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Concordia » El Heraldo
Fecha: 30/04/2025 03:39
Detrás de esta organización está Florencia Martínez, su directora ejecutiva, quien, junto a un grupo de más de 50 voluntarios, lleva adelante programas diseñados para revertir las consecuencias más devastadoras de la exclusión social. Volando Alto nació de la fusión de dos grupos preexistentes —Ángeles Callejeros y Toda Una Vida—, que, al compartir el mismo dolor ante la realidad social, decidieron dejar de lado sus nombres y unir fuerzas. “Creemos que el mundo se divide entre quienes tienen oportunidades y quienes no”, sostiene Florencia. “Nuestra misión es romper ese círculo de exclusión a través de la educación”. Educación como motor de cambio Volando Alto trabaja con chicos de 3 a 17 años. Detectaron que muchos de ellos ni siquiera habían pasado por el jardín de infantes y que la falta de escolarización temprana los deja desfasados desde primer grado. En barrios vulnerables, además, las responsabilidades recaen sobre los hermanos mayores, lo que limita su asistencia escolar. Para hacer frente a esta realidad, desarrollaron el Programa Cimiento, basado en técnicas de neuropsicopedagogía, que enseña de manera explícita y sistemática la lectoescritura y la matemática básica. “Creamos nuestros propios cuadernillos inspirados en los estudios de Stanley Ladin, Stanislas Dehaene. La diferencia en el aprendizaje es notable”, explica Martínez. Complementariamente, implementaron programas de alfabetización digital utilizando plataformas gamificadas como Glifing (para lectoescritura) y Matific (para matemática), que, mediante inteligencia artificial, detectan y refuerzan las áreas más débiles en cada chico. Mucho más que educación Entendiendo que el aprendizaje no puede florecer en contextos de violencia o carencias emocionales, Volando Alto también lanzó el programa Crecimiento Integral, que aborda la alimentación saludable, la educación sexual integral y la educación emocional. “Trabajamos fuerte para que los chicos puedan identificar situaciones de violencia naturalizadas en sus hogares y gestionen mejor sus emociones”, señala Florencia. Además, para cortar con la reproducción intergeneracional de la pobreza, llevan adelante un programa para adultos en alianza con la empresa Finnegan’s de Blas Briseño. Enseñan gestión de proyectos, alfabetización digital y habilidades blandas, fundamentales para que los adultos puedan iniciar sus propios emprendimientos. “Muchos de ellos creen que no pueden, que su destino está marcado porque su familia nunca salió adelante. Trabajamos para demostrarles que sí es posible”, remarca Martínez. ¿Cómo eligen dónde trabajar? Al principio, Volando Alto desembarcó en Concordia guiados por referentes de Cáritas, quienes les mostraron los barrios más vulnerables, afectados por hambre estructural. Hoy, gracias al programa municipal Relevar, están presentes en dos de los cinco barrios con mayores índices de riesgo social infantil. El trabajo no es rápido ni sencillo. Requiere presencia sostenida, acompañamiento continuo y un compromiso que trasciende lo asistencial. “Nos encantaría llegar a más lugares, pero necesitamos más voluntarios comprometidos y financiamiento. Es difícil porque muchos vecinos prefieren no ver esta realidad”, lamenta la directora. 220 oportunidades para cambiar una vida Hoy Volando Alto acompaña a 220 chicos entre el asentamiento de La Bianca y el barrio Benito Legerén. Para seguir creciendo, lanzaron la campaña “220 oportunidades”, una propuesta para que cualquier ciudadano pueda apadrinar a un niño y ayudarlo a romper el círculo de exclusión social. “Estamos buscando que la gente pueda apadrinar a un niño, con un costo mensual de 30.000 pesos, para garantizarles materiales de estudio, merienda, acompañamiento pedagógico y todo lo necesario para su educación”, explica Florencia. El objetivo no es solo educativo: también se busca reconstruir la autoestima de los chicos. “Muchos de ellos creen que no pueden, que son el descarte de la sociedad. Nuestro trabajo es demostrarles que pueden, que son valiosos, que son mirados y abrazados”, señala. Los chicos llegan solos a los centros, sin necesidad de que los lleven. Asisten cuatro veces por semana, buscan contención y llaman al espacio “la escuelita”. “Algunos aprendieron a leer y escribir acá y no en la escuela”, cuenta Martínez, quien aclara que su labor es un complemento para fortalecer el sistema educativo formal, hoy desbordado por la crisis social. “Hoy en día necesitamos unirnos como concordienses. Cada uno, desde su lugar, puede aportar para construir una ciudad donde todos los chicos tengan oportunidades reales”, concluye Florencia. La fuerza de los voluntarios El equipo está formado por 54 voluntarios, entre ellos abogados, psicólogos, psicopedagogos, maestros especiales e integradores, especialistas en dislexia, y ciudadanos comunes que donan su tiempo y su voluntad de cambiar las cosas. Reciben capacitación constante, tanto en formato virtual como presencial, para asegurar un acompañamiento de calidad en cada actividad. “Cada voluntario ocupa el rol que mejor le sienta. La formación es clave: no solo en pedagogía, sino también en entender qué implica trabajar con chicos en situación de alta vulnerabilidad social”, destaca Martínez. Un llamado a la acción Volando Alto no se limita a asistir: apuesta a transformar. Y para eso necesita del compromiso colectivo. “Si no trabajamos todos juntos, nunca vamos a salir adelante”, dice Florencia con la convicción de quien ve todos los días que la pobreza no es una estadística, sino un obstáculo real que se interpone entre un chico y sus sueños. Con pequeños grandes actos, Volando Alto está escribiendo una historia distinta en Concordia. Una historia donde, como ellos creen, la educación puede ser el primer vuelo hacia un futuro mejor.
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