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  • Un mensaje desde la comunidad judía santafesina

    » AgenciaFe

    Fecha: 27/04/2025 10:12

    El reciente fallecimiento del Papa Francisco ha enlutado a los fieles católicos de todo el orbe. Pero, sin dudas, la tristeza y conmoción por la desaparición física del Sumo Pontífice ha afectado de modo particular al catolicismo argentino y santafesino. Existía, y seguramente persistirá, un vínculo entrañable entre los fieles locales y el líder de la Iglesia. El Papa Francisco estaba unido a los argentinos y Santa Fe siempre le ha guardado un lugar de especial cariño. Todos aquellos que le han conocido han destacado siempre su sencillez y la calidez de su trato. Además, su paso como docente, hace casi sesenta años, en una de las escuelas más caracterizadas de nuestra ciudad ha dejado una huella tal que desde hace alrededor de diez años que este lazo ha encontrado correlato en el espacio público con la creación de la “Manzana Jesuítica: El Paso del Papa Francisco en la ciudad de Santa Fe”. Sólo notar la fortaleza de este vínculo y el afecto de la gente hacia Francisco, que se fundan más en su calidad humana que en la preeminencia de los cargos que ha sabido ocupar, genera ante todo profunda admiración y respeto. Sabido es que para los judíos la Iglesia y el papado son instituciones que nos resultan ajenas. Es claro también que no por ello dejamos de reconocer su superlativa relevancia para la humanidad. Y justamente debido esta circunstancia, los ya referidos admiración y respeto elevan aún más la figura de Jorge Bergoglio, puesto que la base de su conexión con la gente no sólo tenía que ver con la fe o los roles institucionales que cumpliera en la Iglesia, sino más bien con lo humano. Ser judío en la diáspora es un constante preguntarse y reflexionar sobre el Otro. Porque somos otros entre una mayoría que, a poco de observar desde más cerca, descubrimos compuesta por infinidades de otros, que acaba por señalar que los seres humanos somos todos diferentes, diversos. Y sin embargo, también las personas nos reconocemos iguales: frente a la ley, o como hijos de Dios, en cualquiera que sea el entendimiento que tengamos de Él, o incluso si no somos personas de fe. En este sentido la figura de Francisco también se engrandece, de nuevo, a los ojos de quien no es interpelado por la jerarquía eclesiástica. Desde mucho tiempo antes de ser el máximo prelado, Bergoglio abogó y se ocupó por el diálogo interreligioso. Puede ser contrafáctico, pero es casi imposible pasar por alto que nuestra tradición más argentina se vincula con lo multicultural, el crisol de razas y doscientos años de construcción de una identidad plural. Por eso tal vez Francisco hubiera cumplido un rol relevante en el fomento del diálogo interreligioso aún no habiendo sido argentino. No lo sabemos. A pesar de ello, encontramos en este rasgo compartido, en nuestra argentinidad y en nuestra tradición y práctica de crecimiento con el otro, un motivo más de reconocimiento hacia su figura. Aún más, frente a la cuestión de el Otro, las conductas asumidas podrían ser la destrucción, la negación, la vejación. Sin embargo, muy distinta fue la posición y la práctica de Mario Bergoglio. En 2002 impulsó el nacimiento del Instituto de Diálogo Interreligioso (IDI), una Asociación Civil que “tiene como misión promover el entendimiento de los hombres de fe, fomentar el diálogo y la convivencia pacífica”, según su presentación institucional en internet, que nuclea a representantes de las tres grandes religiones monoteístas: el catolicismo, el judaísmo y el islam. Huelga señalar que toda propuesta de diálogo tiene como presupuesto necesario el reconocimiento del Otro en su diferencia y su igualdad conmigo. Sin esta condición, no hay diálogo posible. “Los otros - los que no piensan igual que nosotros, los que tienen otras creencias o ideologías - nos complementan y enriquecen”, se lee en la página web del IDI, palabras de clara inspiración en el Papa Francisco. Pues bien, en hebreo “completo” (shalem) y “paz” (shalom) tienen la misma raíz, porque los seres humanos no podemos ser en aislamiento, nos necesitamos entre todos. Jorge Bergoglio no sólo ha pensado y obrado así, ha llegado a escribir un libro junto con el rabino Skorka, “Sobre el Cielo y la Tierra” y ha dado pie para la institucionalización de la idea del diálogo fraterno a través del IDI. Así, el vínculo creado entre los hombres reales, concretos, tiene la vocación de perdurar, de ser semilla que cae en la generación siguiente para crecer y florecer más allá de quienes la sembraron. Aún más, su vocación por el otro se extendió también a combatir el odio, habiendo condenado el antisemitismo, expresando “el horror del exterminio de millones de judíos”, llamando a “erradicar la plaga del antisemitismo, junto con toda forma de discriminación y persecución religiosa”, como lo hizo en la víspera del del Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, tras el rezo del Angelus este año 2025. Por todo esto, con sus luces y sus sombras, que hablan justamente de su humanidad, de la complejidad y profundidad del hombre que desde el fin del mundo supo ocupar el cargo de mayor relevancia y responsabilidad de la Iglesia, convirtiéndose en un líder mundial, desde la comunidad judía de Santa Fe lo honramos y despedimos con tristeza. Acompañamos a los fieles cristianos en este momento y recuperamos de su extenso legado esta vocación por la sencillez, la calidez y el respeto acérrimo por el Otro.

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