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Concepcion del Uruguay » La Calle
Fecha: 28/04/2025 05:47
El Papa Francisco partió a su encuentro con Dios. Ya está en la historia como el único argentino que, en poco más de 2000 años de historia mundial y más de 200 años de historia de nuestro país, llegó a ser la máxima autoridad religiosa de la Iglesia Católica. El único y primer sucesor de San Pedro con pasaporte de la República Argentina. Sus principios Una de las cuestiones para destacar, entre varias, como legado, es prestar atención no sólo a sus encíclicas, hechos, acciones y cuanto más se le quiera endilgar en este contexto de fallecimiento para recordar su figura y trascendencia, sino más bien habría que atender a sus cuatro principios. Históricamente, Francisco siempre defendió cuatro principios conceptuales que lo ayudaron a comprender mucho de lo que nos sucede como país y también los desafíos de la propia Iglesia. A la hora de definirlos, él los calificó como principios filosóficos, políticos y sociales. Estos cuatro principios son: «La realidad es superior a la idea», «El todo es superior a la parte», «La unidad es superior al conflicto» y «El tiempo es superior al espacio». Francisco entendía necesario darle entidad a estos principios humanos y de integración, contrariamente a otros que son más ideológicos y de desintegración. Por eso, optó por estos cuatro, con los que anheló siempre la paz social y el bien común: La realidad es superior a la idea. Existe una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es; la idea se elabora. Entre las dos debe instaurarse un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad. La idea —las elaboraciones conceptuales— está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento. Hay políticos —e incluso dirigentes religiosos— que se preguntan: ¿por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas y claras? Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica. Otros olvidaron la sencillez e importaron desde fuera una racionalidad ajena a la gente. El todo es superior a la parte. Entre la globalización y la localización también se produce una tensión. Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante, miméticos pasajeros del furgón de cola, admirando los fuegos artificiales del mundo, que es de otros, con la boca abierta y aplausos programados; otro, que se conviertan en un museo folklórico de «ermitaños» localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por lo diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites. No hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores tienen algo que aportar que no debe perderse. La unidad es superior al conflicto. Para construir la amistad social, el conflicto no puede ser ignorado o disimulado; ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad. Hay quienes entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones, y así la unidad se vuelve imposible. La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis. La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una «diversidad reconciliada». El tiempo es superior al espacio. Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. De aquí surge un primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Francisco está entre nosotros Frente a nuestra realidad actual, la esperanza vencerá, sin dudas. Probablemente podamos ser optimistas con la ilusión de que surja de la mano de un avance social hacia la concreción de un bienestar con desarrollo e inclusión. Algo que, quizá, sea tan lento en su dinamismo que aún no puede ser percibido. La esperanza radica en aferrarnos a que ese avance social se dé concretamente mediante un salto hacia el futuro, todos juntos y mirando hacia adelante. Como nos enseña Francisco, no debemos transitar el camino de los idealismos, ya que perdemos todos, porque lo importante es la realidad, tocar la realidad. Por eso, es necesario buscar siempre la unidad del todo, porque el todo debe ser siempre superior a cada parte que lo compone. Además, tengamos presente que, cuando se privilegian los conflictos, se daña la unidad; por eso, la unidad debe ser superior a cualquier tipo de conflicto. Todo debe darse en un contexto, en un tiempo que sea superior al espacio, ya que el que nos toca es complejo y está en un cambio de época complicado. El protagonista de este tiempo es el pueblo, la gente. Francisco nos dice: “A veces me pregunto: ¿quiénes son los que, en el mundo actual, se preocupan realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana? La historia los juzgará”. Como todo hombre público y, más aún, con la responsabilidad que cargaba sobre sus espaldas, Francisco fue criticado, desafiado y hasta menospreciado, pero él vivió la palabra anunciada con encarnada pasión y austeridad personal. Su legado persistirá, más allá de algunos compatriotas que no lo aceptaron cuando fue electo Papa, ni aún cuando murió, incluso aquellos que profesan la misma fe. Por eso, quedémonos con las palabras que él dijo en la misa de Pascua, en la tradicional bendición “Urbi et Orbi”. Allí abogó por la “libertad de pensamiento y la tolerancia”. Todo un mensaje del que debemos hacernos eco para este tiempo en nuestro país, en nuestra provincia y en nuestra ciudad. Lo nuestro es la gente, Francisco lo sabía. (*) Abogado. Concejal 2023-2027. Vicepresidente 1° HCD. Presidente del Bloque Concejales PJ 2023-2027. Apoderado del Consejo Departamental PJ Uruguay. Congresal Provincial PJ ER. Secretario de Gobierno 2019-2023. Concejal 2015-2019. Presidente del Bloque Concejales PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.-
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