los intermediarios son los políticos pueden adicionar a esa ecuación aspectos repudiables como la corrupción y la discrecionalidad que deberían asumirse sin tanto revuelo, con menos hipocresía y más autocrítica. Lamentablemente muchos prefieren ofenderse mientras otros optan por negarse al análisis. Los más interesados en sostener el “status quo” han convertido a estos planteos en una suerte de herejía evitando cualquier posibilidad de abolir esta matriz que ha fracasado sin atenuantes. Defender con uñas y dientes el actual modelo sanitario y educativo, por solo mencionar esos iconos intocables, es inaceptable. Utilizar argumentos emotivos para desviar la atención no parece ni inteligente, ni honesto. Esos ardides intelectuales solo terminan confirmando complicidades con la perversidad actual y dan cuenta de un cinismo que debería desterrarse si es que prevalecen las buenas intenciones de ofrecer calidad de vida a todos. Hay mucho para hacer, pero eso requiere dar el primer paso que implica aceptar la existencia del problema, para luego enfocarse en buscar los caminos que conduzcan a optimizar alternativas, rompiendo esquemas obsoletos y aceptando que hay un mundo mejor y sólo es posible alcanzarlo con las ideas correctas.

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