28/04/2025 10:15
28/04/2025 10:14
28/04/2025 10:14
28/04/2025 10:14
28/04/2025 10:13
28/04/2025 10:13
28/04/2025 10:13
28/04/2025 10:12
28/04/2025 10:12
28/04/2025 10:11
» Diario Cordoba
Fecha: 28/04/2025 04:02
Sabemos perfectamente qué es ser derrotado por algo que ni siquiera hemos empezado a hacer. Ese tedio, ese desinterés, ese desánimo previo se lleva quizás en la sangre, se nace con él. Apenas eres un niño ya dices pfff, o chasqueas la lengua, o vas soltando noes a cada rato, como raquetazos al aire. Nos puede parecer que este fastidio que precede a tantísimas obligaciones o cometidos representa un malestar profundamente contemporáneo. Y lo es. En su momento se bautizó como burnout o agotamiento laboral. Nace del estrés y la ansiedad, y tiene como consecuencia un desgaste físico y emocional que a menudo hace que estés exhausto incluso antes de empezar la jornada laboral, no cuando vas por la mitad o cuando la acabas. Sin embargo, la sensación es viejísima. No necesitas formar parte aún del mercado laboral, ni estar estresado, ni alienado por un estilo de vida que no concede respiros, ni por la velocidad del mundo, o por la inmediatez, para que se te haga cuesta arriba la idea -la sola idea- de enfrentar según qué tareas. Puede tratarse simplemente de vaciar el lavaplatos, regar las plantas, leer El libro del buen amor para un examen, salir a comprar la cena porque la nevera está vacía, limpiar el coche por dentro, hacer el cambio de armario, acudir a una boda… No tener ganas va más allá del empleo con el que sales adelante cada mes. Lo fue siempre. Hay una etapa en la vida en la que incluso no tener nada que hacer, o no saber qué hacer -algo que en otro momento incluso constituirá un ideal- se vuelve insoportable. Pasan estas cosas: si tienes mucho que hacer, mal, y si no tienes algo que hacer, mal también. Ese agotamiento que producen algunas empresas antes de acometerlas da la medida de lo difícil que es empezar, por cuanto implica pasar de la quietud al movimiento continuo. Normal que te ronden las vacilaciones, como aquellos coches que a partir de una edad solo arrancaban a la cuarta, y a veces había que empujarlos. A cuento de qué, si no, se dice «Todo lo malo es empezar» o «Todo es ponerse». O por qué iba a tener un efecto demoledor el hecho de pensar, cuando el domingo todavía va por la mitad, «Mañana es lunes». No te coge por sorpresa lo que viene después de empezar: mucha carga de trabajo, desajuste entre lo que tienes que hacer y el tiempo de que dispones, pérdida de control de algunas situaciones, tareas insatisfactorias, sensación de que todas tus expectativas se han incumplido, desconexión hacia algunos compañeros, sospecha de que eres tratado injustamente por los jefes, insatisfacción salarial… Por no hablar de que cuando al fin acabas, y recoges, y te despides, y te alejas, continúas sin embargo disponible. Empezar deja de ser estimulante a partir del momento que se somete al engranaje de la repetición, capaz de triturarte. Cada día las mismas fastidiosas pautas. No bien te acuestas de vísperas -para qué esperar a levantarte por la mañana-, te derrumbas apenas tu memoria recuerda lo que está por venir. Solo te estimula la posibilidad de empezar, pero de cero. *Escritor
Ver noticia original