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» El litoral Corrientes
Fecha: 27/04/2025 09:22
“Francisco va a dejar una huella, porque abrió muchas puertas y muchas ventanas y hay que ver si ahora los que vienen las cierran o profundizan en ellas” Ricardo Darín, actor Ubico el papado de Francisco cómo el núcleo entre los extremos de mis emocionalidades. De antemano me disculpo por un inicio autorreferencial. Es lo único que me surge, luego de estar mucho tiempo frente al Word en blanco: enmarcar al “papa del fin del mundo” en su dimensión terrena, a pesar de que el jesuita fue un hombre de múltiples dimensiones. Lloré dos veces por Jorge Bergoglio. Paradójicamente cada una con motivaciones diferentes. El 13 de marzo de 2013 me encontraba en una tienda de Santiago de Chile junto a mi señora. Anunciaron por altavoz la elección de Bergoglio como nuevo Papa, luego de la renuncia de Ratzinger. Nos abrazamos, y cayeron copiosas lágrimas de nuestros ojos argentinos. Fue, podría decirse, la reacción del orgullo nacional, quizás comparable con la obtención de la copa en un mundial de fútbol. El hombre religioso más importante de la tierra es argentino. Nuestras lágrimas tuvieron su costado emocional a raíz de nuestra pertenencia nacional, ser habitante y ciudadano del país al que pertenece el jefe de los católicos. Fue una reacción instintiva y, a la vez, si se quiere, egoísta. Conocíamos poco de Bergoglio. Un cura, arzobispo de Buenos Aires a esas alturas, de vida sencilla, de zapatos gastados, que desdeñaba los lujos eclesiásticos, que vivía en un pequeño departamento en el arzobispado, que gustaba mezclarse entre la gente, pasajero continuo del transporte público, al que accedía permanentemente para visitar a los barrios pobres. Buenos signos. “En 2013 se fue a Roma con sus zapatos gastados. No volvió más a la Argentina. Le esperaba una misión mayor. Y vaya si la supo cumplir con creces” Doce años después, derramé lágrimas por la muerte de “nuestro” Papa. Esta vez fue distinto, lloré como cristiano, como persona que tiene conciencia de su finitud, lloré por esa terrible sensación de desamparo que crece cuando fenece alguien muy querido. Se fue un hombre justo. Mi esposa, creyente ella, intentó animarme. “-No llores, va a estar sentado junto al padre”. “-Sí”, respondí, fundiéndonos en un abrazo. Ya más tranquilo, me puse a meditar. Recordé que durante el papado de Francisco, escribí numerosos artículos periodísticos con él relacionados, siempre con la impronta política que es mi especialidad. Muchos de ellos críticos, otros no tanto, todos de buena fe. Me puse a releer mi sexto libro, editado en 2021, denominado: “A Dios lo que es del César-Iglesia y Estado, una tensión histórica”, de casi 300 páginas. Allí analice la evolución histórica, en el mundo y la Argentina, de esa relación entre el poder terrenal y el poder religioso. Confronté el hecho político con el hecho religioso, ambos consustanciales con la naturaleza humana. Destinados a convivir en el campo común de las relaciones humanas, “así como teorizamos acerca de la constitución del Estado como consecuencia necesaria de la existencia del hecho político, también es posible hacerlo con la constitución de la Iglesia, como resultado incontrastable del hecho religioso” (p.24). Entre esas dos aguas se ve obligado a navegar el jefe religioso del credo más numeroso del mundo. Sus actos, sus palabras y fundamentalmente sus gestos -Francisco fue un hombre de gestos- tienen efecto inmediato en la sociedad, en la iglesia y en el estado. “Sus reformas hacia adentro de la institución eclesiástica, y su visión de una iglesia abierta a todos, volcada a los pobres, los migrantes, los sufrientes, determinaron la impronta humanista e inclusiva de su papado” Creo, sinceramente, que nuestro papa argentino supo entender al “nuevo católico”, ése ser que vive su propia fe, una fe “cuentapropista”. Esa forma de vivir la religión, dije en mi libro, “tiene una doble consecuencia: se es católico con el dogma y las jerarquías y se es católico a pesar del dogma y de las jerarquías” (pag. 285). Por ello, es necesario analizar su gestión papal con la lupa del contexto y de la misión, del multidimensional significado de sus actos. A veces como jefe de la institución más grande del mundo, con sus jerarquías, con sus costumbres acendradas, con sus vicios y virtudes, otras como líder espiritual de miles de millones de personas, otras tantas cómo jefe de estado en su relación con otras naciones. Hacia adentro de la institución religiosa, fue muchas veces criticado por quienes vieron en sus decisiones una posición ambivalente. Los apresurados porque reformaba pero no llegaba al hueso, caminaba hacia la modernidad pero con el contrapeso del conservadurismo. Los conservadores porque sus reformas constituían -a su entender- visiones incompatibles con los dos mil años de tradición católica. Francisco fue un hombre con la habilidad del político de raza, una muñeca privilegiada para manejar el timón de una institución que debía renovarse, sin por ello promover un cisma del que podría no volverse. Y lo logró. Llevó a la iglesia hasta los límites de su dogma. Supo acelerar dónde el camino lo permitía, y tocar el freno cuándo advertía peligros que, comparativamente, eran mayores que el beneficio de las reformas que pretendía. En lo interno fue un hombre reformista y modernizador, con el pragmatismo argentino de sus orígenes políticos. Si algo lo definió fue el arrojo controlado, eso que podríamos definir como la prudencia en la acción. “La prudencia no es un cálculo astuto de medios y de fines. Mucho menos es ‘timoratez’. La prudencia es la ‘auriga de las virtudes’, es decir, es el hábito operativo que conduce las disposiciones estables para las decisiones moralmente buenas”, dijo el Dr. Jorge Traslosheros, profesor e investigador de la Universidad Autónoma de México, especialista en la historia de la Iglesia Católica, refiriéndose a Francisco. “Se es ciudadano por derecho, feligrés por elección. Ambos conceptos reúnen la impronta de Jorge Bergoglio en su tarea de pastor mayor de la cristiandad” Hacia afuera, le devolvió a la Iglesia ese “olor a oveja”, como dice Marcelo Falak en Letra P, una iglesia para los pobres, los marginados, los migrantes, los que sufren. ¿No es ésa en definitiva la misión religiosa? Recordada es su invitación a los jóvenes a “hacer lío”, a rebelarse contra la injusticia y a perseguir sus sueños aun cuando eso conlleve errores. Yo mismo, en mis artículos, objeté algunas actitudes de Jorge Mario Bergoglio, lo tildé como un hombre con pulsión populista. Tal vez, así haya sido, tal vez no. Pero lo que definitivamente ha caracterizado su papado es la vocación humanista, el ecumenismo, la tolerancia. Muchas veces lo tildaron de “zurdo”, de “representante del maligno en la tierra”, o de derechista conservador, sin advertir que el fino ojo de la aguja con que analizamos a los demás, no es lo suficientemente amplio para que pasen personalidades polifacéticas como la de Francisco. Vuelvo a lo que dijo Ricardo Darín: fue un papa que abrió muchas puertas y ventanas, habría que ver si lo que vienen las cierran o profundizan en ellas.
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