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Concordia » Diario Junio
Fecha: 27/04/2025 13:53
No se han apagado todavía los ecos rumorosos de la partida del Papa Francisco, ni se han secado las lágrimas por una pérdida irreparable del argentino más influyente y querido de nuestra historia, que ya, sino antes, comenzaron las fuertes internas entre los cardenales que deberán decidir los destinos de una Iglesia que tiene entre sus adeptos una quinta parte del mundo. Y desde hoy el Vaticano dejará de ser el teatro de las emociones para consagrarse en la nueva aventura, con un nuevo líder que tendrá que ejercer con firmeza e inteligencia canónica luego de un legado con la «vara» tan alta como la dejó Francisco. Pero ¿qué es el Vaticano? ¿Es solo la sede del Papa, sus ministros, cardenales? ¿Por qué es la única religión, la Católica, que tiene como organización religiosa y cuartel general a un Estado independiente, como lo es la Ciudad del Vaticano? Un Estado tan pequeño pero que alberga tanto poder. Con apenas dos kilómetros cuadrados de superficie, casi como un campo de golf. Equivale a la octava parte del Central Park de Nueva York y, para recorrerlo sin prisa, se necesita solo una hora. Pero contar sus riquezas llevaría, eso sí, mucho más tiempo. La moderna opulencia con su construcción de belleza arquitectónica se basó en la generosidad de Benito Mussolini, el «Duce», quien, gracias a la firma del Tratado de Letrán entre su gobierno y el del Vaticano, otorgó a la Iglesia Católica una serie de medidas y terrenos como medidas de protección. La Santa Sede consiguió que la reconocieran como un Estado soberano. Así se benefició de la excepción impositiva, tanto de los bienes como en beneficio de los ciudadanos. Se le concedió también inmunidad diplomática, y sus diplomáticos comenzaron a gozar de los privilegios al igual que los extranjeros acreditados en la Santa Sede. Mussolini se comprometió a introducir la enseñanza de la religión católica en todas las escuelas del país, y dejó la institución del matrimonio bajo el patronazgo exclusivo de las leyes canónicas, que no admitían el divorcio. Los beneficios que recibió el Vaticano fueron enormes aparte de los fiscales. En el tratado firmado, en su Art. 1, Italia se compromete a pagar a la Santa Sede la cantidad de 750 millones de liras y a entregarle al mismo tiempo bonos estatales consolidados al 5 %, hasta una cifra de mil millones de liras. El Vaticano S.A. comenzaba otra era de negocios. El 7 de junio de 1929, el Papa Pío XI fundó la Administración Especial, cuyo director, el «seglar», pudo disponer de millones de dólares, a pesar de que cien años antes la Iglesia había revisado su postura contra los préstamos de dinero (usura). Durante 1800 años, la Iglesia se había manifestado en contra de la usura, por considerarla contraria a las «leyes divinas». Cuando el Banco de Roma estaba al borde de la quiebra que amenazaba con «arrastrar» a la banca vaticana, Bernardino Nogara, el «seglar», convenció a Mussolini de que el Estado italiano se hiciera cargo de las pérdidas. Pero no solo eso: Nogara invirtió en el mercado del oro. Adquirió Italgas, una empresa que monopolizaba la distribución del gas a muchas ciudades italianas, y cuyo Consejo de Administración estaba presidido por Francesco Pacelli, hermano del que sería Eugenio Pacelli, el Papa Pío XII. El nepotismo que caracterizó a este Papa se expandió por toda Italia. Entre los bancos que pasaron a manos del Vaticano a través de las manipulaciones bursátiles se encontraban el Banco de Roma y el Banco de Santo Espíritu. También el Vaticano compró porcentajes de empresas. Los príncipes Carlo, Marco Antonio y Giulio Pacelli, sobrinos de Pío XII, eran tres miembros de las más selectas élites vaticanas, cuyos nombres empezaban a aparecer como directores de grandes empresas. Eran los «uomini di fiducia» del Vaticano, o sea, de confianza. Así, el Estado Vaticano adquirió textiles, telefónicas, ferroviarias, cemento, electricidad y agua. Cuando en 1935 Mussolini necesitó armamento para invadir Etiopía, una gran proporción de ellas le fue proporcionada por una fábrica que Nogara había adquirido en nombre del Vaticano. Advertido antes que muchos de que la guerra mundial era inevitable, el Vaticano convirtió en oro una parte del capital que tenía a su disposición, por la suma de U$S 28 millones de dólares a 35 dólares la onza en EE.UU. Según investigaciones, U$S 17 millones de dólares de esa operación están en Fort Knox, en Washington, todavía. En 1933, el Vaticano S.A. volvió a demostrar sus habilidades financieras al entablar negocios con gobiernos fascistas. Al Concordato de 1929 firmado con Mussolini, le siguió otro entre la Santa Sede y el Reich de Hitler. El gestor Francesco Pacelli fue una de las figuras claves del pacto con Mussolini. Su hermano Eugenio Pacelli, quien luego sería el Papa Pío XII, fue el encargado de negociar, como secretario de Estado, la firma del tratado con la Alemania nazi. A pesar de la presión mundial, el Papa Pío XII se negó a excomulgar a Mussolini y Hitler. Su pontificado se caracterizó por adoptar una falsa pose de neutralidad. A los obispos alemanes les hablaba de las «guerras justas», sin decir lo mismo a los obispos franceses y polacos. Una de las mayores ventajas que obtendría del lucrativo acuerdo que mantenía con Hitler era la confirmación del Kirchensteuer, que es un impuesto eclesiástico estatal que hasta hoy lo pagan los creyentes alemanes, y que solo pueden eludir si renuncian a la religión. Otro de los negocios del Vaticano fue la creación del I.O.R. (Instituto de Obras Religiosas), que pasó a ser la custodia del dinero en metálico y en bonos del Vaticano, y de las propiedades transferidas o dejadas bajo la tutela del I.O.R. por personas legales o fiscales.Es decir que el I.O.R. era un banco disfrazado de una orden religiosa. Los tentáculos de El Vaticano S.A. se extendieron por todo el mundo. La vinculación con la Banca Rothschild tanto de París como de Londres. También establecieron vínculos con la Banca J.P. Morgan, Credit Suisse, el Chase Manhattan Bank. Al ser accionista de la Società Generale Immobiliare, el Vaticano, que es la empresa más antigua de la construcción en Italia, participa de los dividendos de, por ejemplo, el Hotel Hilton de Roma, los Alberghi Ambrosiani de Milán. En esta relación figuran los principales hoteles de Italia. En junio de 1964, con la asunción de Aldo Moro como primer ministro, que luego fuera asesinado misteriosamente, la Iglesia de los pobres amenazaba con derrumbar la economía italiana. A la larga, el gobierno italiano se cansó de la evasión fiscal del clero. En enero de 1968, el gobierno de Giovanni Leone declaró que, a fin de año, el Vaticano tendría que pagar y ponerse al día. La investigación fiscal del gobierno descubrió empresas fantasmas controladas por el Vaticano. El Papa Pablo VI se encontraba en un dilema: en quién confiar para defender los intereses del Vaticano. El remedio fue peor que la enfermedad: el elegido era Paul Casimir Marcinkus, de Illinois, Estados Unidos. Uno de los hombres que asistieron al auge de Paul Marcinkus fue Giovanni Benelli, que le aseguró al Papa que sería un buen «fichaje» ya que la promoción de Paul respondía a un estudiado plan de estrategia del Vaticano: había que reducir los negocios y sociedades del extranjero al circuito italiano solamente. El Papa empleó una parte de la «mafia milanesa» de Pablo Montini y también a la verdadera mafia siciliana, que proveyó a «El Tiburón», cuyo nombre era nada menos que Michele Sindona, siciliano hasta el tuétano. En 1943, junto con el desembarco de las tropas aliadas en la costa italiana, Sindona eligió al ejército de EE.UU. para vender los suministros que las tropas necesitaban. Luego viajó a Milán y se conectó con los Gambino, familia «mafiosa». Estos le hicieron una oferta a Sindona y este aceptó. Se trataba de la distribución de heroína, de la que obtenían grandes beneficios económicos, y necesitaban a alguien con inteligencia para «lavar» esas ganancias, y habían pensado en Sindona. Y vaya que le fue bien: en solo once meses, Sindona compró su primer banco, que a su vez tenía a otras mafias como «clientes». Ese mismo año hizo una provechosa inversión: resulta que el arzobispo de Milán intentaba obtener una importante suma de dinero para un instituto de ancianos. Sindona vio la oportunidad de relacionarse económicamente con el clero, y consiguió la suma de U$S 2.400.000 dólares que provenían de la mafia y de la CIA, a través de su entonces agente secreto Victor Marchetti. Cómo Michele Sindona pasó a ser el hombre que manejaba los dineros de El Vaticano S.A. será tema de la próxima entrega.
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