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  • El día en que Nelson Mandela fue proclamado presidente de Sudáfrica: “Que nunca más esta bella tierra sufra la opresión de uno sobre otros”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 02/05/2025 02:44

    Nelson Mandela, poco después de haber asumido la presidencia de Sudáfrica, en 1994 El 2 de mayo de 1994 cayó lunes, pero mientras en el resto del planeta comenzaba rutinariamente una semana más, en Sudáfrica se iniciaba una nueva era. Ese día, en Ciudad del Cabo, sede legislativa del país, la Asamblea Nacional –la primera de composición multirracial de la historia- proclamaba presidente a Nelson Mandela, el hombre que incluso desde la cárcel se había convertido en la cara visible de la lucha contra el apartheid, ese régimen injusto donde una minoría de blancos -los afrikáners, descendientes de los colonizadores holandeses y británicos- sometió durante décadas, a fuerza de represión, a una enorme mayoría de negros. La semana anterior, el mundo entero había seguido con interés es desarrollo de las primeras elecciones libres de la historia del país, realizadas entre el 26 y el 29 de abril, que dieron una contundente victoria al partido de Mandela, el Congreso Nacional Africano, que obtuvo el 62,65 % de los votos y 252 asientos en la Asamblea. Así, la voluntad popular que nunca había podido manifestarse en las urnas, puso fin a a 342 años de dominio blanco y a 46 del régimen de discriminación racial. Cuando ese lunes la mayoría de los integrantes de la Asamblea Nacional lo eligió presidente, a Nelson Mandela les sobraban motivos para odiar. “Madiba”, como lo llamaban sus partidarios, había pasado 27 años preso del régimen de los blancos y solo logró su libertad gracias a la lucha de sus propios compatriotas, los continuos reclamos de decenas de líderes mundiales y el desgaste de un sistema de opresión que venía cayéndose a pedazos. El odio era la moneda en curso en Sudáfrica. Odio del poder blanco a los negros por su resistencia a someterse, odio de la población negra a los blancos por su sistema de opresión y los ríos de sangre que había hecho correr. Nelson Mandela acompañado por Winnie, quien era su esposa entonces, cuando fue liberado después de 27 años en febrero de 1990 (REUTERS/Ulli Michel) Mandela, el nuevo presidente, era consciente de eso y, más aún, sabía que ese odio todavía habitaba en su interior cuando salió de la cárcel en febrero de 1990. Entonces se propuso lo que parecía una tarea imposible: convertirse en una prenda de pacificación para lograr la unificación del país. “Mientras caminaba hacia la puerta que me conduciría a mi libertad, supe que, si no dejaba atrás mi amargura y mi odio, todavía estaría en prisión”, contó más de una vez. Así lo había hecho y, cuatro años después de su liberación, la Asamblea Nacional lo consagraba como el hombre encargado de conducir el parto de una nueva Sudáfrica, que debía nacer más justa, con igualdad de derechos, sin “apartheid”. Por eso, el 10 de mayo, cuando asumió formalmente la presidencia, su discurso apuntó a la reconciliación y la unidad de todos los habitantes del país, sin distinción de razas. “Contraemos el compromiso de construir una sociedad en la que todos los sudafricanos, tanto negros como blancos, puedan caminar con la cabeza alta, sin ningún miedo en el corazón, seguros de contar con el derecho inalienable a la dignidad humana: una nación irisada, en paz consigo misma y con el mundo”, dijo para dar una señal clara de cuál sería el rumbo de su gobierno. Hijo de la opresión Mandela nació el 18 de julio de 1918, en la que entonces se denominaba Unión Sudafricana, un dominio del Imperio británico. La enorme mayoría de los habitantes eran negros, pero la minoría blanca era dueña de las tierras y sus riquezas –producidas sobre todo por la explotación de sus minas de oro y diamantes-, situación que sostenía con una estructura social discriminatoria y represiva. Su nombre real era Rolihlahla Dalibhunga Mandela y era hijo de un jefe del pueblo thembu, un subgrupo del pueblo xhosa, la segunda mayor comunidad cultural del país. Predicó la unidad a pesar de haber sido una víctima del apartheid Su primer encontronazo con el poder de los blancos ocurrió cuando su padre fue despojado de la jefatura de la tribu y de sus tierras por desafiar a un magistrado británico. El segundo, cuando al empezar la primaria en una escuela segregada, la maestra le impuso, como a todos los otros niños, un nombre inglés, porque, como el propio Mandela contaría en su autobiografía, los blancos “eran incapaces de pronunciar los nombres africanos —o se negaban a hacerlo—, y consideraban poco civilizado tener uno”. Le tocó llamarse Nelson. Fue un buen estudiante y, pese a que su padre había sido castigado, la “sangre real” y sus contactos les permitieron ingresar a la Universidad de Fort Hare, la única de negros que había en Sudáfrica. Allí comenzó su actividad política, pero fue rápidamente expulsado por reclamar mayor poder al gobierno estudiantil. Tuvo que regresar a su aldea, donde descubrió que allí tampoco tenía lugar: en castigo por haber sido expulsado, su familia lo esperaba con un matrimonio concertado. Corría 1941 y para no casarse huyó a Soweto, la mayor ciudad negra de Sudáfrica. La lucha contra el apartheid Apenas llegó a Soweto se unió al Congreso Nacional Africano (CNA), una organización que luchaba por los derechos civiles de la población negra. Estaba allí cuando, en 1948, el gobierno transformó en ley la discriminación de facto. Comenzaba la política del “apartheid” o “separación”. La nueva normativa obligaba a los sudafricanos negros a tener su documento de identidad para entrar en zonas asignadas a los blancos. Los obligaba a vivir en comunidades solo para negros y les prohibía tener relaciones interraciales. Por supuesto, tampoco podían votar. Nelson Mandela murió el 5 de diciembre de 2013 (Reuters) El CNA resistió al apartheid, al principio de manera pacífica, con huelgas y manifestaciones. Al mismo tiempo, dentro de la organización, la influencia de Mandela iba creciendo. En 1952 fue el líder de la “Campaña del Desafío”, que propuso directamente incumplir la ley. Mandela y otras 8.000 personas fueron detenidas y encarceladas por violar los toques de queda y negarse a presentar los documentos cuando se los exigían. Al salir de la prisión, luego de cumplir una sentencia breve, ya se lo reconocía como uno de los líderes del CNA y de la lucha por los derechos civiles de la mayoría negra. Estaba a la cabeza de todas las protestas, lo que hizo que volvieran a detenerlo en 1956, esta vez acusado de traición. Lo absolvieron en 1961 y cuando volvió a pisar la calle pasó a la clandestinidad. Tres años antes se había casado con Winnie, la mujer y compañera de lucha que -con idas y vueltas– lo acompañaría toda la vida. La cárcel lo convenció de que la resistencia pacífica no era suficiente y que era necesario enfrentar al apartheid con acciones violentas si se pretendía tener éxito. Salió clandestinamente de Sudáfrica en 1962 para obtener apoyo internacional a la causa del CNA y para recibir entrenamiento militar. Lo detuvieron cuando regresó y la policía encontró en su poder planes para establecer una guerra de guerrillas. Nelson Mandela en la prisión de Isla Robben Debió enfrentar, junto a otros integrantes de la CNA, a un juicio por sabotaje. Convencidos de que serían condenados a muerte y ejecutados, Mandela y sus compañeros desistieron de toda defensa jurídica e hicieron del tribunal una tribuna política. El discurso de la defensa colectiva estuvo a cargo del propio Mandela. Habló durante cuatro horas, sabiendo que sus palabras traspasarían las paredes de la sala del juicio y llegarían a toda la población. “La falta de dignidad humana que han sufrido los africanos es el resultado directo de la política del supremacismo blanco. Nuestra batalla es realmente una batalla nacional. Es una batalla de la gente africana, inspirada por sus propios sufrimientos y su propia experiencia. Es una batalla por el derecho a vivir”, clamó. Y concluyó, previendo la condena a muerte: “Esta es la lucha por el ideal de una sociedad libre y, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”. Un preso que nunca se quebró Los jueces no se atrevieron a imponerle la pena capital, pero lo condenaron a pasar en la cárcel el resto de su vida. Corría 1964 y el nombre y las acciones de Nelson Mandela ya era conocidas en todo el mundo. Ese reconocimiento internacional no evitó que pasara los primeros 18 años de su encarcelamiento en la prisión de la Isla Robben, con presos comunes y padeciendo un régimen inhumano. Sólo le permitían una visita de una persona por año y sólo podía enviar y recibir dos cartas por día. No tenía acceso a los diarios y lo obligaron a trabajar en una cantera. El objetivo de los sucesivos gobiernos del apartheid era que la comunidad internacional se olvidara de Mandela y de su lucha, además de quebrar la columna vertebral del Congreso Nacional Africano y su resistencia. Lograron todo lo contrario. Dentro de Sudáfrica, las movilizaciones por los derechos civiles y contra la discriminación se multiplicaron, ahora con la bandera de la liberación de Mandela y los otros dirigentes presos. Madiba en su juventud Desde el exterior comenzaron a llegar, cada vez de manera más potente, voces que reclamaban su libertad. Nelson Mandela era el recluso 46664, pero también el preso político más famoso del mundo y su lucha contra el “apartheid” ganaba defensores en los cinco continentes. El régimen sudafricano le ofreció en varias oportunidades la libertad a cambio de garantizar que el CNA abandonaría la violencia. Una tras otra, rechazó todas esas propuestas. En abril de 1982, Mandela fue trasladado a la prisión de Pollsmoor, en Tokai, un suburbio de Ciudad del Cabo, y más tarde al que sería su último lugar de reclusión, la prisión de Victor Verster. Había padecido de tuberculosis y también debió someterse a una cirugía de próstata. Su salud empeoraba tanto como crecían los reclamos internacionales y locales por su libertad. Desde las Naciones Unidas se exigía que lo liberaran y que se pusiera fin al “apartheid”. Sudáfrica se convirtió en un estado aislado y condenado por decenas de países de todo el mundo. El régimen del “apartheid” comenzaba a tambalearse, mientras las banderas de “Madiba” flameaban cada vez más alto. Lo liberaron en febrero de 1990, meses después de que obtuviera el título de abogado estudiando en la cárcel. Salió decidido a seguir luchando, pero por otros medios. Para él, el camino de la violencia había quedado definitivamente atrás. “Si usted quiere hacer las paces con su enemigo, tiene que trabajar con su enemigo. Entonces el enemigo se convierte en su compañero”, había escrito mientras estaba en su celda y aplicó esa máxima desde el momento mismo en que recuperó la libertad. Hacia una nueva Sudáfrica Convertido en el líder indiscutido de la mayor oposición al gobierno, decidió seguir el camino que él mismo se había fijado y encaró con el último presidente del “apartheid”, Frederick De Klerk, el proceso que significaría el fin legal de la discriminación racial y el primer proceso electoral libre de la historia del país más austral de África. Por ese proceso, Mandela y De Klerk recibieron el Premio Nobel de la Paz en 1993. En los fundamentos, la Academia señaló que se los otorgaba por “la labor cumplida para lograr con métodos pacíficos la eliminación del régimen del ‘apartheid’ y el establecimiento de las leyes destinadas a crear una nueva democracia en Sudáfrica”. El Parlamento lo eligió presidente de Sudáfrica el 2 de mayo de 1994 (AFP) Unidos por el Nobel, Mandela y De Klerk volvieron a enfrentarse durante la campaña electoral, en la que “Madiba” mostró todo su talento político. En sus primeros actos, el líder del Congreso Nacional Africano comenzó hostilizando a su rival, lo que causó un efecto negativo en el público. Consciente de eso, en el decisivo debate que se transmitió por la televisión nacional cambió repentinamente de actitud y, en una jugada maestra, dejó de lado toda hostilidad, se levantó de su asiento, caminó hacia De Klerk, le tendió la mano y lo reconoció como “un auténtico hijo de África”. El gesto le ganó la simpatía de la mayoría de los indecisos y derrumbó los recelos de muchos blancos que, pese a mirar con simpatía a Mandela, temían una venganza de la mayoría negra sobre la minoritaria población blanca. Las elecciones se desarrollaron entre el 26 y el 29 de abril de 1994 bajo la supervisión de dos mil quinientos observadores de Naciones Unidas, que casi no detectaron irregularidades. El segundo día de los comicios se izó por primera la nueva bandera sudafricana, con un variado colorido que simbolizaba el pluralismo étnico de la república multirracial que estaba naciendo. A la hora del recuento, la lista del Congreso Nacional Africano se alzó con más del 62% de los votos, una victoria que sin embargo no le alcanzó para obtener los dos tercios de las bancas de la Asamblea Nacional necesarias para nombrar al nuevo presidente. Finalmente, el lunes 2 de mayo Mandela fue proclamado gracias a un acuerdo con otros partidos. Frederick De Klerk, el principal rival de “Madiba”, fue elegido vicepresidente primero, y la vicepresidencia segunda recayó en otro miembro del partido de Mandela, Thabo Mvuyelwa Mbeki. Nelson Mandela y Frederik de Klerk cuando recibieron -en conjunto- el Premio Nobel de la Paz en 1993 (REUTERS) Luego de ser proclamado, en su primer discurso frente a la Asamblea Nacional, volvió a llamar a la unidad nacional para construir una nueva Sudáfrica. “Debemos actuar juntos como un pueblo unido, para la reconciliación nacional, para la construcción de la nación, para el nacimiento de un nuevo mundo. Que haya justicia para todos. Que haya paz para todos. Que haya trabajo, pan, agua y sal para todos. Que nunca, nunca, nunca más esta bella tierra experimente de nuevo la opresión de unos por otros ni sufra la indignidad de ser el apestado del mundo”, dijo. Por una de las tantas paradojas que habitan la geopolítica, mientras Nelson Mandela pronunciaba ese discurso, Estados Unidos todavía lo tenía incluido en su lista internacional de “terroristas” por su lucha contra la discriminación racial.

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